sábado, 20 de mayo de 2023

MARÍA DE FONSECA Y RODRIGO DÍAZ DE VIVAR MENDOZA (Romeo y Julieta en la España del Renacimiento). PARTE CUARTA: María y Rodrigo (historia y leyenda)

Esta es la cuarta parte del artículo, para llegar a la primera pulsar en el enlace: https://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/04/maria-de-fonseca-y-rodrigo-diaz-de.html

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ÍNDICE GENERAL: Pulsando el siguiente enlace, se llega a un índice general de leyendas:  http://leyendas-de-la-mota-del-marques.blogspot.com/2023/01/indice-de-leyendas-de-la-mota-del.html


SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Los dos protagonistas principales de la leyenda: Arriba, Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza (dibujo mío desde un cuadro de época). Abajo, María de Fonseca y Toledo (dibujo mío idealizado desde una descendiente de los Fonseca).




SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Otros dos protagonistas de la leyenda, dibujados por mí; inspirados en modelos de la actual familia Fonseca de Toro. Arriba, Alonso de Fonseca y Avellaneda (III señor de Coca), padre de María. Abajo, Antonio de Fonseca y Ayala (IV señor de Coca); hermanastro de Alonso y tíastro de María.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, firma y escudo de Juan R. de Fonseca, tomada del libro JUAN RODRÍGUEZ DE FONSECA (Mariano Alcocer Martínez; Valladolid 1926). Abajo, un dibujo a tinta y lápiz del mismo personaje, realizado por Valentín Carderera a mediados del siglo XIX; propiedad de la Biblioteca Nacional (imagen tomada de Biblioteca Digital Hispánica https://datos.bne.es/edicion/Minp0000033026.html ). La inscripción bajo ella, dicta: "Año de 1502. El reverendo y Magnífico Señor Dn Juan de Fonseca por / la Gracia de Dios Obispo de Palencia Conde de Pina mandó hacer / esta imagen de N. S.ª de la Compasión estando en Flandes por Embajador / con el S. Rey D. Felipe de Castilla, et con la Reina D. Juana".

Este Juan de Fonseca (Juan Rodríguez de Fonseca), fue el hermano menor de Antonio y hermanastro de Alonso de Fonseca (primogénito de la familia). Todos ellos, eran hijos de Fernando Fonseca y Ulloa, caído en la batalla de Olmedo (1467) luchando en favor del infante Alfonsito (el hermano de Isabel la Católica, que finalmente apareció muerto un año después -seguramente envenenado-). Asimismo, Fernando de Fonseca -padre de los tres-, fue el hermano mayor de Alonso de Fonseca (llamado "el viejo"); arzobispo de Sevilla y Santiago, además de Consejero Real de Enrique IV. Prelado que finalmente, urdió un pacto entre el rey Enrique y su hermanastra Isabel, cuando el príncipe Alfonsito falleció; ya que la heredera al trono era Juana (La Beltraneja) y estaba muy deslegitimizada, al considerarse hija de Beltrán de la Cueva y no del monarca. Tras ello, se produjeron numerosos avatares, que finalmente llevarían al trono a Isabel (conocida más tarde como La Católica). Uno de los grandes consejeros de esta reina, fue Juan R. de Fonseca (1451-1524); obispo de Palencia y embajador en Flandes -entre otros cargos-. Cuyo dibujo vemos abajo.



BAJO ESTAS LÍNEAS: fachada de la casa salmantina, llamada “de las muertes”, también conocida como Palacio de Juan de Álava. Donde en su centro figura una escultura que contiene una leyenda que dicta SEVERISSIMO:FONSECA:PATRIARCHA:ALEJANDRINO. Siendo indiscutible que el obispo en bajorrelieve, es uno de los Fonseca. A mi juicio, se trata de Alonso I, quien recibió primeramente el título de “Patriarca de Alejandría”. Un cargo honorífico heredado por sus dos sobrinos: Alonso II, que lo ostentó desde 1506 a 1508; y después por Alonso III, honrado con el mismo título a la muerte de su padre. Uno de los principales personajes de este capítulo es Alonso I de Fonseca; llamado “el viejo”, quien instituyó la dinastía eclesiástica, legada hasta muchos de sus sobrinos. Asimismo, los señoríos de Coca y Alaejos; adquiridos por el prelado y convertidos en mayorazgos, fueron dejados a los hijos de su hermano Fernando (heredados primero por Alonso y luego por Antonio).

Alonso de Fonseca I (el viejo) se cree fue el hijo segundo de Beatriz de Fonseca y Juan A. Ulloa; aunque a mi juicio, se trataría del séptimo, siendo posiblemente póstumo. Sabiendo que quedó huérfano antes de los dos años, la Historia considera que nace en 1419, cuando muere su padre (Juan Alonso de Ulloa); lo que explicaría que desde los primeros años de vida, estuviera ingresado en un seminario. Donde entra bajo la protección de su tío segundo, Pedro de Fonseca; capellán de la princesa Beatriz de Portugal y cardenal de Santángelo. Tras fallecer su padre, pasa a ser también protegido por su tío paterno; el Primer señor de la Mota de Toro (hoy Mota del Marqués), don Pedro Yañez de Ulloa. Un conocido letrado y culto jurista, hermano de su progenitor, que le proporcionó una esmerada educación; lo que convirtió a su sobrino en uno de los personajes más ilustres y relevantes de su época. Siendo uno de los protagonistas de esta leyenda.

Otros fechan la venida al Mundo de Alonso de Fonseca (el viejo) entre 1415 y 1419; siendo desconocida su acta bautismal. Sabemos que testó en septiembre de 1460, fundando el mayorazgo de Coca, Alaejos, Castrejón y Valdefuentes; legándolo poco después a su hermano, Hernando o Fernando de Fonseca. Quien muere seis años antes que Alonso (en la batalla de Olmedo, 1467); por lo que esos mayorazgos regresaron a manos del arzobispo, hasta su fallecimiento en 1473. Tras su deceso, el señorío de Coca y Alaejos fue heredado por su sobrino Alonso de Fonseca y Avellaneda (hijo mayor de Fernando).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos fotografías de Mota del Marqués en sus atardeceres de verano. Lugar donde dice nuestra leyenda que Don Alonso de Fonseca I pasaba sus días de estío y descanso, durante la niñez. Lo que no sería extraño, pues fue adoptado por su tío Pere Yáñez de Ulloa, primer señor de la Mota de Toro (como entonces se llamaba la localidad). Por lo que es muy probable que en sus años de infancia y juventud, el famoso Alonso Fonseca (el viejo) viviera temporadas en algún palacio existente por entonces en la localidad -edificio hoy desaparecido-; o bien en el castillo, que en aquella época era encomienda de los caballeros Teutones.






A) SANGRE, DOLOR Y CONJURA:

I) Hierro de agosto (hacia la batalla de Olmedo):

El viejo Don Alonso de Fonseca, por entonces contaba con unos cincuenta años. Dicen que no paró de reír durante días, al saber que su sobrino Pedro, había dejado preñada a la reina Juana de Avis. Aquello había sido perfectamente muñido por su astucia; provocando que el rey le entregase a su esposa. Todo, lo amañó en venganza por la vida de su hermano, Fernando; al que atravesó Don Beltrán de la Cueva con su lanza, en el campo de Olmedo -de un modo canalla-. Horas antes de esa muerte, el arzobispo quiso advertir al monarca, que no avanzase hacia la batalla y llegasen a un acuerdo; pudiendo actuar el prelado como mediador. Pero ese día en agosto de 1467, Enrique IV venía de Cuéllar; con su ostentoso Valido -el de La Cueva- que tenía allí sus grandes dominios. Por cuanto, al pasar por las cercanías de Coca, el inflamado soberano solo sintió desprecio hacia la pobreza que divisaba en las tierras de ese clérigo, con origen portugués (llamado Fonseca); cuyas mejores dotes eran el señorío de Coca y el de Alaejos. Hablaba sobre ello el rey con Don Beltrán, mientras iban hacia la lucha; riendo y comentando que aquel cura solo quería mediar, para ser nombrado “señor de Olmedo”; ya que sus posesiones eran más yermas que un ajo en ristra. De tal modo, camino de la guerra, no quiso atender al prelado; que desde muy lejos se desgañitaba gritando, subido al pescante de su carroza, tirada por mulas. Advirtiendo al soberano, que en el lado contrario había infinidad de soldados; no como dictaban sus aduladores -dando por ganado el enfrentamiento-. A voz de gallo, el viejo obispo intentaba comunicarles que los enemigos eran muy numerosos, ya que habían exigido mandar huestes a todos los que apoyaban la causa de Alfonsito. Tanto que él se había visto obligado enviar a su hermano Fernando, al frente de una gran mesnada.

Pero todo eran oídos sordos... . El rey Don Enrique, avanzó sin miedo ni dilación, sonriendo y saludando en la lejanía al anciano sacerdote; mientras se internaba en un espacio del que ya no tendría retorno. Porque después de ese 20 de agosto; cambiaron las tornas. Pues hasta entonces, los partidarios de su hermanastro Alfonso, deseaban que se nombrase heredero al infante y no a su presunta hija Juana; a la que consideraban engendrada por Beltrán de la Cueva (el de Cuéllar). Pero después del choque en Olmedo, tras una lucha encarnizada, con centenares de muertos; los seguidores de Alfonsito, solicitaban -de pleno- la deposición del rey Enrique y el reconocimiento en el trono del joven príncipe. Poco antes del encuentro de ejércitos, mientras las tropas del monarca, caminaban hacia la guerra alentadas por Don Beltrán; nadie hizo caso a las advertencias de ese clérigo y señor de Coca. Parando tan solo para hablar con el viejo Fonseca; un joven Pedro González de Mendoza. Quien años más tarde sería un famoso cardenal; aunque por entonces, solo era obispo de Calahorra. Prelado que también se conducía a la cabeza del ejército, junto a sus hermanos; representando a los realistas de Enrique, apoyados por los Mendoza. Quienes siempre se mantuvieron fieles al rey, tras haber propiciado el soberano la caída y ejecución del famoso Álvaro de Luna; el gran enemigo del primer marqués de Santillana (padre de la saga). Aunque la lealtad de los Mendoza hacia el monarca, se había arraigado más cuando Enrique tomó como Valido a Don Beltrán de la Cueva. Casado con Mencía de Mendoza, hija del segundo duque del Infantado y sobrina del obispo. Debido a ello, esa familia cuidaba como oro en paño a la princesa Juana, heredera al trono; pues si en verdad había sido engendrada por el de La Cueva, la próxima reina de Castilla era mas que cercana a ellos.

Como narramos, en este avance de las tropas reales hacia Olmedo, tan solo Pedro G. de Mendoza, se “dignó” a hablar con Don Alonso de Fonseca; acercándose lento hasta su carruaje, mientras andaba a caballo, con armadura y ropas de príncipe de la Iglesia. Al aproximarse al viejo, que se hallaba de pie y sujeto al pescante de su coche; el arzobispo le reprochó viajar sobre montura noble. Más aún, vestir armado, luciendo sayos curiles; ya que los clérigos no debían ir como soldados y solo podían trasladarse en acémilas (o en burro, si no tuvieran más dinero). Contestando pronto el de Mendoza, que él no era estéril, como las mulas, ni bobo como las burras; por cuanto precisaba de montura sana, noble y presta. En cuanto a la armadura, la llevaba porque del otro lado había enemigos tan peligrosos, como el hermano del que tanto le aconsejaba no ir al frente. Sintiéndose aludido el de Fonseca, aseveró que si tan listo fuera, no avanzaría hacia Olmedo; pues allí les esperaban más huestes de las que imaginaban. Ante lo que el obispo de Calahorra afirmó, que no tenían más remedio de asistir; pues eran cosas de Don Enrique y al rey la Hacienda y vida se habían de dar.

Advirtió duramente el de Coca, que iban hacia el desastre; la perdición de Castilla y camino del infierno. Respondiendo el de Mendoza no saber por qué los hombres se empeñaban en luchar a espada; y siempre, en esos días de agosto. Fechas realmente infernales, cuando el calor era más doloroso que el propio hierro. Añadiendo entonces el viejo arzobispo, uno de sus famosos pensamientos; explicando que la primavera invitaba a folgar, el otoño a yantar y el invierno a guardar. Pero en el verano, las gentes se desnudaban, gustando de danzar y bañar. Por lo que, al observar esas carnes tiernas, la humanidad se convertía en lobo y cambiaban el Mundo por un lupanar. Devorándose unos a otros; incitando esos desnudos del verano a morir o a matar... .  Quedó sorprendido Pedro de Mendoza con tal respuesta y comenzó a volverse con su caballo, haciendo un gesto de avance hacia sus tropas. Así, todos se fueron retirando, camino del campo de batalla (manteniendo al obispo a su cabeza). Mientras el otro, el viejo clérigo, gritaba desde su carro de mulas, advirtiéndoles para que no se enfrentasen. Diciendo que no fueran, porque todos somos hermanos. A lo que respondió desde muy lejos, el joven Pedro Mendoza: “Todos hermanos; pero unos de Abel y otros de Caín”.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Diferentes imágenes relacionadas con lo narrado en la leyenda. Arriba y abajo, dos fotos de Olmedo, sus murallas y entradas a la gran villa. Al lado, campos entre Coca y Cuéllar, donde pudieron verse las caras el arzobispo Fonseca y el rey Enrique IV; antes de la batalla de Olmedo. Se sabe históricamente, que ese día y pocas horas previas de que se produjera el enfrentamiento; Alonso Fonseca, paró las huestes del rey, intentando que no avanzasen hacia el encuentro; avisando que sus enemigos eran más numerosos y fuertes de lo que esperaban. Pese a todo, el monarca siguió su camino hacia un choque que dejó muy mermadas sus tropas.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más de las murallas de Olmedo; lugar donde murió el hermano de Alonso Fonseca (Fernando de Fonseca) al frente de una mesnada propia que defendía a los partidarios del infante Alfonso (en contra de Enrique IV).







II) Odio de agosto (muerte de Fernando Fonseca):

Dos días más tarde recibió la noticia el prelado Fonseca: Su hermano más querido, Fernando, había caído en el campo de batalla. Recibiendo un lanzazo en el costado, propinado salvajemente por el indeseable Beltrán de la Cueva. Murió a las pocas horas de ser herido y su cuerpo fue trasladado hasta el castillo de Coca, a hombros de sus oficiales; que le reverenciaban con cariño. Era este Fernando de Fonseca y Ulloa, el segundo señor de Coca y Alaejos, al que el arzobispo había legado cuatro años antes todos sus mayorazgos. Ya que el clérigo debía residir en Sevilla, sin poder hacerse cargo de estas tierras suyas, sitas entre Segovia y Valladolid. Tenía aquel caído en batalla, tres hijos: Uno del primer matrimonio (Alonso de Fonseca Avellaneda) y dos del segundo (Antonio Fonseca Ayala y Juan Rodríguez de Fonseca); asimismo, dejaba viuda, al estar casado en terceras nupcias, pero sin descendencia. El arzobispo se culpaba de su muerte, pues hubo de enviarle para defender al frente Alfonsino; a quienes el prelado se había sumado desde 1464. Pero jamás pensó el viejo sacerdote, que esto pudiera ir tan lejos, ni tener aquellas consecuencias. Máxime, cuando el que había iniciado la sublevación y realizado la Farsa de Ávila (dos años antes), siquiera había luchado en Olmedo contra el monarca. Este que faltaba, era el afamado Juan Pacheco, marqués de Villena; que se replegó, esperando ser nombrado Maestre de Santiago y sin enfrentarse a los de Enrique. Todo ello, después de que en verano de 1465 hubiera organizado la ceremonia de deposición del soberano; entronizando a Alfonsito y coronándole rey -junto a las murallas de Ávila-. Un simulacro de proclamación, en la que el niño infante fue utilizado como un cimbel por el marqués de Villena y otros. En una “Farsa” donde se insultó repetidamente a Enrique IV, llamándole “puto” y “homosexual”. Llegando a decirse en aquella falsa coronación, que el monarca era amante de Beltrán de la Cueva y que junto a su mujer (la reina) habían engendrado a esa hija Juana -como fruto de unas relaciones demoníacas-.

Lloraba el viejo Fonseca frente a su hermano inerte, amortajado como guerrero, en una caja de madera. Pensando que el de Villena, siquiera había mandado soldados a la lucha; pese a ser los instigadores de toda aquella revuelta. Parecía que la justicia solo existía ya en Castilla para los que no tenían honra, honor, ni palabra; mientras las culebras y alimañas, extendían su poder por doquier. Allí, en la capilla del castillo de Coca, se lamentaba el anciano clérigo; abrazando a sus sobrinos, consolándoles, narrando lo feliz que había sido junto a su hermano. Con quien pasaba los días de estío y de descanso en Mota de Toro; un precioso pueblo de Valladolid, al que les llevaba en verano su tutor (el tío Pere de Ullóa, primer señor de La Mota). Un lugar en el que ambos aprendieron a montar caballos y a disfrutar de los campos castellanos; donde Fernando conoció sus primeros amores, mientras él comenzó los estudios de botánica. Lloraban todos unidos esa triste muerte del guerrero y la única buena noticia que acompañó al cadáver de Fernando, fue que a Don Pedro de Mendoza (el obispo de Calahorra) también le habían herido en Olmedo. Creían que debían amputarle el brazo izquierdo -si no moría-. Todo lo que obligó a reflexionar al arzobispo Fonseca, afirmando ante todos, que si aquello era una “buena nueva”, debían de estar en el mismísimo infierno. Por cuanto pidió quedarse a solas con el finado y tras salir los familiares que allí estaban, prometió ante el cadáver de su hermano que jamás subiría al trono Juana (la Beltraneja); ni descendiente alguno de Enrique IV. Jurando por lo más sagrado hacer todo cuanto pudiera, para evitar la coronación de cualquier vástago que se dijera nacido de ese monarca o de su mujer, Juana de Avis.

Fue así, como sabiendo que los ejércitos del rey habían quedado muy mermados en Olmedo; el arzobispo muñió el cerco a Segovia. Tan solo un mes más tarde. Instigando a los partidarios de Alfonso, que habían participado en la batalla de Olmedo; avanzasen con fuerza hacia la capital segoviana, donde sabía que se guardaba el monarca. Quien pronto huyo de la ciudad a solas, ante el temor a caer preso; aunque como todo “valiente”, dejó dentro de la urbe a su mujer junto a la guardia principal. En esta situación, forzaron el lazo, sitiando a la reina Juana en el Alcázar. Momento que aprovechó don Alonso de Fonseca; ofreciéndose como mediador a Enrique, para sacar de allí a la soberana (Doña Juana de Avis). Ofertando al marido llevarla a su castillo de Coca, donde la mantendría a buen recaudo. Por su parte, el rey Enrique -de manera inimaginable- aceptó entregarla; quizás porque con ello se ahorraba pagar un rescate, pero principalmente para no entrar en lucha por recuperarla. Así fue como la famosa reina Juana, terminó “custodiada” en la fortaleza de Alaejos, donde decidió trasladarla Fonseca; llevándola allí desde Coca, argumentando mantenerla de ese modo lejos de los problemas bélicos de Segovia. Sintiéndose en esta situación la soberana, sola y completamente en peligro; tomó la decisión de quedarse embarazada del hijo de sus captores -Pedro de Castilla y Fonseca-. Al temer ser eliminada; un miedo que se hizo real cuando el arzobispo la llevó desde Segovia hasta Coca y de allí a Alaejos. No parando de hablar -durante los viajes- sobre su hermano Fernando; al que había asesinado dos meses antes, Beltrán de la Cueva. Aterrorizada estaba la reina Juana de haber caído en manos de esa familia a la que su “amado”, el Valido real, había ensartado con su lanza -cual morcilla-. Por todo lo que, observando el estado en que se hallaba la cautiva; el arzobispo mandó una dama de su confianza, para que hablase con la reina, en Alaejos. Recomendando el viejo zorro de Curia, que sería bueno indicar a Doña Juana, como remedio a tantos temores; quedarse embarazada de su guardián (el hijo de los señores del castillo y sobrino de Don Alonso Fonseca). Así lo hizo y así fue como dos meses después -en febrero de 1468- se hallaba esta reina preñada del mayordomo y custodio que tenía en Alaejos, llamado Pedro Castilla y Fonseca (un joven famoso por bien parecido).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del castillo de Coca, Segovia (al que agradecemos nos permita divulgarlas). Arriba, escudo a la entrada de la fortaleza, con los blasones de los Fonseca, Ulloa, Avellaneda y Ayala; señores del castillo después de Alonso I de Fonseca y Ulloa. Al lado y abajo, dos fotos de una capilla que se ha habilitado en uno de sus torreones y que podía ser ermita del cuerpo de guardia (no a del palacio). Destaca la increíble pila benditera que se conserva en este lado de la capilla (junto a estas líneas).





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos fotos de las magníficas iglesias de Alaejos (Valladolid). Al lado, la parroquia de Santa Marina, con su espectacular retablo. Abajo, la de San Pedro, llamada La Giralda de Castilla (por su espectacular torreón mudéjar); con piezas extraordinarias en su interior. En este lugar estuvo “guardada” o cautiva, la reina Juana de Avis (esposa de Enrique IV) cuando el monarca pidió a Alonso de Fonseca, que la protegiera, sacándola del cerco de Segovia (en octubre de 1467). Todo ello, sucedió un mes y medio después de la batalla de Olmedo; donde mató de un lanzazo Beltrán de la Cueva a Fernando Fonseca (el primogénito y hermano más querido para Alonso). Se sabe que en noviembre de 1467 estaba la reina Juana recluida en el castillo de Alaejos y “curiosamente”, en febrero del año siguiente (tres meses después) se había quedado embarazada del hijo de los que la custodiaban en la fortaleza propiedad de Alonso I “el viejo”.



III) Pacto augusteo (acuerdo de Isabel, para salvar la vida):

En esa situación se llegó a julio de 1468, cuando la reina recluida en Alaejos, estaba ya de seis meses. Por otro lado, en lo referente a los sublevados; Don Alfonsito ya había cumplido los catorce años -mayoría de edad para un príncipe que se oponía al trono de su hermanastro Enrique-. Pero en estos días de verano sucedió que el pequeño infante, proclamado monarca, se sintió indispuesto; muriendo una jornada más tarde (un 5 de julio de 1468). El médico de Corte dictaminó que se trataba de peste; pero al no haber bubones, ni contagios; los fieles a Da. Isabel -hermana del fallecido- mandaron venir a otro físico. Presentándose un judío llamado Ezequiel Azanel, llegado desde Mota de Toro, que pronto diagnosticó la muerte por envenenamiento (producida con un sofisticado tóxico, administrado al menos un día antes de caer enfermo). Crimen, que se sospechó había sido urdido por los partidarios de Enrique; aunque la culpa finalmente se centró en el marqués de Villena. Quien, unas jornadas previas a la muerte del príncipe, había departido y almorzado a solas con él. Ya que en esas fechas se cumplían tres años desde que ese mismo marqués había entronizado a Alfonsito (en agosto de 1465); tan solo para usarlo como arma contra el rey Enrique. Promoviendo un trienio antes esa “Farsa” de coronación, con la que únicamente buscaba su propio beneficio. De un modo tal y tan engañoso; que veinte meses después de subir al trono a ese niño rey, ni siquiera participó en la batalla de Olmedo, en defensa de aquel al que había proclamado (prefiriendo quedarse al margen de luchas; para ser nombrado Maestre de la orden de Santiago por el “otro monarca”, Enrique IV). Por todo ello, las sospechas del envenenamiento del joven príncipe, recaían sobre este marqués de Villena.

Ante todo lo sucedido y después del crimen de Alfonsito, Da. Isabel sintió que la siguiente en “desaparecer” sería ella; asesinada por los que favorecían a su hermanastro Enrique, o por quienes pretendían sembrar el caos, para dominar la escena política (como era el caso de Juan Pacheco, marqués de Villena). Tenía entonces la infanta unos diecisiete años y sus más fieles caballeros hubieron de abrirle los ojos, con el fin de que tomase buenas precauciones; para no sufrir peor destino que su hermano. En esa tesitura, terminaron los más leales, reuniéndose en Arévalo con ella. Estos fieles a la princesa eran: Don Gonzalo Chacón y su esposa Clara Alvarnáez; junto a sus dos sobrinos, Alonso de Quintanilla y Gutiérre de Cárdenas (mayordomos de Da. Isabel). Al grupo se unió finalmente Alonso de Fonseca, el viejo; quien tenía en su poder a la reina Juana de Avis (mujer de Don Enrique). Todos ellos, decidieron urdir una trama para acabar con los nuevos planes del marqués de Villena; que se había propuesto liquidar cualquier pretendiente a la corona, para sembrar el caos en La Corte (mientras el rey le concedía infinidad de prebendas). De ese modo, los leales a Isabel acordaron en Arévalo, llegar a un pacto con el monarca, en el que se destacase que ella iba a obedecer a su hermanastro, acatando la soberanía del rey (para que no atentasen contra su vida). En cuanto al destino matrimonial de la princesa, se dejaría ver que obedecería lo que La Corte Real ordenase; aunque mintiera en su juramento. Pues conocía que el mejor destino para sus desposorios, consistía en que se casase con Alfonso V de Portugal (viudo y con descendencia), pudiendo regir Castilla hasta que su sobrina Juana fuera proclamada. Mientras, a su vez, Juana -hija de Enrique IV y llamada Beltraneja-; al cumplir la mayoría se desposaría con el príncipe Juan de Portugal (hijo de Alfonso). De ese modo, en un futuro, la Corona lusa y la castellana se unificarían en la figura del descendiente de Juana de Castilla y Juan de Portugal.

Con estos planes y para evitar el envenenamiento o asesinato de Isabel, decidieron los pactos de Guisando; celebrados en las tierras que antes fueron del Condestable, Don Álvaro de Luna; pero que en su mayoría habían pasado a manos del marqués de Villena (por legado del rey, tras la ejecución del de Luna). A su vez, el acuerdo se ratificó un día después (el 19 de septiembre), queriendo firmarlo Da. Isabel en un lugar muy parecido a Cardeñosa; donde había muerto el príncipe Alfonsito -dos meses antes-. Teniendo la peculiaridad aquella aldea en que cayó su hermano, ser un yacimiento pleno de toritos esculpidos en granito; cuya obra algunos atribuían a los gigantes -y los más doctos, a celtas-. Así fue elegida la explanada de Guisando, como juradera de los pactos acordados la jornada anterior; signados entre Enrique (y los suyos) frente a Isabel (y quienes la seguían). Teniendo el cuajo la princesa de hospedarse, durante los días previos; en el famoso palacio de Villena, sito en Cadalso de los Vidrios. Levantado por el marqués sobre un castillo expropiado a la familia de Don Álvaro de Luna. Conociendo la infanta, que Villena era de seguro el envenenador de su hermano; allí se fue, sin temor a dormir bajo su techo. Le advirtieron sus más leales que no lo hiciera, pues podrían suministrarle alguna pócima; pero ella contestó, que el único lugar donde el asesino no “actuaba” era dentro de su propia casa (porque entonces, sería descubierto).

No contenta con aquella prueba de valor y de inteligencia; al salir de la firma juradera en Toros de Guisando, parece que se dirigió Da. Isabel al marqués de Villena, solicitando estar bajo su custodia y pidiéndole protección. Al oír aquello, los más fieles de la infanta, quedaron horrorizados. Aunque peor fue la situación, cuando vieron que el de Villena hablaba con su majestad -el rey Enrique- para comunicarle que se llevaba custodiada (invitada, o cautiva) a su hermana Isabel, con el fin de que cumpliese lo pactado ante esos toros de piedra: Casarse con el rey Alfonso de Portugal o con quien el monarca dispusiera. Así fue como sucedió y de ese modo salieron desde San Martín de Valdeiglesias, camino de Ocaña; villa que pertenecía al Marqués de Villena, en la que el rey mandó “bien vigilar” a su hermana. Antes de partir Da. Isabel hacia esa reclusión, pidió despedirse de sus más cercanos, quedando a solas con Gonzalo Chacón y su esposa (Da. Clara). Quienes vivían espantados la situación y escena, pensando que la princesa había entrado por su propia voluntad en “las garras del oso” (quedando en manos del envenenador). Pero, pronto les dijo que se tranquilizaran, pues el asesino nunca mataba en su casa. Por lo que cautiva en las posesiones de Villena, estaba más segura que fuera de ellas. Además, la llevaban a Ocaña; sin conocer que era lugar de nacimiento de Gonzalo Chacón, de Gutiérre de Cárdenas y de Alonso de Quintanilla (sus principales); por lo que allí contactaría con muchos allegados y familiares de ellos, para cuanto necesitase -entendiendo todos que se trataba de escapar-. Finalmente, de un modo muy disimulado, puso una carta en las manos de Da. Clara de Chacón, pidiendo que la comunicase a todos (sin dejar ver que la llevaba escondida en su manga). Tras ello, volvió a subir en la mula que le había dispuesto el obispo Carrillo para entrar en Toros de Guisando; quien ya no tiraba del animal (como hizo al llegar para firmar el acuerdo). Porque el prelado dejó sus riendas al nuevo “protector” de Da. Isabel, poniéndolas en manos del marqués de Villena; haciendo ver que pasaba la custodia de la infanta hasta este noble -en el que nadie confiaba-.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes relacionadas con Toros de Guisando, el curioso lugar donde Isabel firmó los pactos con su hermano Enrique IV; llegando en una mula que tiraba el arzobispo Carrillo. Arriba, paisaje desde las cercanías de Guisando; donde se divisa una gran panorámica de la provincia de Madrid y del Valle del Tiétar (lo que explica la importancia de su localización). Al lado, uno de esos “verracos” vettones expuesto en la plaza de Solosancho, bajado desde el yacimiento ibérico de Ulaca (donde se sabe hubo decenas de ellos; quizás, como en el cerro de Guisando). Abajo, los toros de Guisando, tal como se encuentran en la actualidad.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de la Plaza Mayor de Ocaña (Toledo). En esta población nacieron Gonzalo Chacón y sus dos sobrinos, Alonso de Quintanilla y Gutierre de Cárdenas (mayordomos de Isabel la Católica). En tiempos de Enrique IV fue entregado este señorío a Juan Pacheco, marqués de Villena; que mantuvo cautiva en sus posesiones a la infanta Isabel (en espera de darle un esposo).



IV) Jura agostada (junto al envenenador, para no ser asesinada):

Abrieron los de Chacón la carta que había dejado la princesa en manos de Da. Clara y quedaron sorprendidos al leer cuanto allí escribía. Comenzaba la misiva con las palabras “mis fieles”, sin dictar nombres, ni menos firma o reseña (seguramente, por si caía en manos “extrañas”). Continuaba el gran pliego expresando que conocía muy bien al marqués de Villena. Sabía perfectamente cómo era, desde 1464; cuando él, junto a su hermano Pedro Girón, el obispo Carrillo y otros, comenzaron a extender por toda Castilla que el rey Enrique había secuestrado a Alfonsito y a ella. Manifestando el marqués, junto a otros instigadores; que la situación de los hermanastros del monarca, incumplía el testamento de Juan II (padre de todos). Declarando que primero los habían postergado a Arévalo, donde fueron tratados como dos aldeanos; sin cuidar su formación, estudio, ni recibir una educación principesca. Pero además, desde que en 1462 nació la “presunta” hija del rey (Juana), los había encarcelado en el Alcázar de Segovia. Llegando a extender el bulo de que Enrique quería acabar con esos dos hermanos; sobre todo, tras la venida al Mundo de su presunta heredera. Pues al ser la sucesora al trono, hija de Beltrán de la Cueva (no del soberano); los verdaderos príncipes de Castilla eran Isabel y Alfonsito. Terminando por afirmar Villena y los suyos, que por ese motivo, había raptado Enrique a los dos infantes, en Segovia; con el fin de deshacerse de ellos. Todo lo que no era cierto; pues aun siendo verdad que aquella reclusión en el castillo segoviano, fue considerada por ambos príncipes como un encarcelamiento; enviando misivas a sus familiares y nobles, para que les sacasen del baluarte. El único motivo que movió a sublevarse al marqués de Villena, fue que el rey había prescindido de él como “favorito”; tras introducir en La Corte a Beltrán de la Cueva, del que hasta decían era amante del monarca y de su mujer (Juana de Avis).

Bajo el pretexto de liberar a estos dos hermanos, comenzó una sublevación que desde 1464 encabezaban Villena, Girón y Carrillo. Afirmando, que los verdaderos infantes de Castilla vivían presos en Segovia; después de haberles hecho pasar todo tipo de penalidades desde la muerte de Juan II (padre de Enrique, de Alfonsito e Isabel). Viviendo los príncipes en condiciones nefastas, desde la proclamación de Enrique; pasando incluso frío y hambre en Arévalo. Debiendo ser alimentados con el dinero de los nobles; mientras su hermano, el rey, se olvidaba de ellos. Hechos que los de Chacón, sabían era bien ciertos; aunque más verdad fue que muy poca ayuda llegó hasta Arévalo desde las arcas de Villena, ni de su hermano (Pedro Girón) o del obispo Carrillo -que tan fervientemente llamaban a la revolución contra el monarca-. Aunque sí aprovecharon las extrañas medidas tomadas por Enrique IV, al ser “padre” (encerrando Alfonsito y a Da. Isabel en el alcázar segoviano). Arengando los tres a toda la aristocracia de Castilla y logrando el levantamiento de un gran número de nobles en 1464. De ese modo, al poco tiempo de sublevarse, obligaron al monarca a pactar; para que reconociese como heredero a Don Alfonso (deslegitimando a su “presunta” hija Juana). Pero, tras firmar el acuerdo; muy pronto el rey tuvo que retractarse de lo jurado. Al ver Enrique, que los Mendoza le retiraban su apoyo; ya que para ellos la primogénita real (Juana) era considerada la “joya de la corona”. Pues lo más probable es que fuera sobrina o una nieta de esta familia; porque Beltrán de la Cueva era el esposo de Mencía de Mendoza (hija del duque del Infantado).

Fue entonces, cuando el rey tuvo que renegar de lo prometido a los sublevados en 1464 y aseverar que Juana seguía siendo su heredera. Un momento, en que cargados de ira; el marqués de Villena, junto al obispo Carrillo, organizaron la “Farsa” (o falsa coronación de Alfonsito), sucedida en verano del año siguiente (1465). Entronizando al infante Alfonsito; reconocido en Ávila por los rebeldes, como Alfonso XII. Una ceremonia de proclamación ante la que el monarca Enrique sintió de nuevo miedo y fue cediendo, intentando llegar a entenderse con quienes defendían a su hermano menor, como sucesor del trono. Tanto acordó y tales fueron las prebendas entregadas a algunos de los levantados; que la liga de los que seguían a Alfonsito, se rompió en dos bandos. Los primeros, seguían en su lucha, sin tregua; deseando destronar a Enrique, y al mando de estos estaba el obispo Carillo, junto a varios nobles castellanos. Mientras los segundos, fueron capitaneados por Juan Pacheco (marqués de Villena) y su hermano Pedro Girón (Maestre de Calatrava). Que decidieron pactar con el rey; cesando en la sublevación si este les permitía casarse con la infanta Isabel.



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos dibujos míos del Alcázar de Segovia, donde estuvieron apresados Isabel y su hermano Alfonsito; desde que nació Juana (La Beltraneja) en 1462, hasta que los nobles castellanos se sublevaron, en 1464.



Continuaba narrando la princesa en su carta, que fue entonces la primera ocasión en la que le llevaron cautiva hasta Ocaña; con solo trece años y en espera a que llegase “su novio”. Pues el acuerdo final del rey con los Girón y Pacheco; fue que Pedro Girón (hermano del de Villena) la tomaría por esposa. Matrimonio morganático que invalidaría totalmente la sangre de la infanta Isabel; impidiéndola por siempre reinar (o casarse en segundas nupcias con un miembro de la realeza). De este modo, resolvían la sucesión de Juana y el posible ascenso al trono del infante Alfonso; quizás desposándolo con ella. Sea como fuere, la larga misiva narraba como Da. Isabel fue “custodiada” en Ocaña durante meses, a la espera de que su futuro marido obtuviera las bulas papales, necesarias para matrimoniar con ella. Precisando para esa ceremonia la dispensa de celibato (al ser Pedro Girón, maestre de Calatrava, lo que no le permitía casarse); junto a una bula de edad (ya que ella era menor de catorce años). Las dispensas tardaron meses en tramitarse y en ese tiempo, quiso entablar “amistad” la infanta “cautiva” con su cuidador, por ver si obtenía algún rédito. Asimismo, en toda conversación con Villena, advertía Isabel que jamás daría el consentimiento matrimonial ante el altar, a su hermano Pedro; treinta años mayor que ella y padre de tres hijos (habidos con su amante).

También dijo a su celador que haría cualquier cosa por no estar casada con aquel anciano; desde envenenarle, hasta quitarse ella misma la vida. Y solo le pedía que la unieran a alguien de su edad; fuera el hijo del que le habían asignado como marido, o alguno de los vástagos del que la tenía “presa” en Ocaña. Finalmente, trasladaron a Isabel hasta Madrid, custodiada por tres mil hombres, en espera de la boda; mientras el novio llegaba desde Andalucía. Faltaba poco para la celebración y venía a diario el de Villena para hablar con ella. Cada vez que este abría su celda del convento, la infanta se arrodillaba frente a él, sollozando y pidiendo que la matase o la dejase huir; prometiendo casarse con su hijo, pero no con su hermano. Tan grave vio el asunto el astuto marqués, que a fines de abril de ese año de 1466; decidió comunicar a la princesa que iba a hacer todo lo posible porque el matrimonio no se celebrase. Aunque si las nupcias se dirimían, debían quedar de aliados y amigos. Fue así, como una semana después y siendo cuatro de mayo (fecha previa a la boda), abrió la puerta el marqués de Villena; que con voz quebrada le comunicó que su hermano había muerto, de camino hacia Madrid. Falleciendo en Villarrubia de los Ojos, tras haber cenado truchas un día antes. Ella no pudo evitar la sonrisa, al recibir la noticia. Por lo que quien se la daba, la miró con ojos de serpiente, advirtiendo que “su hermano había cenado truchas en vinagre la fecha antes a caer enfermo y que algún día habría más escabeche; pues `el ojo es por el ojo y el diente se cambia por diente´”. Así fue como comunicó a la princesa de que algún día debería pagarle “aquello”.

Finalizaba la carta exponiendo que al anularse su boda, Isabel no solo quedó libre de Ocaña; sino, además pudo salir del encierro en el Alcázar segoviano, regresando junto a su madre en Arévalo. Todo lo narrado servía para que quienes se preocupaban tanto por ella, conocieran que ya había estado bajo custodia de Villena, por cuanto sabría salir de ello perfectamente. Tan solo deseaba exponer bien claro que se iba a casar con su primo Fernando de Aragón, con el que ya había contactado. Aunque debían confirmar sus esponsales y buscar bulas (fuera como fuese), para que viniera secretamente a Castilla a contraer matrimonio de conciencia. Dejando en las manos de sus fieles, que mandasen misivas hasta la Corte de Aragón, solo con personas de absoluta fidelidad. Advirtiendo al príncipe Fernando que debía llegar de forma oculta y sin ser visto en las fronteras; pues tenían gran vigilancia y el paso vetado por los Mendoza (que guardaban todo camino y entrada desde el reino vecino). Para terminar, comunicaba que avisaría cuando estuviera todo preparado, para escapar y llegar hasta donde le esperase su futuro marido. Debiendo los Chacón, Quintanilla y Cárdenas (todos originarios de Ocaña); disponer de sus familiares más fieles y cercanos en esa villa, para establecer una comunicación desde el lugar de su cautiverio. Con el fin de diseñar la huida y celebrar el matrimonio con su primo Fernando. Poniendo como plazo para todo ello, un año desde el día en que les entregaba la carta (que como sabemos, fue en la fecha en que se ratificó el pacto entre la infanta y su hermano el rey, en Guisando; un 19 de septiembre de 1468).





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Tres imágenes de Ocaña. En este caso, palacio de la familia Cárdenas y casa de Gutierre de Cárdenas (mayordomo de Isabel la Católica). Posteriormente pasó a manos de los duques de Frías (descendientes del marqués de Villena); por lo que en el siglo XIX ya se denominaba palacio de Frías.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos grabados del siglo XIX. Al lado, lámina tomada de “Recuerdos y Bellezas de España”; libro editado en 1853, tomo II (Castilla la Nueva). Donde se puede ver el interior de este palacio de Frías, tal como estaba a mediados del siglo XIX. Abajo, el interior del mismo palacio, como lo recoge un dibujo publicado en la revista La Ilustración (Madrid 1871).









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de otro de los palacios situados en la plaza de Gutierre de Cárdenas, de Ocaña. Se trata de un edificio reconstruido en el siglo XVII, quizá sobre el antiguo palacio de los Chacón.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, antiguo rollo de justicia de Ocaña. Abajo, otro de los palacios sitos en la plaza Gutierre de Cárdenas, que posiblemente perteneció a sus primos, los Quintanilla.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de lo que queda de una de las múltiples casonas y palacios del siglo XV y XVI que había hasta hace pocos años en Ocaña. Una localidad que tres décadas atrás estaba poblada por casas de tipo manchego, por casonas del siglo XVII y palacetes del XV y del XVI. Una gran mayoría de ellas se han dejado caer o se han derribado, siendo un triste ejemplo de ello, esta que vemos en imagen. Edificio que antaño fue un enorme palacio del XVII y que hasta 1990 estaba completamente entero (conservando su patio de columnas a más de su techumbre original y fachadas). Casona que contaba con un enorme jardín, que se asomaba a la Mesa de Ocaña; viéndose desde allí el famoso “lavadero” o “fuente”. A día de hoy, tan solo se ha conservado la loncha exterior de su fachada, habiendo sido derribado todo el interior y sus jardines, para convertirlos en un bloque de pisos.



IV) Toros de Augusto (esculturas vettonas en zona vaccea):

Regresaba exultante el arzobispo Fonseca, a sus tierras de Segovia; pues estaba cumplida parte de su venganza contra los de Enrique, que habían acabado con la vida su hermano (Fernando). Allí, en el castillo de Coca, le esperaban tres sobrinos; los huérfanos del fallecido en la batalla de Olmedo; cuyos caracteres y semblanzas eran muy distintos. El mayor y del primer matrimonio, llamado también Alonso (hijo de la Avellaneda); a sus veinte años, tan solo pensaba cómo disponer y organizar bien las tierras del mayorazgo, cuando las heredase de su tío (el obispo). Los dos restantes habían nacido de otro desposorio, celebrado con Teresa Ayala, por cuanto su forma de ser era muy diferente. El segundo de los sobrinos, tenía un carácter fuerte y de guerrero; se llamaba Antonio y con apenas dieciséis años, tan solo deseaba cumplir uno más, para servir en el ejército (principalmente queriendo vengar la muerte de su padre). El tercero y último, era activo como su hermano Antonio; aunque reflexivo e inteligente. Quería llamarse Juan Rodríguez de Fonseca, guardando el apellido íntegro de la familia y pedía ingresar en un seminario o universidad, para seguir la carrera de su tío -el prelado que ahora les protegía-.

A los tres, dijo el viejo obispo que había traído una sorpresa desde el monte de Guisando; sito en las proximidades de un lugar llamado El Templo (pero al que ahora decían, El Tiemblo). Fue así como les mostró tres toritos de granito, que pensaban obra de los romanos, en época de Augusto; aunque algunos más doctos, afirmaban que fueron adorados por gentes muy anteriores, llamados celtas. Los había cargado en tres carros, cuyas mulas de tiro venían reventadas; pues en algunas postas no quisieron cambiar las bestias, argumentando que el peso era mucho y los animales podrían caer muertos (por tanto esfuerzo). Sea como fuere, hasta allí logró traer el sacerdote esos tres toros esculpidos toscamente en piedra; ante cuya presencia, los sobrinos se preguntaron para qué habría cargado el anciano con tales armatostes. Quiso bajarlos y mientras los que hacían la descarga pedían ir por poleas con trípodes, para manejar bloques de tal peso. Finalmente tuvieron que llamar a un especialista artillero, que habitaba en el pueblo; conocedor de medios para mover y trasladar cañones. Quien, valiéndose de sus dones, logró bajar esos toros de enorme tamaño y peso colosal; dejándolos en el patio de armas del castillo.

Una vez en el suelo, comunicó el arzobispo a los chicos, que los había traído como regalo para ellos; aunque nada entendieron los jóvenes. Pues lo que menos podían esperar era que les obsequiaran con una pieza de granito, en forma de cerdo o de toro y que siquiera podían mover. Aunque les explicó que las portaba desde aquel cerro de Guisando, para perseverar la memoria del tratado que allí se había firmado. Un pacto histórico cuyo muñidor había sido él y con el que se iba a lograr que Juana (la presunta hija del rey) nunca fuera coronada; llegando a reina, Doña Isabel. Así quedaría vengada la memoria de su hermano Fernando, el padre de los tres sobrinos; muerto por la mano de Beltrán de la Cueva. El supuesto padre de esa Juana, a la que el rey deseaba dejar como heredera. Un legado real que se vendría muy pronto abajo; pues en breves fechas, la princesa Isabel lograría apoyos y se proclamaría soberana de Castilla. Para el recuerdo de cuanto expresaba, había venido con esos tres toritos; uno por cada sobrino (Alonso, Antonio y Juan) debiendo colocarse, como muestra de dignidad y memoria; en el patio de armas y dentro de los muros del castillo.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de un torito o verraco ibérico colocado sobre el muro de Liza, del castillo de Coca (entre la muralla exterior y la segunda, interior). Es muy extraño que en esa localidad hayan aparecido esculturas de este tipo, ya que la antigua Cauca pertenecía a la tribu Vaccea y los verracos se dan tan solo en zona vettona. Los límites de los vettones, a la altura de Coca, terminaban en Ávila: en Cardeñosa (Las Cogotas) y Solosancho (Ulaca). Más al Sur, la frontera estaba en San Martín de Valdeiglesias (Guisando) y al Norte de Gredos, en el Tormes (Helmántica). Debido a ello, los toros existentes en Coca solo pueden tener dos explicaciones: La primera, que fueran originales y de época, lo que supondría que en este lugar habían habitado vettones. Cuya única razón residiría en que tras la destrucción de Coca en el año 154 a.C. por los romanos, hubiera sido repoblada por gentes de tribus vettonas (de lo que no hay datos históricos). La otra, es que alguien las transportara muy posteriormente; pudiendo haber sido el arzobispo Alonso Fonseca (el viejo) quien cargase con tres de estos toros desde Guisando, hasta Coca. Para celebrar y rememorar los pactos (logrados junto a los verracos) gracias al viejo obispo, firmados en un lugar poblado por estas esculturas, de las que hoy todavía permanecen allí cuatro ejemplares. Sabemos que en Guisando y su cerro había muchos más toritos, por lo que no sería extraño que estos tres que hay en Coca, procedieran de ese monte, tal como la leyenda expresa.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, de nuevo, otra foto del verraco que permanece dentro de los muros de la fortaleza de Coca. Es de destacar, que esta parte del castillo es la antigua, levantada en tiempos de Alonso Fonseca; pues el edificio fue totalmente modificado y remodelado, a la muerte del arzobispo. Bastará observar que está junto a la torre de piedra antigua (que no se tiró al rehacer el fuerte a modo árabe) y en una zona final del muro de ladrillo, mudéjar. Ello nos lleva a pensar que fue puesto allí por el fundador del señorío (Alonso el viejo) y luego respetado por sus sobrinos. Siendo muy extraño que haya dos toritos más junto a la muralla, que se exponen en la puerta de entrada a la villa. Abajo, los otros dos toros de Coca, que se exponen junto a la muralla; tristemente los han introducido en un círculo donde se halla el nombre de la localidad, sin apreciar que se trata de piezas con unos dos mil trescientos años de antigüedad (que no debieran usarse de modo publicitario).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, entrada a la muralla por la puerta donde se inscribe que en Coca nació Teodosio y se exponen los dos verracos. Abajo, los toritos y la muralla, como estaban hace unos años (se observa una estampa limpia de ellos, sin el círculo con el nombre de la localidad).








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de toritos similares, situados en las cercanías de los límites del pueblo vettón. Al lado, el de la villa de Toro; del que se dijo dio nombre a la localidad (todo lo que es falso, pues se denomina Toro, al haber sido antes llamada Gotoro, por ser capital del reino gótico -visigodo-). La frontera de los Vettones, llegaba por el norte hasta el Duero, subiendo por el Tormes; siendo un tanto extraño que en ese lado y lejos de Helmántica (Salamanca) y del río, se halle una figura de este tipo. Aunque son apenas unos centenares de metros lo que separan Toro con la margen sur del Duero, donde ya estaban los vettones. Abajo, una foto mía con un torito, en Torralba de Oropesa. La frontera Oeste de los vettones estaba en la linea desde Cenicientos (Madrid) a la Puebla d Montalbán (Toledo); a unos cincuenta kilómetros de Torralba.



BAJO ESTAS LÍNEAS: Los toritos de Coca en la muralla, como estaban hace unos años (sin el nombre como peana).



V) Planes angostos (los abuelos y la reina preñada):

En su castillo de Coca permaneció el anciano Alonso, durante ese invierno de 1468, al igual que lo había hecho el anterior; para sustituir la figura de su hermano y actuar como padre de los tres huérfanos. Porque la mujer que Fernando dejó al morir; era tercera esposa, carecía de descendencia y actuaba como verdadera madrastra con los hijastros que la vida le había dado. Tanto, que muy pronto volvió a casarse y entró en pleitos con los herederos de su anterior marido, a los que les exigía más de cuanto indicaba el testamento. Por todo ello, el viejo obispo hacía de progenitor en esos días; enseñando y preparando a los jóvenes principales de la familia. Así vivía junto a ellos; cuando estando próximas las Navidades, se personó en la fortaleza de Coca su hermana Beatriz. Madre del que había preñado a la reina Juana de Avis, cuyo esposo era un noble sin otro don más que el de presumir. Pronunciando a todas horas ser nieto de Pedro I de Castilla; al que su familia llamaba “el justiciero, Pedro Primero” (aunque los demás le apodaban “El Cruel”). Llegaban al castillo de Coca de súbito y sin avisar; manifestando que debían tratar un asunto grave, que el prelado parecía haber olvidado.

Con ello, fue obligado a recibirles Don Alonso; debiendo prestar su residencia como morada para cuanto necesitasen. Extrañado estaba el obispo por aquella repentina aparición y la mala cara que presentaban al entrar; ya que mucho le debían y nada a cambio les pedía. Pues Beatriz (junto a su prole) vivía en la fortaleza palacio de Alaejos, también señorío del viejo clérigo. Propiedad que el obispo cedía a su hermana y familiares; tras haberla adquirido un decenio antes -para fundar en ella otro de sus mayorazgos-. Por lo que no entendía que previamente a presentarse en Coca, no hubieran mandado carta por emisario, y ni siquiera un corto mensaje de paloma (columbario para intercambio, que tenían preparado entre ambos castillos). Pese a todo, les abrió sus aposentos con el mayor de los cariños, proponiendo que disfrutasen todos unidos de la Navidad, en aquella enorme fortaleza. Donde los señores de Castilla y Fonseca, entraron con sus amplios tocados y con cara de ajo arriero, accediendo aposentarse junto a su hijo (acompañados la servidumbre que traían). Mientras les veía descargar equipajes, bajando con esos enormes sombreros que siempre lucían; recordaba el obispo a personas con similar actitud a su cuñado Pedro, y que siempre había en las universidades donde vivió de joven. Eran aquellos mancebos que estudiaban por ser acompañantes de un gran señor; al que calentaban el asiento en las clases (llegando poco antes), guardaban sitio en todo evento (aunque tuvieran que esperar horas a la intemperie) y hasta tomaban las notas de estudio (que el hijo de su amo, luego repasaba con ellos). Iban todos con unos enormes gorros, que servían para proteger del sol y la lluvia al rico universitario que servían; con el que compartían todo. Se aprovechaban sin vergüenza de su situación y si podían, comían mejor que ese joven poderoso, quien todo les pagaba. Terminando muchos por quedarse en la universidad de “sopistas” -y no “sophistas”-; tal como llamaban a los tunos y gentes de mal pasar, que vivían de la sopa boba (regalada por el público y la caridad). Siendo denominados aquellos otros estudiantes, con grandes sombreros: “los gorrones”. Como pillos de gran alero en su frente, que todo lo ajeno tomaban, compartiendo con alegría el caudal de ricos a los que se juntaban. Sabiendo dar tan solo, el calor de sus posaderas, la ayuda bajo la lluvia, la sombra de su enorme “gorrón” y la adulación al rico; en todo momento.

Por ello y sabiendo que el esposo de su hermana Beatriz era como uno de esos “sopistas y gorrones”, le extrañaba la mala faz que ese día presentaba. Pues comúnmente era pueril, pero educado y pedigüeño, aunque gentil. Así, mientras les aposentaba en sus estancias y repartía a su servidumbre por las zonas de oficio en el castillo; les observaba entrar con prisa, en actitud de pocas bromas y sin ánimo de quedarse mas de dos jornadas. Tenían el semblante demasiado serio; y además el “poco-seso” de su único hijo, realizaba a escondidas raros gestos. Mirando al cielo, intentando quizá mostrar que había una mala situación; aunque sin mediar palabra y tan solo mostrando muecas (por lo que no se sabía si las caras de bobo que ponía, eran de venir mal comido o mal bebido). Finalmente, dispusieron sus equipajes y pronto comunicaron seriamente que llegaban para reunirse con el viejo Alonso, debiendo tratar temas sobre su primogénito. Pero no deseaban que los otros tres primos conocieran las conversaciones, pues era asunto de Estado y muy grave. De tal manera, el anciano prelado les condujo hacia sus estancias más privadas; mandando salir de ellas a todo criado o soldado; poniendo guardia fuera, a tres varas de la puerta -para que allí; nadie entrase, ni escuchase-. En ese lugar cerrado, viéndose ya seguros, comenzaron a hablar los padres del que había dejado encinta a Doña Juana de Avis; sentados frente a su joven hijo, que no cesaba en sus caras de bobo (con muecas que parecían imitar una lechuza y cuyo sentido el obispo no acertaba descifrar).



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos fotos tomadas desde la parte superior de las torres del castillo de Coca. Arriba, en primer término, el foso de la fortaleza; al fondo de la imagen, montes y la villa de Cuéllar (dominios de Don Beltrán de la Cueva, sito a unos 35 kilómetros de distancia). Abajo, foto tomada desde un matacán de la fortaleza de Coca, donde se divisan claramente las colinas y el lugar de Cuéllar.



Expusieron que venían desde Cuéllar, habiendo ido a visitar el castillo y propiedades de Don Beltrán; pensando que la reina Juana ya habría parido a su nieto. Pues el embarazo venía de febrero y estaban en diciembre. Narraron que les dejaron acceder al palacio fortaleza del Valido, donde les recibió su secretario; quien comunicó que la soberana había sido trasladada, al poco de llegar, llevándola meses atrás junto a su hija Juana (con los Mendoza, quienes la custodiaban en lugar secreto). Donde Doña Juana estuviera -probablemente en tierras de Guadalajara y quizás en Trijueque- había parido varones, pero mellizos. A falta de uno; dos hijos. Gemelos venidos al Mundo y que el rey repudiaba; por lo que siquiera estaban bautizados, en espera de que si morían, fuesen al infierno (por mandato y palabras del monarca, que se sentía ultrajado tras el nacimiento). En ese momento de la conversación, la hermana del arzobispo rompió a llorar; y al ir a consolarla Don Alonso, su marido advirtió adustamente que no se acercase a ella, pues muy bien sabían el origen de aquel embarazo. Debido a que el secretario de Don Beltrán, también les había narrado por qué quedó preñada su señora; quien todo lo contó, tras llegar al castillo de Cuéllar. Donde viéndose a salvo y junto al Valido real, explicó que había quedado embarazada para salvar su vida. Añadiendo que hasta Alaejos vino una antigua dama de su Cámara, quien le aconsejó una fórmula para no ser envenenada por sus cuidadores (Beatriz Fonseca y Pedro Castilla). Advirtiendo a la reina cautiva, que lo mejor sería concebir en sus entrañas un hijo de aquellos que la tenían en su poder. Pues quedando encinta del primogénito de quienes la mantenían en Alaejos; la cuidarían como madre de su nieto -sin atreverse a atentar contra su vida-. De ese modo, procuró que pronto la preñase el joven Pedro (al que llamaban el Mozo); provocando diariamente a su guardián y logrando en dos meses verse embarazada de su unigénito.

Después de aquel discurso, que el clérigo escuchaba boquiabierto; la hermana (Beatriz) estalló en ira y tomó unos tinteros de mesa, que arrojó sobre las paredes, yendo a parar parte del líquido en la cara del viejo -quedando el cura, tal como su estancia, toda manchada de negro-. Tras ello y mientras el obispo intentaba limpiarse; afirmaron que aquello había sido una trampa muñida por el prelado, para hacer caer la Corona, como venganza por la muerte de su hermano (Fernando). Sin tener derecho Alonso a hacer algo así, por dañar a una niña como Juana (la hija del rey) o al monarca y su destino histórico. Tan solo porque Don Beltrán matase en batalla al primogénito familiar (Fernando); algo normal en las guerras. Por todo aquello, le maldecían y le obligarían, a partir de ese momento, mediar entre el rey Enrique IV y ellos; quienes deseaban primeramente, bautizar a sus nietos. Asimismo, querían ver su prole y proteger a los hijos de su primogénito; quienes deberían ser tratados como príncipes y no como vástagos del mal o de un gran putañerismo. Ya que siquiera les bautizaban, para destinarles al infierno en caso de muerte. Siendo así, desde ese momento, el arzobispo iba a obedecer a su hermana y a su marido Pedro, a menos que deseara, transmitieran a todos lo que había hecho. Aprovechándose de una pobre loca -como Doña Juana- que se hallaba cautiva en sus manos; hechos que podían considerarse alta traición, pues el arzobispo Alonso era miembro del Consejo del Rey (al que había engañado y del que hubo abjurado, en esa forma tan horrible).

De este modo, Beatriz y su esposo, le ordenaban pedir presto audiencia con su majestad Enrique y rendir pleitesía; debiendo seguir a partir de ahora la causa de Doña Juana (sin volver a pronunciar la palabra Beltraneja). De lo contrario, pedirían ellos reunión con Don Beltrán y describirían con todo detalle al Valido, cuanto este viejo vengativo Fonseca, había planeado -con el único fin de hacer daño a Doña Juana, heredera al trono-. Tras aquella amenaza, para que cumpliese lo pactado; advirtieron a su hermano y cuñado de las posibles consecuencias, si el Consejo Real conociese el origen del embarazo en la soberana (tramado como una trampa contra la Corona por el arzobispo). Momento en que -de seguro-, los demás Consejeros y el monarca, ajustarían buenas cuentas con el clérigo que urdió el engaño. De tal manera, si no mediaba por hacer bautizar a sus nietos y porque los pudieran visitar; narrarían al de La Cueva el plan que el obispo había tramado, para lograr que la temerosa reina Juana decidiera quedarse preñada. Asimismo, debería luchar para que a estos dos gemelos nacidos de su sangre, se les diera vida de príncipe, educación de Corte y títulos de su rango. Terminó la reprimenda el marido de Beatriz Fonseca -Don Pedro de Castilla-; quien manifestó muy seriamente que a partir de ese momento, era solo él quien mandaba en la familia Fonseca. Debiendo cambiar el testamento el arzobispo Alonso, para dejar el mayorazgo de Coca y Alaejos a su hijo Pedro (desheredando al primogénito del desaparecido Fernando). Finalizada la terrible exposición, añadió unas palabras el unigénito y padre de las criaturas, aseverando que: “eso era lo que quería explicar con gestos a su tío; pero, él no quería ni enterase”.... .




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del interior del Castillo de Coca, al que agradecemos nos permita divulgarlas. Arriba, algunos artículos cerámicos hallados en la excavación del subsuelo, como los que menciona la leyenda. Al lado y abajo; pasadizos, ventanas y decoraciones en las paredes del castillo.









JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más del magnífico castillo de Coca, a cuyo patronato agradecemos nos permita divulgarlas.








VI) Cielo de agosto (los herederos de Castilla):

Tras la fuerte discusión, salieron de la estancia los tres familiares que tanto habían reprendido al arzobispo; dejando la puerta abierta. Allí quedó el viejo cura, sumido en la tristeza, casi en el llanto; permaneciendo callado y pensativo. Al tiempo, vino su sobrino Alonso, para comunicarle que la mesa estaba dispuesta y debían cenar; por lo que muy pronto el clérigo corrigió su semblante; explicando al chico que habían estado jugando en el despacho, tirando los tinteros a las paredes, para divertirse (dejando todo manchado de negro). Como pudo, bajó el obispo a los comedores; simulando estar alegre y sonriente, con el fin de acompañar a todos y narrar lo entretenido que ressultaba aquello de lanzarse las tintas unos a otros. Explicando que él había sido el perdedor en aquella guerra tintada, librada en su sala de oficios, por lo que se presentaba así de manchado ante los comensales. Su hermana y familia, sentada de pleno en la mesa, pronto entendió el significado de tantas risas y tales bobadas; afirmando que era un juego muy recomendable ese de voltear tinteros, cuando se unían hermanos que llevaban tanto tiempo sin verse. Añadiendo el marido que lo habían hecho, para obligar al obispo a quitar esas antiguas decoraciones que tenía en el lugar de despacho y pintarlo de nuevo, con tonos alegres. Los primos y tíos disfrutaron de una larga cena, pero cuando sus tres sobrinos (los hijos de Fernando) se retiraron, quedó a solas de nuevo con los “invitados”. Quienes le advirtieron por última vez de sus órdenes: Primero, ir al monarca, para servir a Juana y a su causa. Segundo; pedir que los gemelos nacidos de la reina de Avis con Pedro, fueran bautizados y llevados donde sus abuelos los pudieran ver. Tercero, que se les tratase y educase como príncipes. Cuarto y final; cambiar al testamento y dejar el mayorazgo a Pedro de Castilla, anulando la herencia que favorecía a los hijos del difunto hermano Fernando.

Nada dijo el viejo Alonso de lo que sucedía a sus verdaderos sobrinos, porque nada podía comunicar. Ya que la gravedad del tema radicaba en ser Consejero del rey Enrique y haber asistido al pacto en Guisando, representando al grupo que favorecía a Juana. Es decir, su hermana y marido, habían descubierto que era un traidor al monarca; porque debido a sus actos, la Corona estaba casi en manos de Isabel. Todo lo que podría llevarle al mayor de los desastres y no solo a la muerte, sino arruinar con ello sus mayorazgos y gran parte de su familia. Fue así, como decidió obedecer cuanto su hermana y marido le impusieron; aunque no en todo, pues el testamento podría falsificarlo, dejando dos copias. Una inicial, que nombrase heredero al referido Pedro de Castilla (unigénito de Beatriz); invalidándola con un segundo documento, que devolviera el mayorazgo a los hijos de Fernando. Ordenando además, que sus herederos enlazaran ambas familias, para aunar los señoríos. Es decir, que el hijo de su sobrino Alonso se casase con una nacida de Antonio, o viceversa; para que en siguiente generación, el mayorazgo de Coca y Alaejos pasase a nietos comunes de Alonso y Antonio (todos descendientes de su difunto hermano Fernando).

Tan pronto como pudo, mandó el viejo Alonso a su cuñado Pedro, el nuevo testamento; donde nombraba al primogénito de los Castilla y Fonseca heredero universal (documento que hizo nulo de pleno; en un segundo legado que lo invalidaba). Como contestación a su escrito, el obispo recibió en Coca la visita de un artista, que se presentó enviado por Don Pedro de Castilla; quien había contratado sus oficios. Teniendo por misión decorar la estancia que había quedado dañada, por una caída de tintas. Debiendo, como artesano, pintar las paredes y poner azulejos; restaurando la sala de despachos que se estropeó por un involuntario volteo de tinteros. Allí permitió el prelado trabajase aquel artista, que muy pronto dejó las paredes blancas y el techo decorado con un precioso cielo de agosto (en azul, con nubes); mientras alicató los lados, con preciosos azulejos albos, que contenían el escudo nobiliario de los Fonseca. De tal manera, al estar compuesto aquel blasón por cinco estrellas en sotuer; cuando se acercaba durante la noche una lámpara o una vela a las paredes. Los brillos y figuras de la azulejería se reflejaban sobre la parte alta; pareciendo que un sinfín de estrellas habían pasado al maravilloso cielo de agosto. Conformando un ingenioso juego de luces y sombras con dibujo de astros, que al prelado le entusiasmaba. Enseñando a cuantos visitaban su castillo aquella nueva habitación; quedando admirados quienes allí entraban -principalmente durante las noches-. Aunque también afirmaban que en ese lugar olía “extraño”; culpando el obispo a los yesos y pinturas; del raro aroma allí existente -pero que a él le gustaba-.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del Castillo de Coca, al que agradecemos nos permita divulgarlas. Arriba y abajo; los campos y la localidad, vistos desde las vigías más altas de la fortaleza. Al lado, una de las habitaciones principales de la torre del homenaje, construida y decorada ya en tiempos de sus sobrinos (entre 1473 y 1500); obra encargada por Alonso Fonseca.




VII) Calma y angustia (la muerte de Alonso el viejo):

Pasaron los meses y pareció que la tranquilidad había regresado entre los Fonseca; más aun cuando llegó la noticia de que la princesa Isabel había desaparecido de Ocaña. Lo que hizo aprovechando una visita solicitada, para rezar ante la tumba de su hermano (sita por entonces en Ávila). De tal modo, tras entrar en la catedral avulense con el fin de postrarse ante el sepulcro de Alfonsito, la infanta ya no regresó al séquito, ni a su guardia. A todo ello le ayudó Alonso de Fonseca, el sobrino, que vigilaba en esos días a la princesa. Huyendo presto hacia Valladolid, donde se decía que ella había contraído matrimonio secretamente -sin dispensas, ni menos permiso de su hermanastro, Enrique-. Afirmando las malas lenguas que estaba ya casada con su primo Fernando de Aragón, no importándole carecer de bulas confirmadas, ni de la autorización del rey. Habiendo celebrado matrimonio de conciencia, un 19 de septiembre de 1469; en misma fecha que se firmó el acuerdo de Guisando (un año antes). Lo que significaba la ruptura definitiva de esos pactos. Hechos que permitían al clérigo Fonseca manifestarse públicamente en contra de la infanta; atacando de manera muy dura a Da. Isabel, por haber roto el “tratado de los Toros” que él promovió.

Con aquella nueva situación, pudo mantener el arzobispo públicamente otra postura; apoyando a Doña Juana. Logrando pronto que sus sobrinos nietos (hijos de Pedro el Mozo y de la soberana portuguesa), fueran llevados hasta Medina del Campo. Donde les bautizaron en 1470; al primero como Pedro Apóstol de Castilla de Avis, imponiendo al segundo el mismo nombre de Andrés Apóstol (junto a iguales apellidos). Tras ello, además, permitieron a los abuelos paternos conocer los gemelos, que quedaron en manos de monjas en un convento de Medina, donde iban semanalmente Beatriz y su marido Pedro, a disfrutar de su prole. Con todo, se produjo un nuevo sueño entre algunos Fonseca; al estar seguros de que la reina de Castilla sería Juana, hermanastra de estos nietos de Beatriz y Pedro. Pensando que aquellos dos niños -en un futuro no muy lejano-, como descendientes directos del rey Pedro de Castilla y de la Casa de Avis, podrían vivir en Portugal, manteniendo el tratamiento de príncipes (siendo quizás, hasta pretendientes a la Corona lusa).

Pero el viejo Alonso de Fonseca, no soñaba tanto; era mucho más realista. Además, desde agosto de 1471 se sentía enfermo y cansado; incapaz para trabajar. Debiendo aislarse en su castillo, donde pasaba horas en la estancia de oficios escribiendo. Allí decidió redactar una última misiva dirigida a sus sobrinos y herederos (los hijos de su fallecido hermano Fernando), que mandó añadir al testamento. En esa carta póstuma comenzaba manifestando que la única persona capaz de gobernar Castilla, era Da. Isabel. Pues viendo al rey Enrique, taciturno y con señas de grave enfermedad; contando Juana tan solo diez años de edad. Si moría pronto el monarca, dejando a su hija de heredera; la Corona podría pasar a una niña impúber, cuya legitimidad como princesa se discutía (provocando quizás una guerra por el Trono). De tal modo, viéndose ya muy cansado y habiendo caído enfermo desde el año 1471; escribía a sus sobrinos (hijos de Fernando), para comunicarles que la única reina a seguir debía de ser Isabel -aunque él se hubiera visto obligado a apoyar la causa de Juana, por razones familiares-. Finalmente, dictaminaba a sus tres herederos, que tras su muerte, debían ir prestos para rendir pleitesía a Doña Isabel y al rey Fernando; ofreciendo toda su ayuda y cuanto tenían, para su causa. Obedeciendo lo que estos dos monarcas dispusieran y pidiendo perdón en su nombre, por haberse visto el arzobispo obligado a defender los intereses de Juana (por motivos imposibles de revelar). Asimismo y por último, advertía a los reyes Da. Isabel y D. Fernando; que su familia -los Fonseca- vivían en el sueño de que sus nietos Pedro Apóstol, y Andrés Apóstol de Castilla Avis, iban a ser nombrados miembros de Casa Real (al subir al trono, la niña Juana). Por cuanto debían tener cuidado con la ciudad de Toro y sus grandes familias; casi todas de origen portugués, quienes no dudarían en apoyar a esta pobre Juana, en contra de Doña Isabel (una verdadera reina).

Al poco de redactar esas palabras y depositar en custodia notarial su carta; ratificando por última vez como únicos herederos de su mayorazgo a los hijos de Fernando. Murió el prelado, cargado de achaques y con una rara enfermedad, que nadie pudo determinar y que le provocaba derrames de melena. Falleciendo un día de mayo de 1473; precisamente en esa habitación preferida, que su hermana y cuñado habían mandado decorar, con un techo que representaba un magnífico cielo de agosto (cubierta de blancos azulejos con el escudo estrellado de los Fonseca). Fue allí donde expiró el viejo Don Alonso y el lugar en que lo encontró uno de sus sobrinos; quien sollozando, comunicó lo sucedido al resto de los que había en el castillo. Pronto dispusieron todo para celebrar sus exequias y disponer de las antiguas salas donde vivía su tío. En esos días, decidieron habilitar el antiguo despacho de oficios, para poder acceder y trabajar en su biblioteca. Fue entonces cuando todos sintieron que la estancia olía cada vez peor y algunos achacaban el hedor a que allí había muerto el prelado. No era así y observando que se trataba de un cuarto oscuro, sin ventilación; ordenaron tirasen parte de su pared, para abrirle una ventana. Al golpear el muro y caer sus trozos ya se gozaba de otro aire; además, el recuerdo de esa lúgubre sala cerrada cambiaba al tener más luz. Así fue como abrieron pronto el ventanal; mientras mandaban a un mozo, que guardase los trozos de cal desprendidos de la pared, con el fin de dárselos a los animales. Por ser normal poner a los perrillos chicos y a los chotos, restos de zonas encaladas para que los lamieran; pues con ello, alimentaban sus huesos. Pero resultó que los canes, apenas mordían los chuscos caídos de esa pared y las vacas que los probaban, enfermaban a los pocos días. Quedando todos muy extrañados al ver que cualquier bestia que tomaba de esos mendrugos calizos, picados en la habitación del viejo Fonseca, terminaba cayendo y presentando dolencias.

Llegó el momento de abrir el testamento, en que su tío Alonso dejaba al mayor de los tres el señorío de Alaejos y Coca -su sobrino mayor, también llamado Alonso-. Mientras ordenaba que en siguiente generación, debía casarse un descendiente de ese primogénito, con el del siguiente heredero (Antonio); pasando el mayorazgo al primer nieto de ambos. Para ese segundo huérfano de su hermano Fernando, dispuso que se dedicase a la milicia, dándole los poderes que había tenido su padre, como brazo armado eclesiástico y ordenando que se pusiera al mando de la reina Isabel. Finalmente, al tercero (Juan) le otorgaba su bendición y órdenes en la Iglesia, esperando que pronto fuera nombrado obispo -pese a que por entonces tan solo contaba veintidós años-. Con todo ello, terminaba dictando como debían ir pronto a rendir pleitesía ante Da Isabel y Fernando; ofreciendo cuanto eran y cuanto tenían. Advirtiendo a estos monarcas, que las familias de origen luso (como los Fonseca) soñaban con la entronización de Juana, casada con el rey de Portugal. Para así poder regresar como principales a su antiguo reino; un pensamiento que especialmente se vivía en la villa de Toro y en la casa de los Castilla Fonseca, cuyos nietos eran hermanastros de Juana. Por cuanto habría de tener especial cuidado con esa ciudad toresana, que podría sublevarse y proclamar reina a su sobrina.

Fuéronse los tres sobrinos al notario que lo custodiaba, quien expresó que su tío había muerto sin testar. Siendo un misterio para todos, lo que pudo suceder con aquel legado que se perdió entre los papeles de un falso registrador; quien mantenía no existían las últimas voluntades de Don Alonso, el viejo. Motivo por el cual, los primos Fonseca se enzarzaron en infinidad de pleitos por la herencia del arzobispo. Todos ellos azuzados por Pedro de Castilla,  de quien se dice que al verse desheredado, logró hacer desaparecer todo rastro del testamento.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de la iglesia de Coca, Santa María la Mayor (una de las ocho que antaño tuvo y única que se mantiene como parroquia). En numerosas ocasiones hemos ido a la localidad, sin poder encontrarla abierta, ni obtener el modo de visitarla, o un horario para conocer cuándo se puede acceder a templo. En su interior están las tumbas de los Fonseca de Coca: Alonso I, el viejo; Fernando de Fonseca y su segunda mujer (Teresa de Ayala); Alonso de Fonseca y Avellanada, junto a Antonio de Fonseca y Ayala. El templo se terminó hacia 1520, por lo que las tumbas y el edificio es un encargo de los descendientes de Fernando y Alonso de Fonseca; probablemente comenzado por Antonio y terminado por sus hijos.




VIII) Muerte del Augusto (la habitación envenenada):

Así lo dispuso el viejo Alonso y esos tres hermanos pronto solicitaron una audiencia real, para llevar la misiva y realizar cuanto en ella se ordenaba. La Corte les citó en Aranda de Duero, durante el mes de octubre de ese año de 1473; donde Doña Isabel juraba los fueros vascos. Recibiéndoles la Corona un día después de que tomase juramento a la reina el ilustre caballero Gómez Manrique, que la nombraría señora de Vizcaya. Quiso ver Da. Isabel personalmente a los herederos de Fonseca, que le venían a rendir honores de soberana, debiendo arrodillarse bajo su mando y manto. Traían en mano la última carta de su tío Alonso, donde pedía perdón a la reina, por haber defendido a Juana en los últimos años. No pudiendo optar por otra causa, debido a motivos imposibles de expresar (tal como decía la misiva). Aceptó ella el perdón solicitado y tomó nota del deseo de los tres Fonseca por servirla; dando derecho a la herencia y mayorazgo del primero (Alonso) mientras mandó al segundo (Antonio) que se enrolase en sus ejércitos. Dejando al tercero que dispusiera de su destino, al considerarle “hombre de Dios”. Finalmente, preguntó sobre las causas de la muerte de su tío, al que vio bien de salud pocos años antes. Narraron los sobrinos que había comenzado a enfermar veinte meses atrás, creyendo que se debía a una falta de interés por vivir, sin salir apenas de su cuarto; siquiera para tomar el sol o el aire.

Extrañó a la soberana esa situación, pues le había conocido bien y sabía que era hombre de duras decisiones, que no dejaba de trabajar a diario y que nada -ni nadie- podía torcer sus ideas. Por ello, preguntó qué le había hecho cambiar los tres últimos años, e incluso apoyar a su sobrina Juana, como heredera. Rogando disculpas a Da. Isabel, explicó el primogénito (Alonso) que en su consideración todo venía de la influencia de sus tíos, los Castilla y Fonseca; abuelos de aquellos dos gemelos llamados Pedro Apóstol y Apóstol; nacidos de la princesa de Avis y de su primo Pedro el Mozo. Pues desde que le visitaron, después de los pactos en Toros de Guisando, su tío el arzobispo había cambiado radicalmente. Sin conocer nadie las razones. Tanto, que en su última misiva -entregada a la reina- pedía perdón por su apoyo a Juana (hija de Enrique) como candidata al trono; sin poder exponer qué sucedió para que cambiase de causa. Quedó pensativa Da. Isabel, preguntando si habían visto algo nocivo o venenoso cerca de el viejo obispo, que pudiera haberle atontado o empeorado su salud. Los tres de Fonseca afirmaron que nada extraño hubo, aunque recientemente, descubrieron que las cales de la habitación donde el anciano hacía la mayor parte de su vida, mataban a todo animal que las comiera. Cambió el semblante de la reina y sin comentar nada más, les mandó que fueran a buscar un viejo físico judío, llamado Maese Ezequiel; que vivía en la Mota de Toro. Ordenando que hasta allí se trasladasen, presentándose ante ese médico tan solo diciendo que venían por parte de una persona que él conoció en Cardeñosa, debido a unas truchas. Pues el juicio de este galeno, les podría explicar bien qué había pasado en la muerte de su tío, en relación con los yesos de raro hedor que mencionaban (por si hubiera motivo sospechoso).

De ese modo, al partir de Aranda, se dirigieron los tres jóvenes hasta la referida Mota, que distaba pocas Leguas de Tordesillas (apenas tres); logrando allí dar con el mencionado Maese Ezequiel. Quien al saber que les enviaba esa “persona conocida en Cardeñosa”, pronto supo que eran mandados por la reina Isabel. Explicaron aquellos sobrinos los síntomas de muerte en su tío Alonso, que durante dos años había ido empeorando (sin cura, ni remedio); hasta fallecer como infectado, lleno de achaques, tomando un tono grisáceo de piel, perdiendo peso, pelo, e incluso el oído. Narrando que en la habitación donde realizaba gran parte de su vida, apenas había ventilación y las paredes desprendían un fuerte olor (que a él no le disgustaba, pero que todos rechazaban). Fue así como el viejo físico Ezequiel Azanel se ofreció a ir junto a los tres de Fonseca, siempre que le dispusieran un carro en buenas condiciones, donde pudiera viajar tumbado. Algunas horas tardaron en hacerse con esa carreta, que finalmente arrendaron en Mota (al encargado de Postas, llamado Alberto de Martín); yendo así camino hacia Coca. Unas quince Leguas había entre ambas poblaciones, por lo que se tardaba una jornada entera en llegar. Durante esa larga ruta, vinieron hablando y contaron los sobrinos que su difunto tío Alonso -llamado el viejo- había pasado de niño los meses de verano y descanso en Mota de Toro. Pues su tutor fue Pere Yañez de Ulloa, primer Señor del lugar; y al quedar huérfano ese Alonso de Fonseca (en 1420) se hizo cargo de él. El médico, bien conocía a la familia Ulloa, habiendo oído hablar mucho de los abuelos de estos tres jóvenes; aunque añadió que hasta 1453, él no había llegado al pueblo. Pero sí creía haber hablado algunas veces con un muchacho llamado Fernando de Fonseca, que pasaba largas estancias durante los meses de calor, junto al señor don Pere Ulloa. Grata sorpresa tuvieron, al oír que el físico mencionaba a su padre; quien en verdad era mayor que su tío Alonso y paraba los veranos en Mota, bañándose en sus molinos y disfrutando de los Campos de Castilla.

De tal modo, alegres por saber que el judío era un viejo conocido de su progenitor, se llegaron al día siguiente al castillo de Coca. Donde dirigieron al físico hacia la sala de oficios en la que murió el arzobispo. Aquel curioso anciano, entró en la habitación y tomando uno de los azulejos caídos de la pared abierta, lo raspó con una de sus uñas; viendo que el esmalte blanco se desprendía. Probó hacer lo mismo en los otros (fijados sobre el muro); observando que el color salía en muchos de ellos, cayendo como arena fina. Tras comprobar este hecho, comunicó que el alicatado de esa estancia era como una daga; pues el blanco que contenían estaba formado por plomo. Casiterita que si se desprendía en polvo; respirada podía envenenar, siendo igualmente tóxica para quien simplemente la tocase. Pero más dura fue su conclusión, al analizar la pared; viendo que no contenía cal y que su blanco se había conseguido también con plomo. Por lo que preguntó quién había mandado decorar todo ese cuarto de oficios, pintado en blanco plúmbeo y con paredes de azulejos que desprendían restos de estaño. Los sobrinos respondieron que fue su tío, Pedro de Castilla; quien regaló la nueva decoración, tras manchar las paredes con tinta. Al escuchar aquello, afirmó el físico que el que allí había habitado, fue muerto por efecto de sus paredes; envenenado por lo que se denominaba Saturnismo (plomo en la sangre). Ya que la estancia apenas tenía ventilación y estaba enteramente sometida a los restos de ese metal tóxico, contenido en los azulejos mal cocidos y en el yeso que cubría las paredes.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
imágenes del interior del castillo de Coca, a cuyo patronato agradecemos nos permita divulgar. Arriba, uno de los azulejos pertenecientes a sus decoraciones de muros; con el blasón de los Fonseca y las cinco estrellas hechas en blanco de plomo (exactamente como la leyenda narra). Al lado y abajo, decoraciones en la torre del homenaje; con antigua azulejería y pinturas simulando alicatado en las paredes.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes más, del interior del castillo de Coca, a cuyo patronato agradecemos nos permita divulgar. La estancia y decoración de la torre del homenaje. Es importante saber que esta parte del castillo fue realizada en época muy posterior y tras la muerte de Alonso Fonseca el viejo. Habiendo sido construida por su sobrino Alonso, entre 1485 y 1500. El coste del la obra fue de unos quince millones de Maravedíes, lo que a precio de hoy podemos calcular como unos quince millones de euros; ya que un kilo de garbanzos en la época valía 1 Maravedí. La leyenda narra el modo en que fue ganado este dinero.



B) SANGRE, AMOR Y LOCURA:

I) Pena angosta (el asesino de Alonso el viejo):

Muy tristes quedaron los tres sobrinos del viejo Alonso, al conocer que su amado tío había sido envenenado; de un modo tan alevoso como premeditado. Residiendo la clave de su enfermedad y deceso, en aquella estancia cerrada cuya decoración había regalado su otro tío, Pedro de Castilla. Creando en ella una verdadera cámara mortuoria, al haberla mandado recubrir de plomo. Además, el dolo que contenía esa cobarde acción, se extendía a la seguridad de ellos mismos; ya que los jóvenes habían cohabitado en la sala de oficios con su tío, el obispo. Quien en el lugar, les daba clases de latín y griego, a más de explicarles Historia, astronomía y matemática; deseando formar bien a sus pupilos en el Trivium. Afortunadamente, a los tres hermanos el tufo de la habitación les disgustaba, por cuanto siempre dejaban las puertas de par en par (abriendo además el pequeño postigo que daba al exterior; si el frío no lo impedía). Aunque al viejo prelado, aquel olor le resultaba grato; comentando que le recordaba a su juventud, cuando estudió junto a la fábrica de espadas de Toledo -creyendo que se trataba de un aroma desprendido desde el yeso y no por metales peligrosos-. Para mayor desgracia, comentaba el viejo Alonso, que allí dentro descansaba y lograba conciliar rápido el sueño; algo que durante toda su vida no había podido hacer. Pues fue siempre un triste insomne, al que en el seminario le apodaban “el de la Santa Compaña”, porque pasaba las noches despierto, leyendo junto a unas velas.

Lo que nadie podía imaginar es que esa somnolencia que encontraba en su oficio el arzobispo; procedía de un lento envenenamiento de plomo, que acabó con su vida. Lloraban de pena los tres de Fonseca cuando despedían al médico judío, que no deseaba cobrar siquiera por la consulta. Pero los jóvenes, queriendo pagar su oficio, decidieron regalarle un precioso manto que perteneció a su tío Alonso (en agradecimiento y como recuerdo de amistad). Al alejarse el mulero que llevaba al físico hacia Mota; el mayor de los Fonseca (Alonso) dijo al resto de hermanos que esto no podía quedar así y había que tomar medidas contra su tío Pedro. El segundo, llamado Antonio, propuso enviarle un “mensajero” que lo ensartase cual una morcilla. Pues como nadie conocía lo ocurrido en esa habitación pintada de plomo y todavía era secreto de los tres, el envenenamiento del anciano obispo. No habría nexo que pudiera unir con ellos, aquel merecido asesinato; quienes aparentemente nada tenían en contra de sus primos (los Castilla y Fonseca). Aunque el mayor, Alonso; añadió que no se podía obrar de ese modo, sin ser del todo descubiertos. Pero como señor de Coca y de Alaejos, estaba dispuesto a detener a su tío Pedro; a juzgarlo, y si hacía falta, encarcelarlo o bien llevarlo al cadalso. Ante todas esas propuestas, el tercero (Juan) apostilló que aquello iba a ser un terrible proceso; en el que habría que encontrar al pintor, demostrar que estaban mal cocidos los azulejos (con animadversión) y habían envenenado premeditadamente con plomo, las paredes. Pero lo peor de todo, sería el desprestigio para la familia, quedando la honra de los Fonseca muy tocada. Por cuanto él creía que una buena solución era enviarle una misiva a su tío Pedro, firmada por los tres y llegada por conducto seguro. Carta seriamente redactada en la que se expresase que ellos sabían lo sucedido en la habitación que mandó decorar; ya que todo se descubrió al morir su tío Alonso. Por lo que sin más, no queriendo denuncias; dictaminaban que él y su familia quedaban expulsados del castillo y dominios en Alaejos. Debiendo pagar secretamente cuarenta millones de Maravedíes a los tres sobrinos que le habían descubierto, so pena de ser puesto en manos de la justicia. Dando como plazo para depositar el dinero, un año desde la muerte de su tío y tres meses para dejar la fortaleza de Alaejos; que como mayorazgo pertenecía a Alonso de Fonseca Avellaneda (primogénito y heredero del señorío).

Fue así como Don Pedro de Castilla y Salazar, tuvo que vender gran parte de sus posesiones, muchas de las que tenía en tierras de Valladolid, heredadas desde quienes todavía apoyaron a su padre: Don Diego de Castilla y Sandoval. Que fuera hijo del famoso rey Pedro I, asesinado por su hermanastro Enrique, en Montiel (1369); quien de ese modo subió al trono como Enrique II -fundando la Casa Trastámara-. Debido a las circunstancias que narramos, nació este Pedro de Castilla y Salazar, dentro de las murallas de Curiel; donde su triste progenitor, Diego (uno de los hijos del monarca derrocado) fue encarcelado desde los cinco años y durante cinco decenios. Una de las prisiones más largas y terribles, conocidas en la Historia; que llevó a cabo el nuevo rey Enrique II, tras matar por su mano a Pedro I (su hermanastro). Luego del crimen, por temor a que la sucesión y vástagos del soberano asesinado, hiciera peligrar la dinastía del entronizado fratricida Enrique; con enrome crueldad, recluyó a dos de sus hijos (Diego y Sancho). Manteniendo en prisión a Diego de Castilla, en Peñafiel y más tarde en el castillo de Curiel (Valladolid). Lugar en que estuvo más de medio siglo, y donde la hija de su carcelero se “apiadó” del príncipe preso, con el que tuvo larga descendencia. Muy diferente destino tuvo el menor del rey Pedro, llamado Sancho; que fue apresado en el Alcázar de Toro a los cuatro años de edad; muriendo de frío y neumonía antes de cumplir los ocho. En este ambiente terrible de odio e incertidumbre, se había educado Don Pedro de Castilla y Salazar (esposo de Beatriz de Fonseca). Venido al mundo en prisión y criado como un proscrito, debido a la crueldad del rey Enrique II y de sus sucesores; quienes tras subir al trono al asesinar a su abuelo (Pedro I), encarcelaron a su padre (Diego) durante cincuenta años. Aunque en 1334, se apiadó de él Don Álvaro de Luna; logrando el Condestable que el rey Juan II le dejase libre y repusiera algunas de las posesiones que antaño fueron de su padre, por ser monarca de Castilla.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de la casa de Mota del Marqués, donde se recuerda el manto que regalaron los sobrinos de Alonso Fonseca al médico Ezequiel Azamel. Se trata de un edificio en la antigua calle de Tenerías, a cuyo lado levantaron en el siglo XVII un edificio “familiar de la inquisición” (posiblemente por ser un terreno expropiado a la parentela hebrea de este médico). Así, en fechas señaladas (como la del Corpus) sacan un bonito manto a la balconada, en memoria de aquel obsequio de los tres Fonseca.








SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de Curiel y su castillo, donde vivió preso durante cincuenta años Diego de Castilla; padre de Pedro de Castilla, marido de Beatriz de Fonseca (quienes residían en el castillo de Alaejos, perteneciente a Alonso de Fonseca -el viejo-). El único crimen que cometió Diego de Castilla, para haber vivido preso cinco décadas, fue ser hijo de Pedro I. Rey al que su hermanastro Enrique, asesinó (en 1369); tras lo que logró subir al trono de Castilla, como Enrique II. Después de ser proclamado el fratricida y rompiendo todo acuerdo con los partidarios de Pedro I, que exigían no se tomasen represalias contra los hijos del soberano asesinado. Enrique II decide apresar a sus descendientes; así como vengarse de los que habían apoyado al anterior rey. De ese modo, Diego de Castilla, con tan solo seis años, fue recluido en Peñafiel y más tarde en Curiel; donde permaneció cincuenta años. Allí tuvo cinco hijos con la hija de su carcelero, cuyo primogénito fue Pedro de Castilla, que se casó con la mayor de las hermanas Fonseca y Ulloa (Beatriz).





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, iglesia de Curiel. Abajo, Peñafiel, sus campos y castillo; visto desde Curiel. Recordemos que en este segundo castillo fue donde primero estuvo preso el padre de Pedro de Castilla.





II) Pago a gusto (Talegón con los dos millones de Reales):

En mayo de 1474 se cumplía el primer aniversario por la muerte del arzobispo Alonso Fonseca (al que llamaban el viejo). Sus herederos y sucesores, los tres hijos de Fernando, dispusieron que la misa de celebración por ese año, fuera realizada en Toro; donde podrían reunirse los numerosos primos, junto a sus tíos y allegados a la familia. Para organizar aquel funeral en la villa de Toro, no solo les movía el recuerdo de sus orígenes; sino otras razones de importancia muy distinta. Entre otras, manifestar ser los verdaderos herederos del mayorazgo, con el fin de evitar pleitos y reclamaciones entre los primos. Pero además, allí, tenía su banquero el famoso Pedro de Castilla; su tío, al que le habían puesto como plazo máximo de pago, aquella fecha. Advirtiéndole que si no entregaba los cuarenta millones de Maravedíes, tras el primer aniversario del fallecimiento; sería denunciado a las autoridades. Para tal fin, habían mantenido cerrada y sellada la habitación envenenada con plomo, por si había que delatar al criminal ante la justicia.

De tal manera, se celebró el funeral en la Colegiata de Santa María de Toro, con una bella misa cantada en gregoriano y concelebrada. Terminada la liturgia, pasaron muchos de los Fonseca a visitar las tumbas de sus antepasados, que se hallaban en esa gran iglesia toresana (las de Juan Rodríguez de Fonseca, María de Ulloa, Pedro de Fonseca y María de Manuel). Después, llegó el momento de la salutación entre parentela; donde los tres sobrinos del arzobispo -Alonso, Antonio y Juan- volvieron a reconocer muchos de sus primos. Destacando entre ellos, la figura de Alonso de Fonseca y Acevedo, que por entonces ya se hacía llamar Alonso II de Fonseca; famosísimo prelado, arzobispo de Santiago y gran mecenas de la Universidad de Salamanca. Un individuo culto, alegre e inteligente, que muy pronto tomó contacto con Juan (el menor), para ayudarle a ampliar sus estudios en los colegios salmantinos que él patrocinaba; tanto como en su sede episcopal de Compostela. Donde el joven Juan Rodríguez de Fonseca, entró meses después, pudiendo mantener contacto con Elio Antonio de Nebrija.

Terminadas las ceremonias, los tres hermanos y herederos, se fueron hacia su tío Pedro, al que comunicaron que ya debía estar todo preparado, para que les llevase ante su banquero (tal como habían previsto). Así fue como Pedro de Castilla se dispuso ir hacia Tagarabuena con ellos, donde se levantaba el palacio de su “físico de finanzas” -tal como aquel hombre se hacía llamar-. Un famoso y adinerado converso, que residía en un magnífico caserón a las afueras de Toro, sito en esa pequeña pedanía colindante. Allí les recibió el banquero, que recientemente se había bautizado, renunciando a su anterior credo; cambiando su antiguo nombre judío, que fue Josúa Ibes Ha-Torí (Jose el de Toro)-. Pero al que todos en la villa apodaban “Talegón”, por los enormes talegos de monedas con oro y plata que siempre manejaba; un mote que tomó como apellido cristiano. El rico Talegón era de origen navarro y su abuelo se había establecido en Toro como físico, en época de Don Pedro I (el rey que fue apresado en esta villa). Por lo que le unía una larga amistad con Pedro de Castilla; nieto de aquel monarca que tantas andanzas hubo por los campos de Tejadillo, Tiedra, Urueña y de Toro. Así pues, fueron presentados los tres de Fonseca, llegados para recoger los cuarenta millones de Maravedíes; que el banquero Talegón entregó a regañadientes. Afirmando primero, que en esas cantidades no se podía hablar de maravedíes, sino en Reales; siendo dos millones de Reales el pago a hacer. Preguntando repetidamente al que los traía, si no eran demasiado jóvenes esos caballeros, para recibir tanto dinero. Aduciendo el que pagaba (su tío Pedro); se trataba de una herencia debida y que el testador -Alonso Fonseca- mandaba se liquidase en el primer aniversario de su muerte, a esos sobrinos suyos.

Después de realizados los trámites para que los cuarenta millones de Maravedíes pasaran a la banca de los tres hermanos, en Coca; al salir del palacio del financiero Talegón, su tío Pedro quiso decirles una última cosa en vida. Advirtiendo que, aunque el rey Enrique hubiera fallecido y la infanta Isabel se hubiese proclamado reina. Ni su reinado iba a durar, ni su dinastía a perdurar; ni menos, Juana permitiría la usurpación de la Corona. Por cuanto, en pocas semanas o meses comenzaría la pugna, en la que Portugal vencería a la falsa reina Isabel; deponiéndola de su Trono. Proclamándose pronto a Juana I de Castilla, la verdadera princesa; momento en que la gloria volvería a su familia, porque sus nietos eran hermanos de esa futura soberana. Por todo ello, les pagaba con alegría ese dinero, que muy poco iba a durar en sus manos. Ya que, en breve, caería la monarquía de Isabel y sería elevada al trono la nueva soberana; quien nombraría a él y a sus hijos, los señores de Coca y Alaejos. Desposeyendo a esos tres hermanos de cuanto ilegítimamente tenían; todo lo que ellos pedirían a la Corte de Juana, tras vencer a la usurpadora Isabel y destronarla. Así se despidió el su tío Pedro de ellos, en espera de volverlos a ver después de la caída de la infanta y de su marido Fernando; un momento en que toda la gloria de hoy, se convertiría en ruina para aquellos sobrinos.

Muy desagradables sonaron esas palabras en el corazón de los tres jóvenes, aunque comprendían que su tío había quedado casi arruinado tras el pago. Tanto, que después de ser expulsado del castillo de Alaejos, tuvo que vivir en una pequeña casa que había comprado, situada junto a la plaza del pueblo. Sin poder siquiera adquirir palacio o casona en Toro. Pues además de rendir cuentas con los de Coca, debía sufragar los gastos de un sepulcro que había encargado en la iglesia toresana de San Lorenzo. Una cara tumba para él y su mujer, contratada cuando sus nietos nacieron; con el fin de que allí descansaran estos abuelos de los príncipes de Castilla y Portugal (tal como llamaban a los dos hijos de su unigénito Pedro). Sea como fuere, los tres hermanos de Fonseca, habían logrado cobrar la enorme cantidad y deberían acordar qué destino darle. De tal manera, decidieron dedicar la mitad del pago a reedificar el castillo de Coca (en memoria de su tío Alonso, el viejo). Construyendo sobre él una fortaleza en estilo mudéjar, e intentando edificar uno de los baluartes más bellos de Castilla. Obra que dedicarían al primer señor de Coca (el arzobispo) y que pasaría al mayorazgo de Fonseca; perteneciendo a los dos hermanos primeros, pues estaba acordado que sus primogénitos se casasen (heredando los señoríos y posesiones, el primero de sus nietos comunes). El resto de los cuarenta millones de maravedíes, lo dividirían entre el segundo y el tercero (Antonio, el militar y Juan, el sacerdote), para dedicarlo a sus mecenazgos, estudios y cuanto necesitasen. De este modo se concertó en la primavera de 1474 que Alonso (el heredero mayor) rehabilitase el castillo de Coca y el de Alaejos, quien pronto comenzó las obras; mientras Antonio se quedó en la segunda fortaleza. Por su parte, el clérigo Juan, quiso ir a Salamanca para estudiar y vivir junto a su primo Alonso II de Fonseca, obispo de Santiago y mecenas de la Universidad (famoso por su generosidad y su cultura).



SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del castillo de Coca, donde vemos una zona de su muralla, en la que se advierte claramente la parte antigua (realizada en tiempos de Alonso de Fonseca -el viejo-). Frente a una nueva y mudéjar, levantada por su sobrino, Alonso de Fonseca y Avellaneda. La zona hecha en piedra, es lo que queda de la fortaleza primera de Coca; que al ser heredada por el primogénito de Fernando, fue derribada y reconstruida por la familia de Al Farax y terminada por el arquitecto Ali Caro. Su parte de comienzo se halla justo en esta parte donde vemos el verraco vettón, introducido en la muralla de liza del castillo. La leyenda supone que estos toritos fueron traídos desde Guisando, por el arzobispo, tras los pactos en venta juradera y colgados en la pared de liza (aunque finalmente se quitaron dos de sus murallas, al derribar la fortaleza antigua).





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Sepulcros de María de Ulloa y de Pedro Rodríguez de Fonseca, en la colegiata de Toro (Zamora), a la que agradecemos nos permita divulgarlas.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Detalle de los sepulcros de María de Ulloa y de Pedro Rodríguez de Fonseca, en la colegiata de Toro (Zamora), a la que agradecemos nos permita divulgarlas.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, de nuevo el sepulcro de Pedro Rodríguez de Fonseca, marido de María de Ulloa. Abajo, a nuestra derecha, sepulcros de otro Pedro Rodríguez de Fonseca y de su esposa María de Manuel. A sus pies, tumba de Pedro Rodríguez de Fonseca, obispo de Coria -colegiata de Toro (Zamora), a la que agradecemos nos permita divulgarlas-.










JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Detalles de la tumba de Pedro Rodríguez de Fonseca, marido de María de Manuel -colegiata de Toro (Zamora), a la que agradecemos nos permita divulgarlas-.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Al lado, la Colegiata de Toro (Zamora). Abajo, de nuevo, la tumba de Pedro de R. Fonseca, esposo de María Manuel.





III) Al gusto (1475, el año de la coronación):

Desde el otoño de 1474, residía el menor de los tres Fonseca en Salamanca, donde se formaba junto a los sabios que le había recomendado su famoso primo, Alonso II (obispo compostelano). Asimismo, este Juan de Fonseca, logró hacerse muy cercano a Fray Hernando de Talavera, que por aquel entonces era confesor de la recién proclamada reina, Isabel. Entablando a su vez amistad, en la universidad salmantina, con personajes como Elio Antonio de Nebrija; muy unido a su benefactor y familiar (el prelado santiagueño). Así comenzaron a prosperar los tres herederos de Fonseca, desde 1474; una fecha que marcó el inicio de sus progresos. Pues no solo pudieron cobrar a su tío los dos millones de Reales; sino que -además- en el mes de octubre fallecería el insidioso marqués de Villena. Siendo este, el único deceso ocurrido en los últimos tiempos, del que nadie sospechó había podido tratarse de envenenamiento ordenado por Juan Pacheco. Debido a que Juan Pacheco y el marqués de Villena, eran una sola persona. Aunque sí se decía que su muerte había sido tanto extraña, sucediendo en las cercanías de Trujillo, tras una crisis sufrida en los campos de la cacereña Madroñera. Donde se le abrió un ganglio inflamado en la garganta; por lo que fue llevado hasta el físico de un pueblo muy próximo, llamado Santa Cruz de la Sierra. Al oír el nombre del lugar, el marqués quiso temblar, intuyendo sería esta su cruz final. Pero lo peor sucedió cuando le auscultó el galeno; y al ver que en su tráquea había un bulto del tamaño de una oliva (crecida y cual una vena reventada). Quiso abrir el bubón, dándole un pequeño pinchazo, con el fin de que el bulto sangrase lentamente; solicitando a su ayudante, le pusiera en mano una aguja. Preguntó el mozo, el tamaño del punzón que debía coger; contestando su maestro que el más pequeño, como una espina de trucha. Fue al oír aquella palabra de “trucha”, cuando el marqués de Villena cambió de rostro, reventándole furtivamente esa inflamación de la garganta; matándole ahogado en su propia sangre -tal y como se cocinan las lampreas-.

Así murió el villano de Villena; de un modo que a todos alegró (en octubre de 1474). Un mes más tarde, se celebró el matrimonio entre Alonso de Fonseca, señor de Coca y Alaejos; con la hija de los condes se Oropesa: doña Mayor Álvarez de Toledo. Por cuanto pronto supieron que llegaba un heredero del mayorazgo, habiendo quedado encinta la esposa antes de terminar el año. Para mayor beneficio, en ese mismo mes de diciembre, también sucedió la muerte del incómodo rey Enrique; del que no se sabía si era monarca, regente o maldiciente (pues tan pronto juraba a su hija heredera, como dejaba el Trono a su hermanastra). Pocos días después del deceso de este extraño soberano, se proclamó reina Da. Isabel; coronación que ratificaron sus nobles semanas más tarde -sin darse problemas, ni levantamientos (en enero de 1475)-. Pero la nueva entronizada temía que los portugueses convencieran a su sobrina Juana para que se sublevase, reclamando ser legítima heredera (entrando en guerra por el Trono de Castilla). Para evitarlo, pensaron utilizar una curiosa argucia; al conocer que quienes apoyaban a la llamada Beltraneja, temían que Isabel y Fernando tuviesen un hijo varón. Pues la existencia de un príncipe, nacido de estos dos, aseguraba una eterna e irresoluble guerra, apoyada por Aragón. Al ser Fernando, nieto de Fernando de Antequera (hijo de Juan I de Castilla); por cuanto la Casa de Aragón tenía casi tantos derechos al trono castellano, como la propia Isabel o su sobrina Juana.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes de Santa Cruz de la Sierra (Cáceres) lugar donde murió el marqués de Villena. Su deceso se produjo tal como describe la leyenda; debido a un ganglio inflamado en la garganta, que terminó reventando -ahogándole en su propia sangre-. Por lo demás, en este bonito pueblo conservan otra leyenda diciendo que entre sus montes se halla la tumba de Viriato (en la cima del Santa Cruz). Arriba, vista general de la localidad, con el cerro donde la leyenda cuenta que fue enterrado Viriato. Abajo y al lado, dos curiosas fotos donde vemos las estelas que se consideran de Viriato. En una de ellas pone “Viriato, que la tierra te sea leve”.





IV) Noche de agosto (el nuevo príncipe y la sucesión de Isabel):

A comienzos de 1475 fue citado en Salamanca el recién casado y futuro padre, Alonso de Fonseca (Señor de Coca y Alaejos); al que hizo llamar su primo Alonso II, obispo de Santiago. Ese famoso prelado y su hermano Juan, le mandaron venir para comunicarle un gran plan urdido por la Corona. El convocado llegó presto desde el castillo a la capital salmantina; donde sus familiares le esperaban en un edificio al que denominaban “Escuelas Mayores”. Las fachadas y aulas que se estaban construyendo allí eran fastuosas; y entre esas magníficas obras, le pasaron a una sala en que se levantaba la futura biblioteca, con forma de capilla -donde se hallaba trabajando un tal Maestro Gallego-. En el interior de aquella enorme estancia se encontraba su primo Alonso y su hermano Juan, quienes paseaban mirando en alto, mostrando a todos esa maravillosa cúpula al fresco, que realizaba el referido “Fernando el Gallego”. Le indicaron que ese mural del techo asemejaba una noche estrellada, plasmando el cielo que verían el próximo 14 de agosto; y mientras le enseñaban esa obra magnífica al recién llegado, el primo Alonso II (de Santiago) explicó que la imagen debía ser recordada durante siglos, al tratarse de una conjunción celeste inigualable. Un día del próximo verano, en que se sucedería la maravillosa unión de astros allí recogida; por lo que había contratado y pagado los servicios de uno de los mejores pintores de Castilla, para dejar su recuerdo en la Historia. Después, mientras admiraban la biblioteca universitaria en construcción; los dos clérigos comunicaron en privado al convocado, que el verdadero significado de todo ello se lo iban a explicar más tarde. Cuando le llevasen hasta la iglesia de San Marcos, donde le tenían preparada una sorpresa (un magnífico secreto).

De ese modo, tras ver cómo pintaba el maestro Gallegos y visitar algunos edificios más, de las “escuelas”; trasladaron al señor de Coca (Alonso Fonseca) hasta una barriada exterior salmantina. Donde en la lejanía, se divisaba la silueta de una curiosa iglesia completamente circular (planta común entre las fundadas por órdenes de caballería). Era un templo dedicado a San Marcos y a su alrededor se observaba un cuerpo de guardia, bien desplegado. Al acercarse los tres al lugar, algunos de los soldados saludaron al obispo Alonso, topando la celada de sus yelmos, abriéndoles el paso y dirigiéndolos hacia la puerta del edificio. Entraron escoltados en la ermita redonda, donde en su parte final había una figura que muy pronto se dio la vuelta. Se trataba de la propia reina Isabel, quien -al parecer- les había convocado allí. Mandó la soberana retirarse a cuantos había dentro del templo, aunque dos de ellos advirtieron que no podían dejarla sin guardia; por lo que permanecerían a las puertas, sin capacidad de entender cuanto dijeran, siempre que conversasen en tono bajo. Así lo hicieron y Da. Isabel comenzó a hablarles de cerca, lamentándose de su destino como madre; debido a que en los seis años de casada, no pudo dar más que una hija a su marido. Pues tras el nacimiento de la princesa (al año de la boda) ningún embarazo más había logrado la infortunada reina. Estando muy preocupada, al creer que Juana (La Beltraneja) se atrevería a sublevarse si no tenía pronto un príncipe varón, como heredero; ya que hasta el momento, la legitimidad se jugaba entre tres mujeres (ella, su hija Isabel y la referida sobrina Juana).

Por todo lo dicho y sintiéndose incapaz de engendrar; ante tal desgracia, había pedido consejo a su confesor, Fray Hernando de Talavera. Quien le puso en contacto con el hermano menor de los Fonseca (Juan) y con su primo Alonso II (obispo de Santiago), que habían urdido un magnífico plan. Tratándose de un secreto que tan solo conocía Fray Hernando, el prelado Alonso y el citado Juan de Fonseca. Una argucia por la que se lograría que el próximo verano, la reina pariese un varón, obligando así a Juana a desistir del trono; por temor a la intervención de Aragón y otros reinos (en caso de guerra por la Corona). Aunque ese hijo, no lo podía gestar la soberana -a la que Dios no permitía quedarse encinta-; necesitando para completar el plan, al niño de la esposa de Alonso (ya que su mujer esperaba una criatura que nacería a primeros de agosto). Para ello, Da. Isabel tan solo simularía el embarazo, poniendo trapos bajo sus ropas; y el neonato -como príncipe- sería el que pariese la señora de Coca. Al oír estas palabras el futuro padre, quedó absorto, aunque su lealtad hacia la Corona le impedía cortar una conversación de la reina; que siguió explicando el plan, para tranquilizar al futuro progenitor. Al que viendo todos su expresión, le aseguraron que nada había temer; ya que su mujer sería trasladada hasta un lugar seguro y protegido en Aragón, donde daría a luz a la criatura. Poniendo como disculpa para mandarla de viaje, las obras que pronto comenzarían en el castillo Alaejos y el de Coca. Debiendo iniciarse esa reedificación cuanto antes; pero sin comentar a nadie la situación de buena esperanza en que ella se hallaba.

Mientras hablaba la soberana, el verdadero padre atendía con enorme interés toda la exposición, pero sin convencimiento. Pues seguían explicándole que podría estar presente durante el parto (que se produciría en Aragón); pero el infante se entregaría a la Corona. Aunque tan solo en espera de que naciese un verdadero descendiente de Isabel y Fernando; o bien, a que Juana desistiera sublevarse. De tal modo, si en un tiempo se había solucionado el problema sucesorio con La Beltraneja definitivamente, se diría que el niño había fallecido; entregándolo de nuevo a su madre (que podría regresar con él, desde Aragón hasta Coca). De otra forma, si en breve, nacía un infante varón (hijo de los monarcas); también sería devuelto el primogénito a su padre, Alonso. Dándolo como fallecido en la Casa Real, quienes enterrarían un cuerpo de menor -comprado a una familia pobre, que hubiera perdido un hijo y necesitase un buen dinero-. Finalmente y mientras el niño viviera en palacio, como heredero real; para que nadie tuviera dudas de la “adopción”. La madre del neonato y mujer de Alonso de Fonseca; seguiría residiendo en ese pueblo de Aragón, hasta que pudiera volver con su vástago a Coca. Allí permanecería bajo la disculpa de ausentarse durante unos años, debido a las obras del castillo; regresando cuando le fuera posible ir con el niño. Para que no hubiera mayores problemas, ni nada que explicar a otros familiares; se había elegido el hijo de ambos. Ya que su mujer era huérfana de padres (al igual que los Fonseca); pues los condes de Oropesa murieron antes de la boda de Alonso y María de Toledo.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Diversas fotos de la cúpula celeste, pintada por Fernando Gallegos para la biblioteca de las Escuelas Mayores en la Universidad de Salamanca -a la que agradecemos nos permitan divulgarlas-. Actualmente sabemos que este maravilloso fresco, refleja el cielo del 14 de agosto de 1475; siendo a mi juicio el momento en que Fernando el Católico iniciaba la guerra civil contra los “beltranejos”. Tras reunir a todas sus tropas en Tordesillas el 13 de agosto y avanzar al día siguiente contra Toro. Aunque este cuadro llamado Cielo de Salamanca, quizás se encargó para conmemorar una victoria; en verdad, ese 15 de agosto Fernando y sus tropas sufrieron una derrota, debiendo retroceder desde Toro. Es este momento cuando comienza la guerra entre beltranejos e isabelinos (los partidarios de Juana contra los de Isabel). Conflicto que duró al menos un año; pues hasta el final del sitio de Toro en septiembre de 1576, el rey de Portugal no decide regresar a su país y retirarse de los territorios castellanos (que consideraba sus dominios; por boda con Juana, La Beltraneja) . Arriba, la cúpula entera, pintada por Fernando Gallegos. En el siglo XVIII el techo de esta zona de biblioteca colapsó, cayendo al suelo (guardándose sus restos); por lo que hasta comienzos del siglo XX, no pudo volver a montarse. Al lado y abajo, algunas de las constelaciones que representa este Cielo de Salamanca Al lado, La constelación de centauro. Abajo, El Carro Menor -Osa Menor-; a su lado Libra, Virgo y Leo.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Este mural se pintó para las clases de astronomía en la Universidad, cátedra que se establece en 1460. Aunque a mi juicio, refleja el cielo del día en que se inició la guerra que llevaría a Isabel y Fernando hasta el trono de Castilla. Todo lo que explicaría que la elección de fechas para entrar en batalla; seguramente, también consultada a astrólogos, ya que aquella noche del 14 de agosto de 1475 hubo una enorme conjunción de astros. En imágenes, algunas de las constelaciones representadas míticamente en este fresco (como es usual entre los astrólogos, y no por los astrónomos). Al lado, Sagitario y Cáncer. Abajo, constelación del Dragón -presentada como Cronos-.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de la preciosa iglesia de San Marcos (a la que agradecemos nos permita divulgarlas. Al lado, exterior del templo; completamente circular, tal como la leyenda narra. Abajo, interior de la magnífica ermita; en la que esta historia cuenta se encontraron los Fonseca con la reina Isabel, para completar una trama con el fin de que Juana no se sublevase.



IV) 14 de Agosto de 1475 (la venida del príncipe):

Tras escuchar aquella propuesta, el futuro progenitor -Alonso de Fonseca- contestó cabizbajo, que haría cuanto la Corona desease. Además, era obvio que tras conocer el plan, resultaba ya imposible negarse a cumplirlo. Aunque tenía una duda, sobre qué hacer si el que venía se malograba o nacía hembra. A ello, respondió su primo (el obispo), explicando que si el esperado se perdía o era una hija; simplemente, la madre volvía al castillo de Coca o Alaejos -regresando desde Aragón, sola o con la niña, después del parto-. Siendo muy importante que nadie cercano conociese la venida de ese hijo al Mundo y que por ello se les había elegido, ya que no tenían padres ni suegros. Pudiendo así lograrse sustituir el neonato, como un príncipe nacido de Isabel, al menos durante un tiempo; todo lo que quizás llevaría a la paz en Castilla. Para terminar, añadió el obispo Alonso II, que con el fin de rememorar la fecha de nacimiento de aquel vástago, él mismo había pagado la cúpula de las Escuelas Mayores; donde se plasmaba el firmamento del cielo que se vería el próximo 14 de agosto. Noche con una magnífica conjunción de astros; y en la vendría oficialmente al Mundo ese príncipe -oficialmente nacido de Isabel y Fernando-.

Tras aceptar su destino, salió del templo de San Marcos el futuro padre. Andaba un tanto preocupado, por lo que volvió a cuestionar a su hermano Juan, si había más parturientas en la lista; pues si su hijo se malograba o nacía niña, todo el proyecto quedaba romo. Ante esta pregunta, le respondieron que no; porque era un asunto de tal confianza, que hacía imposible buscar dos o tres embarazadas, para luego solo admitir un niño (pudiendo transcender los hechos fuera del círculo más cerrado de la reina, convirtiéndose en un problema sucesorio). A ello añadieron una extraña explicación, afirmando que el plan -en verdad- había sido urdido por el rey Fernando. Quien se atrevió a acercarse a los ocultistas salmantinos para pedir consejo sobre la fecha del futuro nacimiento; pues como el marqués de Villena estaba ya muerto, quiso el monarca a conocer sus astrólogos, alquimistas y magos (tan fuertemente unidos a ese intrigante Juan Pacheco). Adivinos que la soberana Isabel detestaba, pero que su marido tenía por costumbre consultar; ya que gustaba de la astrología ese príncipe de Aragón. Pidiéndoles que marcaran una data inigualable para que naciera su primer hijo varón -en el calendario estelar-. Todos los magos de Salamanca, señalaron la noche del 14 de agosto de 1575; en la que se producía una conjunción de Venus y Saturno con la Tierra. Por ello se eligió ese día para que naciese el supuesto próximo heredero al trono; cuyo firmamento en forma de cúpula celeste, estaba pintando el maestro Gallegos. Un niño venido al Mundo en esa jornada, que en verdad sería príncipe tan solo meses o años, pues cuando tuviera un segundo hermano, moriría (regresando a su verdadero hogar). Aunque también podría llegar más pronto el día de devolverlo a sus padres (los señores de Coca), si Juana desistiera oficialmente del Trono de Castilla al conocer su nacimiento.

Preocupado volvió Alonso a Coca y allí comentó a su esposa los planes que la Corona habían propuesto para ellos. Por lo que, comprendiendo su mujer no había más remedio que obedecerlos, consoló al marido explicando que una peor situación vivía su hermano Antonio. Quien era capitán de los ejércitos y se hallaba en guerra contra los musulmanes del Sur; pero de haber sublevación con La Beltraneja, debería luchar en el frente de Castilla (contra sus familiares de Toro, que en su mayoría apoyaban a Juana). De tal modo, aceptaron su destino los señores de Coca y mandaron llegar a las fuerzas reales al lugar en que residían, para que trasladasen a la embarazada hasta la localidad marcada por los monarcas (donde pariría al niño). Comunicándoles los oficiales que se presentaron con ese fin, tenían orden de llevarla hasta a un pueblo llamado Sos; donde vio la luz Don Fernando. Siendo transportada allí la preñada, tratada con cuidado y esmero; acompañada por el marido, que poco después regresó a Segovia, para seguir con las obras de las fortalezas. Encargando Alonso la reconstrucción del castillo a una familia de alarifes asentados en Ávila; cuyo maestro era el conocido arquitecto Farax, que trabajaba con su yerno (el más famoso, Ali Caro). De ese modo, en primavera de 1575 comenzaron las obras de Alaejos y demolieron gran parte del edificio antiguo en Coca, perteneciente a su tío Alonso (el viejo); para levantar una enorme mole defensiva, de estilo mudéjar cuya estampa fuera la envidia y gloria de Castilla.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Tres imágenes del castillo de Coca, obra del arquitecto Alfarax, terminada por su yerno Alí Caro. Arriba, dibujo de Eduardo Navarro, tal como se expone en el Museo de la Fundación Rodera-Robles, de Segovia (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestra foto). Al lado, el mismo castillo en un grabado de Dominique Vivant, bajo dibujo de Denon (hacia 1800). Abajo, litografía publicada en Bellezas y Recuerdos de España; libro editado en 1870, tomo VII, pag 510 (volumen dedicado a Valladolid, Segovia y Palencia).





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes más del castillo de Coca. Al lado, podemos ver el estilo mudéjar, perfectamente construido. Abajo, la zona antigua, con muros de piedra, que todavía se conserva; junto a ella se observa la parte posteriormente elevada y totalmente edificada en ladrillo.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes tomadas del libro JUAN RODRÍGUEZ DE FONSECA (Mariano Alcocer Martínez; Valladolid 1926; pags. 96 y 85); en las que podemos ver la escritura cifrada con la que se transmitía Juan Rodríguez de Fonseca, para escribir a la reina Isabel. El original de este sistema secreto para redactar, se halla en el Archivo de Simancas actualmente; y delata la fórmula en que se expresaba este obispo mientras era embajador de los Reyes Católicos en Flandes. Donde fue enviado desde 1502, para que se mantuviera al cuidado de Juana y de Felipe, quienes ya eran inevitablemente los herederos de la Corona de Castilla (tras el fallecimiento de los hermanos anteriores a Juana).



BAJO ESTAS LÍNEAS: El castillo visto desde su frente. Tal como hemos explicado en nuestra parte primera; la fortaleza tenía como sistema de defensa un “foso seco” al que se unía el hecho de mantener medio edificio en planta bajo rasante de terreno. Ello, impedía que los cañones y artillería pudieran apuntar hacia la zona inferior, pues el máximo de disparo está en línea (punto llamado “cero”, o del horizonte). Bajo ella, no podrían dañar el edificio los cañones, salvando la mitad del castillo de las bombardas y efectos de artillería.



V) 15 de Agosto de 1475 (la guerra):

Pero los planes de Don Fernando se torcieron cuando los partidarios de Juana (La Beltraneja) decidieron proponerla en matrimonio al rey de Portugal; quien pensó que por la corta edad de la princesa, podría también gobernar Castilla. Entró así el monarca luso, Don Alfonso, por la zona de Extremadura; acompañado con un ejército de unos siete mil soldados y llegando para casarse con la “supuesta hija” de Enrique IV, en Plasencia. A ambos les separaban tres décadas de edad, por todo lo que el matrimonio celebrado el 25 de mayo de 1475, resultaba casi ridículo (ella con apenas trece años y él superando los cuarenta). Hasta el altar la llevaron sus partidarios, que en esos días la custodiaban y ocultaban; desde que la saga de Mendoza desistió hacerlo (en 1470). Nos referimos a la familia del marqués de Villena, quienes cuidaron de la princesa Juana tras dejársela a su cargo esos antiguos partidarios de su causa, que decidieron ponerse a favor de Isabel (en especial Pedro González de Mendoza). Manteniéndola los Villena escondida durante años en el castillo de Escalona y en sus posesiones cercanas a Madrid. Por lo que, al poco tiempo de morir Juan Pacheco, su hijo Diego -que heredó el marquesado- se hizo cargo de La Beltraneja; logrando concertar el codiciado matrimonio con el rey de Portugal.

Finalmente, después de aquellos esponsales en Plasencia, celebrados en mayo de 1475; tanto Juana I, como Alfonso V, se declararon reyes de Castilla y Portugal. Siendo proclamados en Trujillo; señorío de los Villena, muy cerca de donde murió Juan Pacheco, en uno de sus viajes donde -se supone- iba a tomar contacto con los lusos (tratando sobre los desposorios de La Betraneja). Pero todo se torció tan solo una semana más tarde de la boda; el 13 de junio de 1575, cuando apareció envenenada la madre de Juana. La reina de Avis, mujer de Enrique; que había quedado preñada por el sobrino de los Fonseca, en Alaejos. Una soberana repudiada por su embarazo fuera del matrimonio, que por entonces vivía recluida en el monasterio de San Francisco de Madrid -bajo la “supuesta” protección de los Pacheco-. Su extraño asesinato usando ponzoña, se le comunicó a la pobre hija, recién casada; quien escribió numerosas misivas acusando de esa muerte a su tía Isabel y al marido Fernando. Pese a ello, todo mas bien parecía una trama gestada por el hijo de Villena (Diego); con el fin de lograr un mayor apoyo de los portugueses para la causa de quien ya era Juana I. Por cuanto, a la par de estos hechos, el rey Fernando supo que no habría paz; viéndose obligado a reclutar decenas de miles de hombres, entre los cuales se hallaba como capitán, Antonio de Fonseca.

Llegó el mes de agosto y al segundo día rompió aguas en Sos de Aragón, la esposa de Alonso (señor de Coca y Alaejos), quien parió en el lugar una niña, a la que pusieron por nombre María. Su padre lloraba de alegría por no deber entregarla a la Corona; y su madre ordenó preparar los equipajes para regresar a Coca -en cuanto se repusiera-. Da. Isabel recibió la noticia de que aquel vástago había sido hembra, por lo que comunicó en La Corte que se había malogrado lo que esperaba; debido a preocupaciones, al conocer la boda de Juana y el envenenamiento de su madre (la soberana de Avis). De ese modo, quienes la rodeaban, creyéndola preñada (con trapos que se ataba en su cintura) no sospecharon nada extraño. Fingiendo estar convaleciente durante unos días, se reunió con su marido Fernando; porque la situación que se vivía era grave. Le reprochó fuertemente que hubiera ido a adivinos y astrólogos, con el fin de asesorarse, ante los acontecimientos que vivían. Pues nada habían acertado aquellos visionarios; ya que la venida al Mundo del esperado, no podía suplir un príncipe heredero, al ser hembra la recién nacida. Además el problema de Juana, ya se cernía en presentar batalla; porque las tropas portuguesas habían subido desde Plasencia, llegando a tomar Toro y Arévalo.

En ese momento decidió Fernando aseverar que si la fecha de esos astros no marcaba paz, era una señal de guerra. Por lo que tomó decisión de aunar tropas en Tordesillas, para lanzar un ataque contra Toro, en esa noche del 14 de agosto de 1475. Así lo hizo y al mando de ellas iba -entre otros- Antonio de Fonseca; quien, como originario de esta villa, asesoraba a los superiores en todos los pormenores del lugar. Aunque el referido avance sobre Toro, fue una terrible derrota; debiendo huir las tropas de Fernando y regresar hasta Tordesillas, esa misma jornada. Donde el rey al día siguiente mandó despliegue y retreta. En el trance de la lucha, Antonio Fonseca recibió fuertes heridas; pero dos semanas después pudo reponerse, logrando ir hasta el castillo de Alaejos, donde ya habían regresado sus señores. Sin narrar a su hermano Alonso la terrible derrota sufrida por el rey Fernando en Tordesillas; pudo en esas fechas ser padrino bautismal de aquella niña venida al Mundo, que tuvo por nombre: María de Fonseca y Álvarez de Toledo (a la que la Historia conocería como María Fonseca y Toledo).



SOBRE Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de Tordesillas. Arriba, entrada al Convento de Santa Clara; edificio que antes fue Palacio Real, creado por Alfonso XI y donde vivió su heredero Pedro I, que terminó sus obras. Finalmente este rey lo donó a sus hijas Isabel y Beatriz de Castilla, que lo convirtieron en convento en 1363 (fundado finalmente por bula papal en el 1365). Beatriz era la primogénita de Pedro I, nacida de su relación con María de Padilla; una amante, que fue legitimada como esposa del rey después de que muriera. Al ser asesinado Don Pedro en 1369, su hija Beatriz parece que profesó en el convento de Tordesillas, donde se cree fue jurada como reina de Castilla. Aunque al poco tiempo murió (pensándose que por envenenamiento). Abajo, el río Duero a su paso por este convento de Tordesillas.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos imágenes de un palacete de Tordesillas, en la Plaza de San Pedro. Sus trazas son del siglo XV y sus blasones corresponden a las familias: Castilla, Fonseca, Castro y Ulloa. Al lado, podemos ver este escudo que adorna la magnífica fachada, que se observa en imagen de abajo.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes de la magnífica rejería de este palacio, donde se observan de nuevo los escudos de las familias Castilla y Fonseca. Sabemos que el apellido de la madre de Pedro de Castilla y Fonseca (apodado El Mozo; que dejó embarazada a la reina Juana de Avis) eran Fonseca y Ulloa, lo que cuadra con el lado derecho del blasón que antes hemos visto. Asimismo, los del padre de este Pedro el Mozo eran: Castilla y Salazar, no correspondiendo el segundo, con el blasón inferior derecho, que debería ser las ocho estrellas de Salazar. Desconocemos por qué lleva este escudo los emblemas de la casa Castro, aunque es posible que se trate de una “creación”, colocando el apellido de la primera mujer del rey Pedro I, para hacer ver que el linaje de este Castilla y Fonseca era el de los Castilla y Castro (descendientes de Juana de Castro, esposa del rey). Es decir, sustituyendo el blasón de Sandoval o el de Salazar (de los descendientes de una amante de Pedro I) por el otro de los Castro, cuyo hijo puede considerarse el verdadero heredero al trono. Por cuanto creemos, que este escudo que se añadió a la fachada (laureado y sobre el que luego se puso una cruz, en época clásica); inicialmente fue el de Pedro de Castilla y Fonseca, padre de los gemelos nacidos de Juana de Avis. Deseando los que aquí habitaron, ser los descendientes directos y legítimos de Pedro I. Debido a ello, no tendría el escudo yelmo y fue laureado, decorándolo con una cruz; pues de haberlo rematado con casco de guerrero, este tendría que mirar a su izquierda (como sucede con todo bastardo).



BAJO ESTAS LÍNEAS: El palacete de Tordesillas, en la Plaza de San Pedro.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Dos imágenes relacionadas con Pedro de Castilla y Salazar, nieto de Pedro I, casado con Beatriz de Fonseca y padre de Pedro el Mozo. Al lado, tumba de Pedro de Castilla y de Beatriz de Fonseca en la iglesia de San Lorenzo, en Toro (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestra foto). Este es el sepulcro del que la leyenda habla, diciendo que tras pagar los cuarenta millones de Maravedíes a sus sobrinos, su tío quedó casi en ruina porque debía además costear una tumba. Abajo, casa en Alaejos que pudo pertenecer a Pedro de Castilla y Salazar; pues en su escudo izquierdo podemos ver esos blasones de los Castilla (un castillo) y de los Salazar (trece estrellas en sotuer). Además, el yelmo mira a la izquierda, indicando que es bastardo. El otro escudo sobre la fachada (a nuestro lado derecho) me resulta desconocido y ajeno a las familias Fonseca o Castilla. Ello, nos hace pensar que quizás el blasón de Pedro de Castilla y Salazar, procede inicialmente del castillo de Alaejos, que fue destruido por los Comuneros en 1521 y posteriormente expoliado. Pudiendo haberse puesto siglos más tarde en este edificio de la plaza, sobre una terraza y junto al otro (ajeno a esos linajes). La leyenda supone que esta fue la casa de Pedro de Castilla y Salazar; quien tras ser expulsado de la fortaleza y pagar los dos millones de Reales a sus sobrinos, quedó tan mal de dinero, que no pudo comprar más que este pequeño edificio.



VI) Augurio unido (Rodrigo Díaz de Vivar y Juana La Beltraneja):

El alma gemela de Doña María de Fonseca había nacido trece años antes: un niño venido al Mundo en 1262 y al que su padre puso por nombre Rodrigo Díaz de Vivar. En verdad, aquel apellido le fue añadido al neonato por la imposibilidad de que su progenitor lo reconociera; debido a que por entonces ocupaba el obispado de Calahorra, siendo cabeza de una de las más importantes familias de la nobleza castellana. Nos referimos a Pedro González de Mendoza; famosísimo prelado, que con el tiempo pasaría a convertirse en cardenal y en uno de los más importantes consejeros de los Reyes Católicos. Aunque en estos años de los que hablamos, era todavía un joven clérigo, que apuntaba maneras por su inteligencia y cultura. Habiendo sido capellán del rey Juan II; a su muerte fue nombrado consejero de su hijo (Enrique IV), por lo que en 1458 dejó de residir en Calahorra y pasó a la Corte. Cuatro años más tarde (en 1462), los Mendoza tuvieron la fortuna de que el rey Enrique admitiera como Valido, al candidato propuesto por este obispo. Rechazando al marqués de Villena en el puesto y tomando como Favorito a Don Beltrán de la Cueva, casado con una sobrina del prelado. Lo que convirtió a los descendientes del Marqués de Santillana, en uno de los más importantes linajes de Castilla; y al clérigo, en cabeza de esa familia. Fue por entonces, cuando el obispo Mendoza dio a conocer sus avatares y amoríos, dejando embarazada a su amante; Da. Mencía de Lemos (dama de Honor de la reina Juana de Avis, la esposa de Enrique IV). Con la que mantuvo relaciones al menos desde 1460 y de la que tuvo un primer hijo en febrero de 1462.

Curiosamente la soberana quedó preñada en los mismos días que su camarera, Mencía de Lemos; por lo que pensaron, que bien serviría aquel nacido de la amante y el obispo, si se malograba lo que esperaba la reina. Tanto fue así, que las malas lenguas afirmaban había sido ese el motivo para que Pedro de Mendoza se atreviese a ser padre. Pues sabiendo todos que el “estado” de Doña Juana de Avis, lo había logrado Beltrán de la Cueva. El clérigo (que era tío de Don Beltrán) había encargado un segundo a reponer; para que de una vez por todas tuviera un heredero ese monarca al que todos llamaban “Enrique el impotente”. Así nació el hijo del cura, pocos días antes que viera la luz Juana. Por lo que sus padres (Pedro y Mencía) ofrecieron la posibilidad de entregar al neonato, con el fin de darlo como mellizo; por si fuera hembra la que pariese la reina. Es decir, que sabiendo todos como lo que iba a venir, no había “sido hecho” por el soberano. Si el nacido fuera niña, mejor sería que tuviera un hermano al tiempo (que defendiese los intereses de ambos). Ya que existiendo un problema sucesorio, a un príncipe era mas difícil de enfrentarse; por conocer todos las esperanzas de los hermanastros del rey -Isabel y Alfonsito, deseando heredar al monarca en el trono-. Pero no quisieron sumar ese niño a la Familia Real y al final el recién nacido quedó en manos de sus padres: Pedro González de Mendoza y Mencía de Lemos. Quienes le llamaron Rodrigo Díaz de Vivar, por no mencionar el apellido del progenitor; debido a que todavía el prelado no tenía la suficiente importancia, para que el Vaticano y la nobleza le permitieran reconocer a sus bastardos.

Nació poco después del referido Rodrigo, la desdichada Beltraneja; venida a este Mundo un último de febrero y cuando el que le tenían preparado como posible hermano, contaba ya dos semanas. Fue así como su “sustituto”, engendrado por el obispo; vio la Luz un día 14 del mismo mes, fecha de San Valentín. Santo al que todos reconocían como hacedor del amor; porque casaba a jóvenes romanos evitando de ese modo que fueran destinados a tierras lejanas como legionarios. Aunque ambos niños venidos al Mundo en febrero de 1462, tendrían destinos antagónicos; ya que la princesa Juana jamás pudo ser feliz y cuando tan solo contaba trece años tuvo que casarse con su tío, el rey de Portugal -tres décadas mayor que ella-. Mientras Rodrigo disfrutó del amor y de las artes, además de beber las glorias del triunfo y de la cultura. Pese a todo, sus infancias fueron paralelas y desde que nacieron puede suponerse que permanecieron juntos en el Alcázar de Madrid, donde Enrique IV mantenía su Corte, por entonces. De ese modo, Juana y Rodrigo podemos creer que se criaron como hermanos, pues sus madres estaban muy unidas; por el destino y por la extraña situación de ser consideradas “cuasi barraganas”, pese a tratarse de las principales damas de Palacio.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Arriba, dibujo anónimo del Alcázar de Madrid y sus alrededores, en el siglo XVII (propiedad del Museo Arqueológico, al que agradecemos nos permita divulgarlo). A mi juicio, este borroncito es el boceto para un oleo pintado por Félix Castello, que más abajo recojo. En este Alcázar de Madrid y en el de Segovia había establecido la Corte Enrique IV, desde que su mujer quedó embarazada en 1461. Por lo que la princesa Juana, recién nacida, vivió allí hasta que tuvieron que ocultarla dos años más tarde. Al lado, imagen del patio central del castillo de Coca, tal como se restauró a mediados del siglo XX; debido a que las tropas francesas destrozaron gran parte de la fortaleza. El resto, cayó durante la guerra civil y por fortuna pudo reconstruirse semejando su estado original, hace unos setenta años. Abajo, de nuevo el castillo de Coca, en este caso, su preciosa entrada; donde podemos ver los escudos de las familias: Fonseca, Ulloa, Avellaneda y Ayala.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos dibujitos míos de la basílica de San Francisco el Grande, en Madrid; iglesia que se construyó en el siglo XVIII sobre una anterior, de estilo gótico. En este monasterio que antaño estaba a las afueras de Madrid, fue recluida en 1470, la madre de La Beltraneja; tras parir dos hijos bastardos y ser repudiada por el rey. Allí, la ex-soberana Juana de Avis, vivió bajo la supuesta protección del marqués de Villena; aunque el 13 de junio de 1475 apareció muerta (con evidencias de haber sido envenenada). Su fallecimiento coincidió casi con la boda de su hija Juana (La Beltraneja); casada dos semanas antes con el rey de Portugal, Alfonso V. Un monarca, treinta años mayor que la novia y hermano de su progenitora. Debido a ello, el deceso de Juana de Avis en el monasterio de San Francisco de Madrid; recrudeció el enfrentamiento entre La Beltraneja y sus tíos Isabel y Fernando. Suponiendo el inicio de la guerra civil entre los isabelinos y los beltranejos.



La infancia palaciega en Madrid de Rodrigo y Juana terminó a los dos años de edad; cuando los nobles se sublevaron contra el soberano, en 1464. Situación ante la que decidieron esconder a la pequeña princesa, temiendo que fuera secuestrada (o bien asesinada). Ya que se alzó una gran parte de la aristocracia castellana, después de la venida al Mundo de Juana. No solo por la aparición de una hija, supuestamente engendrada por un rey impotente. Sino porque en esos días, su padre y monarca tomó como medida “persuasoria”, encerrar en el Alcázar de Segovia a Isabel y Alfonsito (hermanastros del rey). Todo lo que fue tomado como un apresamiento de los infantes y provocó la creación de una liga de nobles, que apoyaba la sucesión de Alfonso al trono -causa entonces liderada por Villena-. Considerando a la recién nacida, hija ilegítima y cuyo padre era Beltrán de la Cueva. Momento en que los monarcas decidieron entregar la pequeña Juana al conde de Tendilla y a la familia Mendoza, quienes la mantuvieron escondida en sus palacios; sitos entre Buitrago, Cogolludo, Hita y Trijueque. Mientras, su progenitor y rey se vio obligado a pactar con los aristócratas rebelados; que en 1465 habían entronizado al pequeño Alfonsito -en la famosa “Farsa de Ávila”-. Llegando en esos acuerdos con los sublevados, a entregar su hermanastra Isabel -que por entonces tenía tan solo doce años-. Para casarla con el hermano del marqués de Villena; quien -como vimos-, apareció muerto unos días antes de que esa boda se celebrase. Más tarde, se produjo una guerra civil entre ambos bandos -los que apoyaban a Alfonsito y los fieles a Enrique-, lo que culmina en la Batalla de Olmedo (en agosto de 1467); donde el obispo Mendoza fue herido de gravedad en el brazo izquierdo. Siguió a ello, el cerco del rey en Segovia y la huida del monarca, abandonando a su mujer Juana; que pasa a ser custodiada desde entonces por los Fonseca. Llegándose en esta situación al verano de 1468, cuando aparece muerto el infante Alfonsito (claramente envenenado); hechos que dejan como segunda heredera del Trono a Isabel, todo lo que se pacta y estipula en la jura en los famosos Toros de Guisando -septiembre de 1468-.

Durante los años antes resumidos, el niño Rodrigo Díaz de Vivar y la infanta Juana, hubieron de vivir su infancia ocultos en tierras de los Mendoza (entre Guadalajara y la Sierra de Madrid). Regresando fortuitamente la reina junto a su hija, en el otoño de 1468; después de haber sido recogida por Beltrán de la Cueva, tras quedarse embarazada de Pedro el Mozo -en Alaejos-. Es así como la llevan hasta Cuéllar; y desde allí, es enviada a las posesiones de los Mendoza, con el fin de que pudiera parir los dos bastardos que vinieron al Mundo -fruto de su relación con el sobrino de los Fonseca-. Dando a Luz en Buitrago de Lozoya a esos gemelos que le costaron ser repudiada por su marido, Enrique. Quien en Toros de Guisando, reconoció que nunca estuvo casado con Juana de Avis. Frase que fue tomada en sentido literal por la inteligente infanta Isabel y supuso la deslegitimación de la heredera a la Corona (Juana la Beltraneja) como princesa de Asturias. Pues si el monarca manifestaba nulo de pleno su matrimonio (inexistente); la unigénita habida en el seno de ese enlace, sería siempre un bastardo. Todo lo que hemos narrado, hizo que los Mendoza comenzasen a dudar sobre la posibilidad de que la pequeña Juana pudiera llegar a reina. Generándose una situación que produjo gran descrédito para el rey, frente a sus partidarios. Cuando vieron cómo incluso él toleraba la extendida idea, donde se afirmaba que Beltrán de la Cueva pudiera ser el padre de su hija. Llegando a pactar Enrique, la herencia del Trono con los partidarios de Alfonsito (y más tarde con su hermanastra Isabel).

La sucesión de hechos antes expuestos, fue deteriorando a lo sumo la imagen de ese soberano; a quien sus más cercanos comenzaron a reprochar no defender la candidatura al trono de su hija, la princesa Juana. Finalmente, cuando supieron que la infanta Isabel había escapado de Ocaña, en verano de 1469; para dirigirse a Valladolid y casarse secretamente con su primo Fernando. Muchos de los que antes seguían la causa de la llamada Beltraneja, decidieron cambiar; apostando por Isabel y Fernando (como reyes de Castilla y Aragón, unificados). Principalmente actuaron así los Mendoza; quienes en 1470 optan por apoyar a esa otra heredera al Trono, abandonando definitivamente al soberano Enrique y a su “presunta heredera” (Juana). En esta situación entregaron la niña princesa al marques de Villena; quien al ver que los Mendoza eran bien acogidos entre los partidarios isabelinos, se pasaron al lado beltranejo. Una decisión tomada por pura envidia, al saber que el obispo Pedro González de Mendoza se convertía en asesor principal de Isabel, tras años protegiendo y apoyando a la Beltraneja. Es entonces, cuando aquella princesa Juana, necesariamente tuvo que ser separada de su “hermano” Rodrigo, a la vez que de su madre. Siendo entregada a Juan Pacheco (el de Villena) que la mantuvo oculta entre el Alcázar de Madrid y el castillo de Escalona. Internando en el monasterio matritense de San Francisco a su progenitora (la repudiada reina Juana).




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEA
S: Arriba y al lado, dos imágenes cercanas a 1930, donde podemos ver la basílica de San Francisco el Grande y a su lado, el convento de la misma Orden, que por entonces permanecía en pie. Finalmente, este edificio -junto a la gran iglesia- fue convertido en un cuartel, llamado Del Rosario; que sería demolido durante la Guerra Civil. Donde se hallaba ese regimiento, antes convento; se situaba el antiguo monasterio de San Francisco, en el que vivió y murió Juana de Avis (esposa de Enrique IV). Abajo, oleo de Félix Castello (hacia 1680) donde vemos Madrid y su Alcázar (propiedad del Museo de Madrid, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Sobre el lienzo hemos marcado, donde se situaba el castillo (lugar que ocupa hoy el Palacio Real); junto a este, la antigua iglesia de La Almudena y más a nuestra derecha, el inicial convento de San Francisco.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Al lado, de nuevo el oleo de Félix Castello (hacia 1680) que representa Madrid y su Alcázar (propiedad del Museo de Madrid, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Como se observa, el dibujo que varias imágenes antes recogimos, es seguramente un boceto para pintar este original. Abajo, oleo anónimo del siglo XVII, que representa también el Madrid de la época, visto desde el Puente de Segovia (propiedad del Museo de Madrid, al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). La imagen retrata una corrida de toros; o bien unas reses desmandadas, al ser conducidas a la ciudad, para ser toreadas. En este caso, vemos más claramente el convento de San Francisco (a nuestra derecha), con una gran cúpula en su basílica. Asimismo, se aprecia la belleza que tenía el antiguo Alcázar de Madrid, que fue quemado por voluntad real de Felipe V, al que no le gustaba vivir en un castillo y deseaba hacerlo en un palacio similar al de Versalles. Decidiendo que le prendieran fuego “secretamente” una Nochebuena de 1734; mientras los monarcas y La Corte curiosamente se hallaban en El Pardo. En día tan señalado que no permitió a los solados atender el incendio. Perdiéndose casi todos sus muebles y gran parte de la colección de cuadros reales, que disgustaban al nuevo rey (al ser religiosos y tenebristas). Tras aquel terrible fuego, mandaron construir un palacio de tipo francés en el mismo lugar.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes del castillo de Escalona, tomadas hace unos cuarenta años. En la de nuestro lado, me encuentro yo junto a las arruinadas murallas de esta fortaleza; donde el marqués de Villena ocultó a Juana la Beltraneja, desde 1470 a 1475 (llevándola el hijo del marqués, para casarse en mayo de 1475 hasta Trujillo; otro de los dominios de los Villena)








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: el castillo de Escalona en su estado actual. Entre el Alcázar de Madrid y este castillo de Escalona, fue escondida La Beltraneja, hasta su boda con el rey de Portugal Alfonso V (tío suyo y hermano de la madre de Juana; que aparecería muerta quince días después del casamiento).




VII) La juventud de un nuevo Cid (Rodrigo marqués de Cenete y conde de El Cid):

Tendrían ocho años de edad cuando Juana y Rodrigo fueron separados, para nunca más verse. Desde ese momento, las vidas de ambos divergieron hacia puntos opuestos. Una, camino de la soledad y el desastre, marchando a una maldición segura y sumida en el fracaso, al que sus padres la habían condenado. Mientras el hijo del obispo, iniciaba una existencia que le colmaría de gloria y bienaventuranzas. Pese a ello, la juventud de Rodrigo no fue un camino de rosas -precisamente-; sino más bien consistió en una batalla continua y continuada. Donde sus comienzos, como hijo bastardo, venido al Mundo por la virtud de un clérigo; no debieron ser muy gratos. A ello se sumó que en ese año de 1468 tuvo un segundo hermano, hijo de la misma amante de su padre (Mencía de Lemos) y nacido en el Real de Manzanares (donde los Mendoza tenían su gran castillo y señorío). Allí hemos de suponer que vivió Rodrigo desde los seis hasta los ocho años; pudiendo deducirse que en 1470 seguramente fue trasladado hasta Sigüenza, para formarse junto a su padre -que tres años antes había sido nombrado obispo de esta sede-.

Sobre sus años de estudio en esas villas alcarreñas poco sabemos, aunque sí tenemos noticia de que se formó con Pedro Mártir de Anglería. Un humanista que hizo venir desde Italia, su tío el conde de Tendilla (Íñigo López de Mendoza) para que fuera preceptor de su familia -aunque muy pronto el romano pasaría a La Corte como maestro-. Asimismo, fue un hecho destacado en la vida de Rodrigo Díaz de Vivar su reconocimiento por los Reyes Católicos, como hijo legal del entonces obispo de Sigüenza (junto al de su hermano Juan Hurtado de Mendoza; nacido en 1468 y que llegaría a conde de Mélito y señor de Almenara). La legitimación de ambos, demuestra la poca habilidad de Enrique IV; quien pese a que los Mendoza apoyaban su causa, jamás tuvo por idea regular la situación de los bastardos del prelado -aunque su esposa, Juana, estaba muy unida a la amante de Pedro González de Mendoza-. Pero que serán así convertidos en hijos legales del futuro arzobispo de Toledo, gracias a los Reyes Católicos; cuando Isabel y Fernando se proclaman soberanos (en 1476). Lo que explica que un lustro después y al poco de cumplir los veinte años, Rodrigo ya estuviera luchando en Andalucía, junto a su tío -el conde de Tendilla- y al mando de las tropas de estos reyes. Parece, que asimismo le acompañaba en esos avatares su maestro de latín, Pedro Mártir de Anglería (Pietro Martire d´Anghiera); protegido del de Tendilla y a quien se cita en esas batallas de juventud. Correrías y enfrentamientos, que describe Carriazo del siguiente modo:En el sitio de Baza estaban él y su tío Pedro Hurtado de Mendoza (Adelantado de Cazorla) que condujo el regimiento. A pesar de que Rodrigo era joven y sin experiencia militar, desafió valientemente los embates de las ballestas y mosquetes moros, para recuperar la bandera cuando vio que el alférez, Juan de Perea, había sido herido en el brazo por una bala de cañón -y tuvo la presencia de ánimo para instar a sus hombres a mantener la calma-” (Carriazo Juan de Mata; Crónica de los Reyes Católicos 1943; Espasa, pag. 377)-.

Sus victorias en Andalucía pronto hicieron famoso a ese Rodrigo Díaz de Vivar, siendo temido por su ferocidad y valentía; todo lo que le valió la concesión del marquesado del Zenete y del condado del Cid, después de la toma de Granada. Títulos otorgados por los Reyes Católicos y que suponían la posesión de La Calahorra, Jerez del Marquesado, Alquite, Lanteira, Aldeira, Ferreira, Dólar, Huéneja y los palacios de Don Nuño, en Granada (como señor del Cenete). Junto al condado del Cid, que sumaba la villa y castillo de Jadraque, en el río Henares; unida al territorio de entorno, formado por numerosas localidades -y las casas mayores de su padre, el cardenal, en la ciudad de Guadalajara-. Rico y famoso regresó Rodrigo de Andalucía después de 1492, con apenas treinta años; casándose unos meses más tarde en Medinaceli, con su prima Leonor de la Cerda; unigénita de los duques de Medinaceli. Tras su boda vivieron juntos en el castillo de Jadraque, fortaleza conocida como la de El Cid; que su padre había comprado dos decenios antes, para regalar a su hijo una vez convertida en palacio.

En 1495 murió su progenitor, el famoso cardenal Mendoza, legándole una enorme fortuna. Pero el infortunio personal se cebó con Rodrigo; pues solo un año más tarde falleció su primer hijo (al poco de nacer), desapareciendo meses después también su mujer. Quedó viudo y prácticamente solo; sintiéndose muy desorientado, por lo que decide ir a Italia a combatir con las tropas de los Reyes Católicos; aprovechando para formarse allí en artes y arquitectura. Siendo su intención la de mejorar Jadraque y crear dos maravillosos palacios en sus tierras; uno en La Calahorra (Granada) y el segundo en Ayora (reino Valencia, hoy Albacete). De ese modo inicia desde 1497 un largo viaje por Italia, para tranquilizar sus ánimos; participando en algunas campañas de los Reyes Católicos en Nápoles. Asimismo, visitó el Vaticano, conociendo al famoso Papa que por entonces reinaba; el español Rodrigo de Borja (Alejandro VI) quien le propuso tomar por esposa a su hija Lucrecia. Durante esta estancia, viajó por las principales ciudades italianas y se forma en arquitectura, estudiando las nuevas tendencias; llegando a conocer todos los movimientos y modas renacentistas del Cinquecento. Fue así, como contrató numerosos artesanos y arquitectos, con el fin de crear los más magníficos edificios imaginados; por lo que a su regreso, el primer palacio que completó a la italiana, fue el del castillo de Jadraque.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
tres imágenes de los territorios de los Mendoza, que discurrían principalmente desde Buitrago de Lozoya y el Norte de Madrid, hasta los límites de Guadalajara (comprendiendo castillos con la importancia de Buitrago, Manzanares el Real, Hita, Trijueque, Torija, Brihuega, Tendilla, y hasta Sigüenza). Arriba y al lado; dos fotos tomadas hace unos cuarenta años en el el pico de La Muela, en Carrascosa (zona cercana a Cogolludo). En ellas estoy junto a mi suegro y se puede apreciar el dominio y vigilancia que estos terrenos tienen sobre la entrada a Madrid y la bajada hacia Toledo. Abajo, imagen actual tomada desde Trijueque, en el antiguo lugar que estuvo el castillo del conde de Tendilla (donde fue ocultada La Beltraneja).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos fotos más de señoríos de la familia Mendoza. Al lado, el convento del Carmen en Cogolludo (Guadalajara). Abajo, castillo del Real de Manzanares. En el lugar de Cogolludo y en el Real de Manzanares se supone que vivieron hasta los ocho años, Juana la Beltraneja y Rodrigo Díaz de Vivar. En el año 1468 nació en ese castillo el hermano de Rodrigo, Juan Hurtado de Mendoza (también hijo del entonces obispo de Sigüenza y de Mencía de Lemos).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
Lugares de los Mendoza. Al lado, Hita y su iglesia destruida. Abajo, Trijueque y su parroquia también en ruinas; situada donde antaño estuvo el castillo del conde de Tendilla, en el que vivió Juana la Beltraneja.




VIII) Rodrigo Díaz de Vivar y María de Fonseca (el encuentro):

Pasó el tiempo y un nuevo siglo nació, en 1500; veinticinco años después de que viera la Luz María de Fonseca. Aunque desde el momento en que ella vino al Mundo y hasta ese cambio de centuria, se sucedieron “todas las cosas”. Un “todo” que comenzó aquella triste noche del 14 agosto, en que los astros no fueron favorables a las tropas isabelinas; debiendo regresar el rey Fernando a Tordesillas, tras ser derrotado en Toro. Pese a ello, poco después solo se sucedieron éxitos y victorias. Primero en la propia villa toresana, donde entraron finalmente los Reyes Católicos, gracias a la ayuda inigualable de Antonio de Fonseca. Obligando huir a los portugueses de tierras castellanas, mientras escapaba la proclamada reina Juana; quien se refugió en Lisboa de por vida (ingresando en un convento, en 1480, tras el tratado de Alcaçovas y enviudar del rey Alfonso). Por lo que, aunque Isabel y Fernando habían subido al trono en 1476; cuando la nobleza castellana casi en pleno, les rindió pleitesía. No fueron del todo reyes, hasta que se resolvió y terminó la guerra con Portugal (tres años más tarde, con la firma en Alcaçovas). Después de su proclamación final en 1479, se sucedieron las batallas en Andalucía, donde Antonio de Fonseca llegó a salvar la vida del rey Fernando; convirtiéndose en uno de los capitanes de mayor confianza para la Corona, desde ese hecho acontecido en 1482. Llegándose un decenio después a la toma de Granada y al envío de naos a la mar océana; pretendiendo lograr alcanzar Las Indias Orientales, siguiendo la ruta que un tal Cristóbal Colón imaginaba.

Fue así como se llegó a esos años de 1500, cuando España había nacido y se intuía que las tierras del Oeste a las que el almirante Colón viajaba, eran un Continente hasta ahora desconocido. Un momento en que el conde de El Cid -marqués de Cenete-, ya había regresado de Italia y se hallaba reconvirtiendo su fortaleza de Jadraque en un palacio a la napolitana. Inmiscuido en sus proyectos, oyó hablar de una de las obras mudéjares más bellas, últimamente construidas en Castilla; queriendo ir a visitarla. Se trataba del castillo de Coca, cuya rehabilitación había terminado Alonso de Fonseca unos diez años antes y era la gloria del estilo hispano árabe. Tanto lo fue, que el propio arquitecto, de origen musulmán y llamado Ali Caro; al terminar su proyecto quedó absolutamente maravillado por lo construido. Decidiendo bautizarse y tomar el nombre completo de su mecenas; pasando a llamarse aquel genial alarife, Alonso de Fonseca. Abandonando su antigua religión, en memoria de cuanto le había dejado crear, quien le dio beneplácito para reconstruir este castillo mudéjar. De tal modo y queriendo conocer esa maravilla, vino hasta el lugar Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, al que el señor de Coca enseñó su edificio y aposentos. Diciendo la leyenda que al entrar en una de las estancias, observó el dueño de la fortaleza, que allí se hallaba cosiendo su primogénita (María). Tuvo entonces que presentarla al invitado, dando así a conocer su hija mayor; pero en ese instante observó que entre ambos se había producido un rayo de muerte. Cuando al mirarse, el rostro de ella tomó un tono rojizo y azulado; mientras él, sonrió, con cara desencajada.

Fue en ese momento cuando el galante conde de El Cid comento al progenitor; que si el castillo resultaba maravilloso, su hija era doblemente bella. Pues jamás había visto faz más pura, una piel más cristalina, ni una figura con mayor elegancia. Cambió entonces el semblante del padre, que mandó a su hija retirarse presto hacia las estancias interiores y alejarse del lugar. Explicando a Rodrigo, que María estaba prometida desde su nacimiento; pues en el testamento del mayorazgo se ordenaba que debía casarse con su primo, el hijo de su hermanastro Antonio. Preguntó el invitado si la boda no se había celebrado por falta de edad de ella; ante lo que el señor de Coca tuvo que sincerarse. Explicando que su hija tenía ya veinticuatro años y quien no había cumplido los quince, era el prometido. Ante tal situación, el conde de El Cid soltó una carcajada; cuestionando cómo se podría casar tal belleza con un quinceañero, que para colmo era como su hermano. Momento en que el dueño del castillo de Coca invitó a marcharse al que le visitaba; argumentando haberse sentido agraviado por tan poco sensibles palabras. Siendo así como salió Rodrigo Díaz de Vivar, aconsejando al padre desposar a su primogénita con un hombre de futuro y no con un niño de la familia.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
De nuevo, tres señoríos de los Mendoza. Arriba, el famoso castillo de El Cid, en Jadraque. Fue comprado en 1469 por el obispo Pedro de Mendoza a su coetáneo, prelado Carrillo Acuña (arzobispo de Toledo). La intención del padre de Rodrigo Díaz de Vivar era adquirir esa fortaleza cercana a Guadalajara, en la que se recordaba estuvo El Cid; para reafirmar su ascendencia desde este héroe de la Edad Media y convertirlo en un palacio. Finalmente, se lo regala a su primogénito cuando Rodrigo regresa de Andalucía, tras ser nombrado conde de El Cid y marqués de Cenete; y después de casarse con su prima, la hija de los duques de Medinaceli. Allí vivió el matrimonio, hasta que murió en 1497 el hijo y la mujer de Rodrigo; quien decidió luego viajar a Italia, al quedarse viudo y solo. Al lado, grabado del palacio del Infantado, en Guadalajara; construido en fechas posteriores a la historia que narramos -lámina tomada de Bellezas y Recuerdos de España; Volumen l; pag 586-. Abajo, fachada del palacio de Cogolludo, también levantado por el duque del infantado (tío de Rodrigo) a mediados del siglo XVI.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: imágenes del interior del castillo de Coca, tal como lo reconstruyó Alonso de Fonseca y Avellaneda (padre de María) -agradecemos a su patronato nos permita divulgarlas-.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
exterior del castillo de Coca, tal como lo reconstruyó Alonso de Fonseca y Avellaneda (padre de María) -agradecemos a su patronato nos permita divulgar nuestras fotos-.









IX) Rodrigo y María (la boda):

Tras salir del castillo, donde su dueño y señor (Alonso de Fonseca) le pidió que nunca más volviera; rogándole no lo hiciese, porque se había sentido ofendido. Pronto se reunió el conde de El Cid con sus dos escuderos (García de Montalvo y Luis Enríquez); para que contactasen con su otro criado -Juan de Albornoz- que se hallaba hospedado en Olmedo. Ordenó a los tres que tomasen presto contacto con personas al servicio de María, la hija del señor de Coca. De este modo, a los pocos días, pudieron conocer que en el castillo trabajaban Teresa del Castillo y Beatriz Gutiérrez, como doncellas. A ellas dos, entregaron un mensaje de Don Rodrigo, pidiendo que llegase a manos de la joven María, hija de su señor. Ambas sirvientas accedieron hacerlo, sin aceptar cobro alguno pero poniendo como condición, que tuviera conocimiento de esa misiva la madre de María. Atreviéndose a hacer de correos, siempre que la progenitora de la amada aceptase el intercambio de cartas entre su hija y el enamorado conde de El Cid. Siendo así como envió Rodrigo la primera carta, que contenía un poema donde expresaba que después de haberla visto, ya no deseaba otra cosa en vida, más que volver a estar junto a ella. Todo lo que obligaba al conde de El Cid, cancelar una propuesta de matrimonio en Italia; donde se había concertado su boda con la hija del Papa Alejandro VI (Rodrigo de Borja). Debiendo comunicar cuanto antes a su hija Lucrecia de Borja, si finalmente se casaría con ella. Y para rechazar ese importante desposorio; necesitaba al menos, un atisbo de esperanza nacido de una contestación de María. Respuesta que deseaba, aún más que su corazón siguiera latiendo.

Dicen que las frases del poema enviado fueron las siguientes:

Señora:

Nunca vi ser tan divino,

tan diva ser, que una diosa;

por entero y tan preciosa

en mi eternidad imagino.


Ante vos mi alma inclino

por ser la más preciosa,

Venus y dea tan hermosa

que no hallo otro destino;


perdiendo todo camino

si no la hago mi esposa.

Pues si su faz es valiosa,

ante su espíritu, termino.


Estas letras fueron leídas por la madre de la pretendida y llegaron finalmente a manos de la mujer que cautivó a Rodrigo; quien pronto contestó que el amor había sido mutuo y que la atracción había nacido en un mismo instante. Aunque le advirtió, que su padre jamás la dejaría casarse con otro que no fuese su primo Pedro; un niño que solo contaba doce años, por entonces -el hijo de su tío Antonio, con el que tan solo la Corona autorizaría su boda-. Debido a que el legado de mayorazgo determinaba que el primogénito de su familia (que era ella), debía casarse con el del hermanastro de su padre; para unir las dos ramas del linaje Fonseca. Pese a todo, su madre (hija de los condes de Oropesa) no deseaba ese desposorio entre María y un vástago de su cuñado, por cuanto estaba decidida a desobedecer a su marido (el señor de Coca), admitiendo a Rodrigo como pretendiente de su primogénita. De ese modo y gracias a las misivas pasadas ente sirvientes y escuderos, pudieron ir concertando citas furtivas, encubiertas y autorizadas por la progenitora. Todo lo que llevó a dos años de noviazgo secreto, en el que María y Rodrigo concertaron hasta una boda oculta (con el advenimiento de la madre). Ceremonia de conciencia que se tuvo lugar un día 30 de junio de 1502, después de que el conde de El Cid viajase desde Olmedo y de Santa María de Nieva, junto a sus más allegados (García de Montalvo, Luis Enríquez y Juan de Albornoz). Recogiendo en el monasterio de Nieva a un clérigo, que se encargaría de casarles; se dirigieron al castillo de Coca, donde en una de sus galerías les esperaban la novia, junto a su progenitora y las fieles sirvientas (Teresa del Castillo y Beatriz Gutiérrez). Llevándose a cabo en esa zona del la fortaleza el matrimonio de conciencia, realizado con la máxima brevedad y secreto; actuando como testigos quienes acompañaban a los novios en el lugar.

Se sabe que hicieron dos copias del certificado de matrimonio; ambos expedidos por el clérigo, los contrayentes y los firmantes que testificaban en el sacramento (que tuvo lugar al mediodía de ese 30 de junio de 1502). Una de ellas quedó en manos de la Iglesia, y la segunda se envió a la Corona para que diera el visto bueno al casamiento, ya celebrado (pero sin haber solicitado el necesario permiso a los monarcas). Tras ello, los novios continuaron viéndose secretamente, con citas que la madre y las sirvientas concertaban a escondidas y sin que el padre pudiera enterarse de lo sucedido. Todo ello, en espera de que los Reyes Católicos dieran el beneplácito al matrimonio, habida cuenta que el conde de El Cid era un conocido capitán de los ejércitos de la Corona. La novia, por su parte, escribió al cardenal Cisneros (confesor de la reina) y a la secretaría del Trono, para que validasen su matrimonio; todo lo que hizo que muy pronto el señor de Coca tuviera noticia de que su hija deseaba tomar como marido al marqués de Cenete. Pero sin llegar todavía a conocer plenamente, que la boda entre ambos ya se había celebrado a comienzos del verano de ese año de 1502.






SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: castillo de Coca tal como lo reconstruyó Alonso de Fonseca y Avellaneda (padre de María) -agradecemos a su patronato nos permita divulgar nuestras imágenes-. Liza y pasadizos.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: el castillo de Coca, construido por Alí Caro y Alonso de Fonseca Avellaneda (padre de María) -agradecemos a su patronato nos permita divulgar nuestras imágenes-. Sus pasadizos; en uno de ellos dice la Historia que contrajeron matrimonio María de Fonseca y Rodrigo Díaz de Vivar.






X) Rodrigo y María (la locura):

Tras lo vivido, la situación en la familia de los señores de Coca fue insalvable. Pronto, el padre supo que su hija había mantenido contacto constante con el conde de El Cid; y además, que su mujer se lo había facilitado, valiéndose de sus doncellas. Todo lo que supuso que esas dos criadas fueran reprendidas y hasta azotadas, al igual que encerró a la primogénita María y a su progenitora en las estancias más aisladas del castillo. Unos hechos que enfurecieron a Rodrigo Díaz de Vivar, que decidió asediar la fortaleza, rodeándola con sus huestes, para rescatar a su amada y a quienes le habían ayudado en su amor. Finalmente y en pleno sitio del castillo, parece que cuando se acercó a la liza para solicitar que le entregasen a María, le fue lanzado aceite hirviendo. Un atentado que casi acaba con la vida del conde de El Cid y que -dicen- le deformó la cara.

Tuvo que retirarse el enamorado del sitio y volvió a escribir a la Corona, para que reconociesen su matrimonio con María -celebrado en secreto-; pero la reina tenía demasiados lazos con los hermanos Fonseca (especialmente con Antonio), que le impedían tomar decisiones referentes a su mayorazgo. Así fue como en 1503 (solo un año después de la boda) la soberana dictó una cédula en Alcalá de Henares, por la que cualquier hija que se casase sin permiso del progenitor; podría ser desheredada. Asimismo, dio permiso al señor de Coca para desposar a María con su primo Pedro, en cuanto este cumpliera los quince años. De igual modo, por entonces, Da. Isabel intentó convencer directamente a la enamorada, para que obedeciera a su padre y señor; aunque la respuesta que recibió fue que aquel Rodrigo no era su novio, sino su marido. Llegando María, en una de sus misivas, acusar a la reina de obligarla a cometer bigamia. Por todo lo que a fines de 1503, Alonso de Fonseca y Avellaneda, redacta un acuerdo de boda entre su hija y su sobrino (Pedro; primogénito de su hermanastro Antonio), para celebrarla en cuanto llegase la bula papal. Recluyendo a su hija y a su madre en Alaejos, hasta la celebración; con el fin de que el enloquecido enamorado no intentase de nuevo saltar los muros de Coca. La dispensa del Pontífice Julio II les vino en febrero de 1504, momento en que el padre supo que María se había casado con Rodrigo en secreto, llegando a consumar el matrimonio. En esos días, la reina Isabel, mandó apresar conde de El Cid, que vivía la situación enfurecido y sumido en la locura; apresándolo en Cabezón de la Sal durante el mes de abril de 1504 y trasladándolo más tarde a Simancas (donde permaneció encarcelado).

Todos estos hechos se sucedían, mientras la soberana se hallaba en Medina del Campo, debido a una grave enfermedad que produciría su muerte (a finales de noviembre de 1504). Pese a sufrir un cáncer de útero y estar en situación más que grave, respondía las cartas de María y de su padre; atendiendo a la petición de los Fonseca para que apresasen a Rodrigo -con el fin de que no volviera a atacarles-. Finalmente, el señor de Coca, obligó desposarse a su hija con el joven Pedro, en una ceremonia que se celebró en Alaejos, el 20 de junio del mismo año; boda a la que asistieron todos sus familiares. Al terminar aquel desposorio forzado, comunicó la novia a los presentes que ya estaba casada (con el conde de El Cid) y que si su primo se atrevía a acercarse a ella, le retorcería el gaznate como a un pollo. Una amenaza con la que logró que ese enlace no se completase, ante el temor del quinceañero de ser estrangulado. Terminó la novia por comunicar a gritos, que su matrimonio con Rodrigo se había consumado y que si deseaban revisar su camisón o sus sábanas, de esa noche; tan solo podrían encontrar la sangre de su primo Pedro, si el falso novio se atrevía a entrar en su estancia. Días más tarde, la recién casada volvió a escribir a la reina y al cardenal Cisneros, sin recibir respuesta; mientras su padre caía en una enfermedad, tras haber sufrido un síncope después de lo ocurrido en la boda concertada.





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: tres imágenes del foso seco del castillo de Coca; donde dicen que arrojaron aceite hirviendo a Rodrigo, para intentar acabar con él.











JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Liza y saetera del castillo de Coca. En nuestra parte primera exponíamos los inteligentes e ingeniosos sistemas de defensa que tenía esta fortaleza. Entre los que se destacaba el foso seco bajo nivel de tierra y una doble liza.






XI) Rodrigo y María (la misiva):

Tras todo lo sucedido, la rebelde María fue amenazada con ser apresada en una oculta torre de Zamora. Por lo que estando muy enferma la reina Católica, decidió llevársela a Medina del Campo. Apartándola de los Fonseca, lo que supuso el enfado de esa familia, que deseaba encerrarla en un castillo de Los Alba de Liste. Finalmente fue llevada hasta el lugar donde vivía sus últimos días Isabel,  donde las damas de honor de la soberana se apiadaron de ella  (protegiéndola). Contando María de Fonseca con la ayuda de Beatriz Galindo y de las principales que acompañaban a la soberana. Quien manifestó tener un enorme cariño a aquella pobre enamorada (sin que los cortesanos entendieran su preocupación por ella). Fue entonces cuando el Conde de El Cid decidió dirigirse a la reina Isabel, para que se apiadase de su amada; narrando la historia vivida desde su encarcelamiento en Simancas. Carta cuyo contenido se conserva -en parte- y que venía a relatar lo siguiente:

Señora:

Bien conocéis que he servido con fidelidad a la Corona, luchando desde mi juventud contra los andalusíes del Sur. Donde participé en batallas como la de Baza y hasta en la toma de Granada, junto a mi tío el conde de Tendilla y mi maestro de latines, Pedro Mártir de Anglería. Llegando convivir con Su Majestad, en el campo de Santafé; todo lo que me llevó a ser honrado con los títulos de Conde de El Cid y de Jadraque, a la vez que marqués del Cenete y señor de La Calahorra. Fui hijo del cardenal y arzobispo, Pedro de Mendoza; reconocido legítimo por sus Majestades. Asimismo, luché contra los enemigos de Castilla y Aragón en Italia, tanto en Nápoles como en el Sur de la Península. Lo que me honra, al igual que la memoria de mi primera esposa, Leonor; hija de los duques de Medinaceli y de la que enviudé tristemente unos ocho años atrás. Por cuanto he vivido y padecido, me atrevo a dirigirme a mi señora; la reina Isabel, para que comprenda nuestro estado y mi pesar.

Mi pecado fue enamorarme de una diosa y el delito de María, es el mío: Tan solo, querernos. De tal fragua y tan profunda fue nuestra unión, que al verla quedé muerto de por vida; sufriendo ella algo semejante. Dicen que cuando esto sucede, es porque nuestras almas han estado antes unidas en el Paraíso; necesitando volver a ser una y sola, en este Mundo.

Según he sabido, María se halla prisionera en algún lugar, después de que su padre quisiera casarla obligada con su primo, Pedro. En lo que a mí refiere, he vivido sin poder morir siquiera, en este penal de Simancas; lamentándome noche y día por su amor. Pero a quien la vida envía al infierno, dicen que siempre Dios le manda un ángel de guarda. Pudiendo asegurar a mi señora, que he tenido dos de ellos, durante mi estancia en prisión. El primero, ya lo sabe vuestra majestad; pues se trata del confesor real, el reverendo Pedro Mártir de Anglería; amigo desde mi infancia y que fue nuestro maestro de latines, durante los años de niñez. Viviendo juntos en tierras de Guadalajara, después de haber venido Pedro Mártir, a Castilla (desde su Italia natal); bajo el mecenazgo de nuestro tío, el conde de Tendilla. Quien finalmente nos hizo compañeros de regimiento en Baza y en Granada, pudiendo luchar bajo su ayuda y enseñanzas.

Tras ello, mi gran amigo Pedro, decidió profesar como sacerdote y dedicar su vida a la enseñanza, llegado a preceptor y maestro de los infantes. Hasta que la confianza de nuestra señora Isabel, quiso hacerle su capellán y confesor; en estos años y en los venideros. Así sucedió que él, como hombre de Dios, se ha apenado de mi situación y sin solicitar permiso a la Corona, se atrevió a venir a mi lado. Visitándome en la cárcel de Simancas, donde me propuso que le escribiera esta misiva; que el reverendo Pedro Mártir de Anglería , dijo la iba a entregar en mano a su Majestad.


JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
imágenes del castillo de Simancas, donde estuvo preso el marqués de Cenete y Conde de El Cid, a causa de su amor por María de Fonseca.






El segundo ángel de guarda que Dios me envió a este infierno de penal, fue mi carcelero. Llamado Esperandeo de San Martín. Un converso, hijo de un físico judío, al que la señora Doña Isabel bien conoció. Os hablo de Ezequiel Azanel, un galeno cuya historia me narró su vástago menor; en mi celda y mientras me consolaba, algunos días que en ella entraba. Siendo mi celador, el descendiente más joven de ese médico hebreo, pero que al bautizarse tomó en nombre de la iglesia en que se hizo cristiano; que fue la de San Martín, en Mota de Toro, donde vivía junto a sus padres (Ezequiel y Esther; que murieron sin dejar su credo judáico). Así fue como este neobautizado decidió trabajar para el Santo Oficio, con el fin de no ser perseguido por ellos; terminando como carcelero en Simancas. Lugar donde vive junto a los presos, ayudando a unos y maltratando a quienes peor se portan (principalmente a los que pretenden huir).

Siendo que un día, viéndome ya desesperado, me dijo que me narraría la historia que de niño le contó su padre y que bien conoce la señora nuestra. Pues sabe vuestra majestad que hablo del físico que vino desde Aragón en tiempos del padre de la reina Isabel (Don Juan II); participando en la liberación de este soberano, que fue secuestrado en Simancas (durante el verano de 1420). De ese modo, el referido galeno de los ejércitos aragoneses, llamado Ezequiel Azanel, que era padre de mi carcelero. Fue contratado físico de las tropas de Álvaro de Luna, y pasados los años, se hizo médico del círculo de ese gran señor y de la Corte. Todo hasta que Don Álvaro fue ejecutado en 1453, el mismo año en que nació el hermano de nuestra reina Isabel: Don Alfonsito, tristemente fallecido en Cardeñosa, un mes de julio de 1468. Sería con este hecho, cuando nuestra señora conoció al físico Ezequiel, tras haberle llamado los sobrinos de Gonzalo Chacón (Cárdenas y Quintanilla, sus camareros mayores). Concluyendo el médico judío que el pobre infante, Don Alfonsito, había sido envenenado; todo lo mismo que sucedió con el gran arzobispo de Sevilla (Alonso de Fonseca). Y por tales hechos y por tal memoria, creedme señora que pienso realmente Dios, me ha enviado dos ángeles hasta el infierno: Uno en la figura de mi amigo Pedro de Anglería, vuestro confesor y hombre de confianza. Y otro en el de mi celador, Esperandeo de Sanmartín, que me narró los hechos sobre la muerte del infante Alfonsito. Solicitando a través de su intervención, que se apiade de María, mi amada; pido a la justicia que me ejecuten, para darle a ella la libertad, y que así lo hagan tan pronto como su majestad ordene”.

Fue la carta llevada hasta Medina del Campo por el referido carcelero (Esperandeo de Sanmartín) y entregada personalmente al confesor de la reina. El reverendo Pedro Mártir de Anglería, quien tras repasarla, se atrevió a ponerla en manos de la reina. Sucedió esto un día 24 de noviembre de 1504, y dicen que tras leerla, Doña Isabel echó a llorar. Más tarde, dio orden a su confesor para que liberasen a los dos (a María y a Rodrigo); aunque sabía que los de Fonseca no harían caso a su petición. Finalmente, se tumbó en la cama de su desván; y allí, llorando por lo que nadie comprendía, fue apagándose su vida, hasta morir dos días más tarde. Sabiendo que aunque sacase a María de su casa en Medina, la familia Fonseca volvería a encarcelarla, para obligarla a aceptar el matrimonio con su primo.

Dicen que antes de expirar narró a su confesor (Pedro de Anglería) que en el año 1475 había quedado embarazada, pero que perdió el niño, por su empeño en montar a caballo y por sus obligaciones con la Corona. Afirmando la reina, que aquel sucedido fue el origen de esa enfermedad que le estaba matando en esos días, reventada por el útero. Recordando que entonces, había intentado sustituir a su hijo malogrado; por esa María de Fonseca. Pretendiéndola cambiar como venida de sus entrañas, cuando llegaba al Mundo la niña que tanto amaba hoy Rodrigo, el conde de El Cid. Una criatura que nació en agosto de 1475; pero que al ser hembra, no sirvió para adoptarla como príncipe neonato; simulando haber sido gestado en el vientre real. Supuesto heredero que nacería en la madrugada de un 14 de ese agosto; noche en que las estrellas y el firmamento se conjuraban con nuestro planeta (tal como había pensado su esposo Fernando). Así relataba la reina esos hechos, durante su extremaunción; en los que se sumaban hasta prácticas de adivinación y brujería. Por cuanto, con el fin de no darle importancia, le recordó su confesor -Pedro Mártir-, una curiosa historia que siempre narraba el conde de Tendilla. Afirmando que Rodrigo Díaz de Vivar, también había venido al Mundo para ser puesto en la cuna real, como hijo de Enrique IV y junto a Juana (su sobrina, La Beltraneja). Al oír aquello, la Doña Isabel abrió los ojos y con cara de extrañeza, murió; todo lo que la leyenda dice, sucedió en Medina del Campo, un mediodía del 26 de noviembre de 1504.





SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: tres imágenes de la casa de Medina del Campo (Valladolid) donde testó y murió Isabel la Católica, en 1506. Arriba, habitación reconstruida de este edificio en que se recuerda falleció la reina (al que agradecemos nos permita divulgar nuestra imagen). Al lado y abajo, entradas a la casa museo donde se guarda la memoria de este deceso. Allí recogió la reina Católica a María desde octubre de 1404, hasta que fallece. Momento en que vuelven a apresarla.






BAJO ESTAS LÍNEAS: dibujito mío con la fachada de la Casa en que murió Isabel reina; en Medina del Campo.



XII) Rodrigo y María (la libertad):

Al poco de fallecer la reina, fue liberado el conde de El Cid; aunque algunas fuentes narran que antes de ello, escapó de su prisión en Simancas ayudado por su carcelero. En lo que se refiere a los Fonseca, el padre de María cayó gravemente enfermo, debido a todos estos problemas. Disgustos que se multiplicaron cuando su hermano Antonio, inició un proceso judicial para que el matrimonio de su hijo Pedro, fuese validado por el obispado de Valladolid. Por su parte, la primogénita de los Fonseca, a comienzos de 1505 fue ocultada en una torre de Zamora perteneciente a los de Alba de Aliste; mientras a su madre la mantenían presa en el castillo de Alaejos. Fue entonces cuando el rey Fernando tomó cartas en el asunto, mandando que la hija de los Fonseca fuese encerrada en una torre de Arévalo, bajo el custodio de Vázquez de Cuéllar; un famoso carcelero de personas ilustres que destacaba por “dar cuerda” a las prisioneras (lo que significaba, flagelarlas con un enorme cordón, cuando ellas protestaban). Pese a esta situación, María siguió negándose a prestar su consentimiento matrimonial para que Pedro se convirtiera en su marido; y poco más tarde, murió su padre (Alonso) desheredando a su esposa e hijas. Legando el castillo y el mayorazgo a su hermano Antonio; tal como estaba estipulado en el testamento del señorío, heredado desde Alonso de Fonseca (el viejo arzobispo de Sevilla).

Pasó por esos años a gobernar Castilla, Felipe, llamado El Hermoso; quien parece que ordenó el trasladado de María en verano de 1506; llevándola desde Arévalo, hasta el convento de las Huelgas de Burgos -para mantenerla más segura-. Todo ello, en un momento en que el conde de El Cid ya había recuperado su lugar en La Corte; aunque el nuevo “rey consorte”, le hizo prometer que se olvidaría de María y jamás se acercaría a ella. Pero en septiembre de 1506, Rodrigo fue hasta Burgos -con otras intenciones-; manifestando querer asistir al juego de pelota que disputaba el nuevo rey (que se hacía llamar Felipe I). Donde poco antes de que comenzase el partido, se celebró una secreta reunión de nobles, en la que decidieron había que acabar con aquel monarca extranjero; ya que tenía absorbida a su mujer (la reina Juana) y despreciaba a su suegro (el rey Fernando).

A esa junta secreta de conspiradores, que se produjo en el Monasterio de Bujedo en Juarros; asistían todos los que se coaligaban contra Felipe de Flandes. Fue llevada a cabo en la Sala Capitular de este convento, cuyo abad era el confesor de las Huelgas de Burgos. Aquellos principales del reino que la organizaban, se presentaban ante los confabuladores en el cónclave, con la cara bien tapada (incluso algunos con capirote en la cabeza; como si fueran penitentes). Mientras, los nobles que abjuraban del monarca extranjero y deseaban traicionarle, iban a rostro descubierto. Pese a todo, quienes bien conocían a los asistentes que escondían su efigie; podían reconocerles por su voz. Fue así, como Rodrigo Díaz de Vivar supo que uno de los que urdían esta trama, era Juan Rodríguez de Fonseca (enemigo de El Hermoso); por cuanto en todo ello vio una gran oportunidad para sacar a María del convento, en que estaba encerrada. De tal modo cuando en la reunión de maquinadores se propuso finiquitar a Felipe de Flandes, dándole una bebida envenenada. Se ofreció el conde de El Cid para poner ese agua en manos del rey consorte; si a cambio le dejaban entrar en Las Huelgas y sacar de allí a su amada. Así se tramó la conspiración, dando diversas funciones a quienes iban a llevarla a cabo; en nombre del rey Fernando y de Doña Juana I de Castilla. Llegando de ese modo los conjurados por la tarde, hasta la Casa del Cordón en Burgos; donde el soberano Felipe el Hermoso jugaría aquel último partido de su vida.

Muy sencillo fue cambiar la jarra del príncipe, pues los conchabados habían pagado al copero real, quien tan solo debía aparentar probar de todas ellas (fingiendo que cataba la envenenada y poniéndola en primer lugar -para que otros no la tocasen-). De ese modo sucedió un 16 de septiembre de 1506, después de finalizar uno de los partidos de pelota, que tanto gustaban al rey Felipe. Cuando terminó el juego y el nuevo monarca se acercó hasta la mesa, donde estaban las bebidas. Antes de servirse, pidió al copero que tomase de las limonadas; quien sin inmutarse, fue bebiendo una gran muestra de todas. Finalmente, dijo al rey que la más sabrosa era esa primera, que llamaban en España “agua de truchas”; por lo que el soberano extranjero, interesado en el nombre, se sirvió un gran vaso y lo degustó con gran prisa. Luego, Don Felipe siguió jugando a la pelota, hasta que en un momento se sintió mal y cayó al suelo (sufriendo espasmos, mientras vomitaba). En ese instante se inició un enorme revuelo, en el que Rodrigo Díaz de Vivar tenía como función volcar todas las jarras; con el fin de que nadie comprobase el veneno introducido en una de ellas. Después y mientras llamaban a los físicos, llevando al rey Felipe el Hermoso hasta sus estancias; salió el conde de El Cid presto para Las Huelgas Reales. A cuya entrada le esperaba el confesor de las monjas, enviado por los conjurados desde Bujedo; que tenía como función abrirle las puertas del convento y llevarle hasta María.

Así sucedió y el amado sacó rápido a su enamorada del monasterio. Muy pronto salieron ambos de Burgos, mientras la ciudad seguía tomada por mentideros y llena de gentes que preguntaban sobre lo sucedido con el monarca consorte. Finalmente, Rodrigo y María llegaron hasta tierras de los Mendoza, alcanzando el Castillo de El Cid, en Jadraque. Allí, supieron dos semanas después, que aquel Felipe el Hermoso había expirado; tras diez días de convalecencia. Su diagnóstico fue el de sufrir un síncope, por beber agua muy fría después de jugar a la pelota en un día de tremendo calor. Aunque María y Rodrigo habían estado aquella jornada del 16 de septiembre en Burgos; cuando el rey consorte teóricamente “cayó fulminado por el calor y la bebida fría”. Una tarde en que realmente hizo tiempo fresco y hasta lloviznaba; por cuanto todos sabían que el veneno había cambiado la Historia de España -de nuevo-. En lo que se refiere a los amantes, se establecieron durante un tiempo en su palacio de Jadraque, donde el conde de El Cid hizo llamar a un fraile para que volviera a bendecir su matrimonio. Tuvieron allí a su primera hija -Mencía- y permanecieron los recién casados en el lugar al menos durante dos años. De este modo, en marzo de 1508 iniciaron su viaje hacia Andalucía, donde Rodrigo comenzó a construir un palacio similar a la Alhambra, en memoria y recuerdo de su amor por María de Fonseca.



JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes del monasterio de Bujedo en Juarros (Burgos); cuyo abad era el confesor de Las Huelgas Reales (agradecemos a la Fundación Santa Ma. De Bujedo, nos permita divulgarlas). Narra la leyenda, que en este convento y en su sala capitular, se reunieron los conjurados para decidir el modo de acabar con Felipe el Hermoso; tomando la decisión de envenenarle mientras jugaba a la pelota (en la Casa del Cordón). Su muerte sucedió un 16 de septiembre de 1506; sabiéndose que tras disputar un partido de pelota y tomar un gran vaso de agua (o de limonada); el rey consorte sufrió espasmos, terminando por morir días después. Se considera que fue un síncope por el agua fría bebida y el calor que hacía; todo lo que no cuadra con las temperaturas de Burgos en septiembre (que son templadas). Por todo lo que se piensa, fue envenenado; algo que explicaría el cambio de coperos que hubo durante ese partido de pelota.




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes relacionadas con Juan Rodríguez de Fonseca. Al lado, retrato del prelado en un detalle del cuadro que representa a Nuestra Señora de la Compasión, sito en el trascoro de la Catedral de Palencia (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Esta obra atribuida a Jan Joest van Calcar, que podemos ver abajo en el lugar donde se expone; fue seguramente traída desde Flandes por Juan R. de Fonseca, mientras era allí embajador de los Reyes Católicos (desde 1502 a 1506). Debido a que tras morir la Reina Católica, hubo de venir hasta España; con la princesa Juana y su marido Felipe (el Hermoso), quienes comenzaron a reinar en Castilla. La leyenda supone que este Juan R. de Fonseca (gran enemigo del flamenco) participó en la conjura que envenenó al rey consorte; muerto en la Casa del Cordón de Burgos en septiembre de 1506. El hecho cierto es que tras el fallecimiento de Felipe el Hermoso, regresó a su episcopado en Palencia, donde se convirtió en uno de los hombres principales del reino. Llegando a ser el Comisionado para Indias (un equivalente de ministro para las Américas, por entonces recién descubiertas). Acerca de la obra que vemos y del retrato del obispo; se sabe que todo el trascoro de la catedral de Palencia fue mandado hacer y pagado por Juan Rodríguez de Fonseca; así como la cripta de bajada hasta el pozo de San Antolín. Donando también este cuadro flamenco, que se conserva en la parte trasera del Coro, donde se encuentra él (representado como donante).




JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes muy similares a las anteriores, del trascoro que Juan Rodríguez de Fonseca hizo en la Catedral de Palencia (a la que agradecemos nos permita divulgar nuestras imágenes). Al lado, vista general de esta parte trasera del Coro. Abajo, cuadro que representa a Nuestra Señora de la Compasión, atribuido a Jan Joest van Calcar, donde podemos ver a Juan R. de Fonseca como donante (aumentado en fotos anteriores).








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos imágenes de Las Huelgas Reales de Burgos (monasterio al que agradecemos nos permita divulgarlas). Al lado, una foto de su entrada. Abajo, un dibujito mío. Tal como narra la leyenda, aquí fue recluida María de Fonseca, en verano de 1506; hasta que su amado -Rodrigo- la logró sacar. Precisamente el día en que el rey Felipe el Hermoso cayó enfermo en la Casa del Cordón (aprovechando el revuelo que había entorno al síncope sufrido por el monarca consorte; cuando se sabe que el conde de El Cid se introdujo en Las Huelgas y la liberó).






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: dos fotos de la Casa del Condestable o del Cordón, en Burgos; tal como se conserva actualmente (tras las inadecuadas restauraciones llevadas a cabo en los siglos XVIII y XIX). En este lugar murió Felipe el Hermoso, después de jugar un partido de pelota y tomar un gran vaso de agua (o de limonada). En la leyenda se supone que fue envenenado por una conjura que se organizó en el Monasterio de Bujedo (en Juarros; a pocos kilómetros de la ciudad de Burgos).





XII) Rodrigo y María:

Al poco de llegar a Granada, María y Rodrigo, fueron recibidos por el conde de Tendilla, primo de Rodrigo, que les alojó un tiempo en la Alhambra. Aunque con el paso de las semanas, la relación familiar se tensó, al saberse la fortuna que deseaba gastar el conde de El Cid, en reconvertir el castillo de La Calahorra en un palacio de tipo italiano y con jardines semejantes a la Alhambra. De este modo, la construcción del enorme edificio, en memoria del amor entre María y Rodrigo, comenzó en 1509; viniendo para diseñarlo algunos de los mejores arquitectos de España y de Italia (como Lorenzo Vázquez o Michele Carlone). A los que acompañaron grandes alarifes, maestros del mudéjar, encargados de los patios y de las zonas hispano árabes (los zaragozanos Ybraym Monferriz y Mahoma de Brea). Logrando completar el edificio en tan solo cuatro años; y pudiendo vivir en él sus señores desde 1513. Más tarde, diversas vicisitudes llevarían a Rodrigo y María a necesitar viajar, pasando sus días entre Ayora (actualmente Albacete, antes Valencia) y La Calahorra de Granada, donde tuvieron dos hijas más y un vástago. El niño murió al poco de nacer y las hijas estos famosos enamorados fueron: Mencía, Catalina y María (de Mendoza y Fonseca). Finalmente, tras veinte años de amor, con todo tipo de problemas; y doce de matrimonio, medianamente normalizado. María de Fonseca cayó enferma y falleció un 15 de agosto de 1521; precisamente en la misma fecha en que según el vaticinio del rey Fernando, tendría que haber nacido (cuarenta y seis años antes, en 1475). Al morir ella, de nuevo el marido quiso ir a la guerra, luchando ferozmente contra la revuelta de Las Germanías -los Comuneros de Valencia-; siendo hecho preso en Játiba en 1522 y muriendo de fiebres un año más tarde (después de que su hermano Juan, le hubiera liberado del famoso fuerte llamado de Xátiva).

Sobre La Calahorra, vamos a tomar las palabras que usa Roger Boase para describir el palacio, en su trabajo “María de Fonseca (c. 1486-1521) and the Marquis of Zenete (1473-1523): Aristocratic Rebels and Patrons of Renaissance Culture”. Del cual hemos obtenido una enorme cantidad de datos históricos, que han sido reflejados en nuestra leyenda. Narrando Roger Boase que : “La Calahorra, el palacio que el marqués de Zenete reconstruyó como regalo para María de Fonseca, es la mejor expresión de su personalidad y de su mayor legado. Aún se estudia en esta construcción nuevos hechos sobre su vida y carácter, que recientemente han salido a la luz. La única entrada al palacio está decorada con su escudo de armas, con el lema mendocino `Ave Maria gratia plena´. Ronda la galería superior su escudo de armas y el de la esposa se muestra dos veces; con las palabras VXORIS MVNVS, "el regalo de la esposa". Que indica el palacio es su regalo para ella, y que ella, además de la madre de Cristo, es María a quien él pretende alabar. Esta interpretación es confirmada por una cita de Ovidio que se halla sobre una de las puertas en la planta baja: RARA QVIDEM VIRTVS QVAM NON FORTVNA GVBERNAT, 'Raro de hecho es la virtud no gobernada por la Fortuna [que se mantiene firme cuando la Fortuna huye]” (Tristium Liber V, xiv, línea 29)” -ver (1)-

Las tres hijas de Rodrigo Díaz de Vivar Mendoza y de María Fonseca Toledo, fueron famosas por su enorme belleza y cultura. La mayor, llamada Mencía, nació en el castillo de Jadraque en 1508 y a los diez meses de que sus padres huyeran de Burgos. Fue educada por el gran humanista de Valencia, Luis Vives; un hecho que le marcó de por vida. Al morir su padre, en 1523; heredó el condado de El Cid y el marquesado de Cenete y se trasladó a Burgos, junto a la Corte de Carlos V; donde se casó con el famoso Nassau (Enrique III, conde de Nassau y de Breda, camarero del emperador). Había una enorme diferencia de edad entre ambos novios, pues él celebraba su tercer matrimonio, con más de cuarenta años; mientras Mencía era una quinceañera. Pese todo, no le intimidó la situación y tan solo pidió la colaboración de Pedro Mártir de Anglería -amigo de su padre-, para lograr enormes beneficios y prebendas, por desposarse con ese íntimo amigo del rey Carlos I (siéndole concedidas las baronías de: Alberique, Alcocer, Alazquer, Gabarda y Ayora -entre otras-). Tras su sonada boda en Burgos, en la que hubo hasta torneos y justas; vivió entre Flandes y su castillo de Jadraque, convertida en mecenas de humanistas y pintores. Llegando a ser muy amiga de Erasmo de Rotterdam y de Ene Gossaert. Debido a la edad del marido, pronto quedó viuda (en 1538) aunque tan solo por dos años; pues en 1540 volvió a casarse, pero esta vez con Fernando de Aragón, duque de Calabria, hijo del destronado rey de Nápoles.

Este segundo esposo de Mencía, era nieto de Alfonso V de Aragón y -asimismo- viudo de la famosa Germana de Foix. La segunda y última mujer de Fernando el Católico; contra la que se sublevó el pueblo valenciano, en la guerra de Comunidades (llamada Germanías). Revolución que resolvió principalmente el Conde de El Cid, muriendo a consecuencia de haber sido apresado en el castillo de Játiba durante meses; luchando en favor de Carlos V. Años después, su hija Mencía se casó con el que entonces era marido de Germana de Foix (Fernando de Aragón); que así fue nombrada virreina de Valencia. Tras ello, ya no pudo volver a Jadraque, porque no había estancias suficientes para alojar a su servicio, ya que solo capellanes, tenía casi cuarenta. Dedicando su vida al mecenazgo y a la ayuda a universitarios, tanto como al estudio y a las escuelas; llegó a formar una inmensurable colección de arte y una de las bibliotecas más importantes de la nación (tan solo comparable con la de su abuelo, el cardenal Mendoza). Convertida probablemente en la mujer más rica y culta de España; siempre reclamó el mayorazgo de Coca y Alaejos, que finalmente le fue restituido a los herederos de Antonio de Fonseca -tan solo, después de que este tío suyo muriese, en 1523-.

Falleció Mencía en 1454, sin descendencia y sus títulos pasaron a su hermana menor, llamada María. Debido a que ya había desaparecido la segunda hija de Rodrigo y María, Catalina; quien contrajo matrimonio con el marqués de Berlanga, muriendo muy joven y sin descendencia (en 1526). Así fue como los títulos y numerosas posesiones de Mencía de Fonseca fueron heredados por su hermana María; casada con su primo Diego Hurtado de Mendoza, hijo del duque del Infantado (a cuya familia regresaron así las posesiones de los Mendoza). Heredando María el título de condesa de El Cid y Marquesa de Cenete, cuyos descendientes aún perviven. Para finalizar, en cita (2) recogemos lo que Óscar Perea Rodríguez, narra acerca del marqués de Cenete y de María de Fonseca, en su tesis doctoral dedicada a la literatura de la época.




SOBRE JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Arriba, castillo de La Calahorra, en el Cenete (Granada). Al lado y abajo, dos dibujitos míos de la Alhambra; en cuyos jardines sabemos que se inspiró el marqués de Cenete para diseñar los patios y jardines del palacio de la Calahorra.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
el palacio de la Calahorra hace cien años; dos imágenes de los archivos de la Fundación de la La Alhambra, pertenecientes al fotógrafo Manuel Torres Molina Colección Museo de Arte Hispano Musulmán; fichas F-7318 y F-7319; al que agradecemos nos permita divulgarlas (3) . Exterior del castillo.






JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: el palacio de la Calahorra hace cien años; dos imágenes de los archivos de la Fundación de la La Alhambra, pertenecientes al fotógrafo Manuel Torres Molina Colección Museo de Arte Hispano Musulmán; fichas F-7328 y F-7333; al que agradecemos nos permita divulgarlas. Patios y ventanas renacentistas.








JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: el palacio de la Calahorra hace cien años; dos imágenes de los archivos de la Fundación de la La Alhambra, pertenecientes al fotógrafo Manuel Torres Molina Colección Museo de Arte Hispano Musulmán; fichas F-7320 y F-7335; al que agradecemos nos permita divulgarlas. Puertas y patio renacentista.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: el palacio de la Calahorra hace cien años; dos imágenes de los archivos de la Fundación de la La Alhambra, pertenecientes al fotógrafo Manuel Torres Molina Colección Museo de Arte Hispano Musulmán; fichas F-7336 y F-7339; al que agradecemos nos permita divulgarlas. Patio y escalera renacentista.







JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS:
dos imágenes relacionadas con Rodrigo el Conde de El Cid y con su hija Mencía. Al lado, reproducción del castillo de Játiba tal como lo muestra el Museo Arqueológico de Xátiva (al que agrademos nos permita divulgar su fotografía). En esta fortaleza fue apresado Rodrigo al final de sus días, mientras luchaba contra las Germanías -guerra de Comunidades valenciana-. Allí enfermó, muriendo un año más tarde (en 1523) tras haber sido liberado por su hermano. Abajo, plaza de la catedral en Valencia, donde fue virreina Mencía de Mendoza; que se casó con el viudo de Germana de Foix (quien, a su vez, era viuda de Fernando el Católico). Contra Germana de Foix, se sublevaron los valencianos, vencidos gracias a la intervención del conde de El Cid.





JUNTO Y BAJO ESTAS LÍNEAS: Dos retratos de Simon Bening, que se conservan en el Museo de Berlín (al que agradecemos nos permita divulgarlos). Al lado, Enrique III de Nassau, conde de Breda; que se casó en 1524 con Mencía de Mendoza; hija de Rodrigo y de María de Fonseca. Abajo, Mencia de Mendoza y Fonseca, hacia 1533, con unos veinticinco años; pintada por Simón Bening.






BAJO ESTAS LÍNEAS: María de Fonseca junto Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza; en dos dibujos imaginarios. El de ella, un dibujito mío tomando como modelo a una de las Fonseca que actualmente vive en Valladolid. El de Rodrigo es una tinta coloreada del siglo XIX, en la que se representa su retrato imaginado.



BAJO ESTAS LÍNEAS: De nuevo, mi árbol genealógico donde podemos ver la Saga de los Fonseca, unidos a los Mendoza. Con sus ramificaciones hacía los hijos de la esposa de Enrique IV; Juana de Avis. Que tuvo dos bastardos con Pedro Castilla y Fonseca; además de creerse que la princesa Juana nació desde Beltrán de la Cueva (sobrino político de Pedro González de Mendoza, padre de Rodrigo).



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CITAS:

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(1): La Calahorra, the palace that the Marquis of Zenete rebuilt as a gift for María de Fonseca, is the best expression of his personality and his greatest legacy, and it is by studying this house that new facts about his life and character have come to light.33 The sole entrance to the palace is decorated with his coat-of-arms, with the Mendoza motto Ave Maria gratia plena. Round the upper gallery his wife’s coat-of-arms are displayed twice, with the words VXORIS MVNVS, ‘the wife’s gift’, indicating that the palace is his gift to her, and that she, as well as Christ’s mother, is the María whom he intends to praise. This interpretation is confirmed by a quotation from Ovid above one of the

doorways on the ground floor: RARA QVIDEM VIRTVS QVAM NON FORTVNA GVBERNAT, ‘Rare indeed is the virtue not governed by Fortune [which remains on steady feet when Fortune flees]’ (Tristium Liber V, xiv, line 29).3

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Roger Boase

María de Fonseca (c. 1486-1521) and the Marquis of Zenete (1473-1523): Aristocratic Rebels and Patrons of Renaissance Culture

R.Boase@qmul.ac.uk http://orcid.org/0000-0001-6801-8598

Queen Mary, University of London

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(2): Las cortes literarias hispánicas del siglo XV; el entorno histórico del Cancionero general de Hernando del Castillo (1511) UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID Facultad de Geografía e Historia Departamento de Historia Medieval Año 2003-2004

TESIS DOCTORAL PRESENTADA POR ÓSCAR PEREA RODRÍGUEZ

SIC:

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Introducción

el caso del romance compuesto por el semidesconocido Quirós a

los amores del Marqués de Cenete con la señora Fonseca” PG 32,

aludiendo al conocido rapto de la dama y posterior matrimonio de ambos nobles.

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Se da la circunstancia, además, de que el más famoso incidente de todos los protagonizados por el Marqués de Cenete está también presente en el Cancionero general, pues el asunto sirvió de inspiración a Quirós para redactar su “Romance sobre los amores del Marqués de Cenete con la señora Fonseca” . Hace ya más de un siglo, el erudito Juan Catalina García reconstruyó con las escasas fuentes disponibles este suceso, que desgranaremos a continuación.

"El Marqués de Cenete casó con doña Leonor de la Cerda, hija y heredera de los duques de Medinaceli, en un matrimonio celebrado en la villa ducal soriana en 1492, durante los meses posteriores a la conquista de Granada. Viudo de su primera ed. Pérez de Tudela, I, p. 54. esposa en 1499,270 don Rodrigo pretendió desde entonces casarse con doña María de Fonseca, hija de Fernando de Fonseca, señor de Coca y Alaejos, y sobrina del famoso Alonso de Fonseca el Viejo, Arzobispo de Sevilla y consejero de Enrique IV. Parece que el matrimonio de la dama se convirtió en una cuestión de Estado, puesto que los Fonseca quisieron casarla con su primo, Pedro Ruiz de Fonseca, con el fin de que aquilatar su patrimonio territorial, planes que la dama, al parecer actuando bajo consejo materno, se negaba a aceptar:

Quisieron que su hija mayor doña María de Fonseca casara con Pero Rruyz, hijo del señor Antonio de Fonseca, e el Rrey e Rreyna Cathólicos, conosçiéndolos a los dos hermanos, holgaron queste matrimonio se hiziera, pero ni vino en ello la doña María ni su madre tanpoco..." PAG 271

"En efecto, la dama había quedado prendada del gran galán que era don Rodrigo, profesándole grandes amores incluso en tiempos de la Reina Católica. Fernández de Oviedo además de destacar que el marqués “casó por amore s con doña María de Fonseca”, PAG 272

"no duda en mostrar en otro de sus Diálogos los sentimientos de la dama reproduciendo una hipotética conversación entre doña María y la reina Isabel:

Aunque la Rreyna Cathólica le predicó mucho a la doña María de Fonseca, porque [...] a su primo Pero Rruyz de Fonseca, no la pudo volver de su opinión,

-SANTA CRUZ, Crónica de los Reyes Católicos, I, p. 194: Y por el mes de março murió

doña Leonor de la Cerda, hija única de don Luis de la Cerda, duque de Medinaceli, muger de don

Rodrigo de Mendoça, marqués de Cenete.”

-FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas, ed. Avalle-Arce, p. 57.

-FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas, eed. Pérez de Tudela, I, p. 54.

PAG 96

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Según las noticias de J. Catalina, en la madrugada del 30 de junio al 1 de julio de 1502, el Marqués de Cenete, acompañado de su sirviente García de Montalvo, llegó Coca procedente de Santa María de Nieva con el objeto de visitar a su enamorada dama. Allí, en una de las casas que en la villa segoviana poseían los Fonseca, doña María y don Rodrigo celebraron un matrimonio secreto, sin permiso paterno, sin conocimiento de las autoridades y sin las preceptivas indulgencia canónicas; no obstante, los dos contrayentes firmaron mutuamente células en las que reconocían el enlace.

El padre de doña María, como es lógico pensar, se negó a que el matrimonio se concretase sin su correspondiente y preceptivo visto bueno, pero al punto el de Cenete argüía la cédula matrimonial ya otorgada por su esposa en 1502. En esta tesitura, en 1503 la Reina Isabel tomó una decisión extraordinaria: encerrar al Marqués de Cenete, primero en la fortaleza de Cabezón y más tarde en la inexpugnable Simancas, y conceder a Fernando de Fonseca el permiso para celebrar el enlace legal entre su hija y su sobrino. A su vez, doña María y su madre eran encerradas por don Fernando en la fortaleza familiar de Alaejos, “para imponerlas con insólita violencia sus planes y propósitos.”

-FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas, ed. Avalle-Arce, p. 58.

-CATALINA GARCÍA, art. cit., pp. 668-669.

-Al respecto del padre de doña María, dice FERNÁNDEZ DE OVIEDO que “yo le vi fuera de los amores y tan enojado de los del Marqués del Zenete e su hija, que pienso, y aun se dixo público, que de aquel enojó murió.” (Batallas y Quinquagenas, ed. Avalle-Arce, p. 59).

-CATALINA GARCÍA, art. cit., p. 672.

PAG 97

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María de Fonseca y su primo, Pedro Ruiz de Fonseca. La dama, en efecto, actuaba bajo presión y de ninguna manera aceptaba ese enlace por intereses matrimoniales. J. Catalina reproduce una interesantísima carta de la propia dama en la que reconoce su firme propósito de mantener el compromiso adquirido con el Marqués de Cenete en 1502:

Ya sé que el Marqués, mi señor, ha hablado a Vuestra Ilustrísima y que le ha dicho que él es desposado conmigo. Y porque no sé si avrá alargado a dezir todo lo que en esto ha passado, acordé avisar a Vuestra Ilustrísima cómo no

solamente el Marqués, mi señor, es mi esposo, mas es mi marido.

Mientras tanto, el marqués clamaba venganza en su prisión de Simancas, acusando gravemente a los Reyes Católicos de fomentar la bigamia, ya que la dama no podía estar dos veces casada.

Poco después de que falleciese la Reina Católica, el 26 de noviembre de 1504, el Marqués de Cenete fue puesto en libertad, agravándose el enfrentamiento entre éste y los Fonseca. Estas circunstancias llevaron a Fernando de Aragón a intervenir en el pleito, ordenando que doña María de Fonseca quedase en tercería en el castillo de Arévalo mientras se dilucidaba a quién correspondía tomar la decisión de la validez de su boda. El genealogista Pellicer, al hilo de una descripción del castillo abulense de Arévalo, es quien nos transmite este último dato:

-CATALINA GARCÍA, art. cit., p. 680.

PAG 98

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En esta fortaleça [i.e, Arévalo] mandó el Rey tuviese en tercería i custodia a Doña María de Fonseca, sobre cuyo casamiento, por su hermosura, linage i Estado, havía grandes competencias en Castilla [...] Hasta que se desposó con

Don Rodrigo Díaz de Vivar i Mendoça, Marqués del Cenete, Conde del Cid. Con la entronización de Felipe de Habsburgo y Juana de Trastámara como monarcas de Castilla, la cuestión continuaba sin estar resuelta. En la entrevista de Villafáfila, el 27 de junio de 1506, Fernando el Católico y Felipe I de Castilla habían acordardo de forma un tanto brusca el traspaso de poderes en el reino; a los pocos días, todavía el embajador de Felipe, Pedro de Guevara, inquiría en Tordesillas a Fernando II de Aragón cómo podría el nuevo monarca solucionar el enfrentamiento que traía de cabeza al Marqués de Cenete y a los Fonseca. Ante esta indefinición de la monarquía, tras la muerte de Felipe I, el 25 de septiembre de 1506, el Marqués de Cenete aprovechó la confusión reinante para solucionar de forma violenta el pleito, raptando a su enamorada doña María del convento burgalés de Las Huelgas, donde se encontraba la dama después de haber dejado Arévalo. Es Zurita, en su Historia del Rey Católico, quien nos ha dejado constancia cronística de tal aventura:

- Cf. J. PELLICER, Memorial de la Casa i Servicios de don Andrés Velázquez de Velasco, f.

-170v, dentro del volumen facticio recopilado por J. DE MASCAREÑAS, Familias Diferentes.

Tomo Segundo (BNM, ms. 3277). Nuestra cita, en f. 154v.

- R. PÉREZ BUSTAMANTE y J. M. CALDERÓN ORTEGA, Felipe I (1506), Palencia, La Olmeda, 1995

PAG 99

.

Don Rodrigo de Mendoza, Marqués del Zenete por este mismo tiempo, sacó del monasterio de las Huelgas de aquella villa a doña María de Fonseca estando allí encomendada por la justicia; y por ello se puso toda aquella tierra en armas.

Según H. Nader, María de Fonseca había sido trasladada hacia Las Huelgas hasta que las Cortes decidieran su futuro, pero finalmente la audacia del Marqués de Cenete, que demuestra aquí actuar con tanto atrevimiento como esos afamados protagonistas de novelas de caballerías que sin duda leyó con fruición, tuvo el premio merecido a su valentía caballeresca. Finalmente, el matrimonio secreto celebrado en 1502 fue validado, aunque ambos cónyuges pagaron un alto precio por sus amoríos: la dama fue desheredada por su familia,282 mientras que don Rodrigo se ganó la eterna animadversión del Rey Católico, a quien sólo la atención a la elevada prosapia del marqués, así como los disturbios y complicaciones de la segunda etapa de Fernando II de Aragón al frente de los destinos del reino de Castilla, impidió castigar al osado raptor como, por ley, debería haberlo hecho.

El mal estado de conservación del Diálogo en que Fernández de Oviedo describe esta situación nos priva de conocer más pormenores al respecto, pero sí

- J. ZURITA, Historia del Rey Don Hernando el Cathólico, ed. A. Canellas, Zaragoza, Departamento de Cultura y Educación, 1989-1996, 6 vols. El párrafo citado, en VII, cap. 24 (ed. Cit., IV, p. 108).

- Cf. NADER, op. cit., p. 198.

- FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas, ed. Avalle-Arce, p. 58: E al cabo

así se hizo [...] por Marquesa del Zenete e el padre la deseredó por se aver desposado sin su liçençia.” Por todos estos problemas, el contrato de esponsales entre ambos cónyuges no se formalizó hasta el 9 de septiembre de 1514, en la ciudad de Áyora. Se conserva una copia en el Archivo del Palau-Requesens (Sant Cugat del Vallés, Barcelona), Marquesado de Cenete, L. 120, doc. 6. Quede constancia de nuestro agradecimiento al personal del Archivo del Palau Requesens, en especial al Padre Borrás, por las facilidades dadas para su consulta.

PAG 100

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intuir la gravedad del enfrentamiento entre el Marqués de Cenete y los Fonseca a través del siguiente párrafo, en el que se nos informa del peligro de muerte que corrió don Rodrigo, además de dejar entrever una conspiración cortesana destinada a tal fin:

Como sabéys, por causa de su segundo matrimonio tuvo contrarios a los debdos de su muger, la Marquesa doña María de Fonseca, y por parte de los Fonsecas faltó poco para quemarle bivo en la cava, o fosa, de la fortaleza de la villa de

Coca, por yndustria de un traydor como [...] y adelante se dirá. La biografía de don Rodrigo, noble de la más alta alcurnia, culto y letrado, tan ducho en las armas como en las letras, audaz y valiente hasta el extremo de raptar a su dama enamorada en contra de la voluntad de todo un reino, supone uno de los momentos culminantes de ese galanteo cortesano que subyace a través de los versos del Cancionero general, donde, además de figurar como autor de una invención y un mote, Castillo quiso que, a través del poema de Quirós, quedase constancia de lo que debió de ser uno de los acontecimientos más sonados del primer decenio del siglo XVI. Valga como fin de estas líneas dos caras de esa misma moneda que fue el marqués. Primero, la curiosa descripción que realizó Francesillo de Zúñiga, autor de la Crónica burlesca, del tan pertinaz como enamorado caballero:

- FERNÁNDEZ DE OVIEDO, Batallas y Quinquagenas, ed. Avalle-Arce, p. 396. Nótese cómo el genealogista madrileño avisa de que más adelante se extenderá en la descripción de estos hechos, aunque nosotros no dispongamos de ellos.

PAG 101

.

Don Rodrigo de Mendoça, Marqués de Çenete, hizo cosas en este tiempo que más pareçió alma del Çid Ruy Díaz que consejo de Hernando de Vega.

- F. DE ZÚÑIGA, Crónica burlesca del Emperador Carlos V, ed. J. A. Sánchez Paso, Salamanca, Ediciones de la Universidad, 1989, p. 82.

PAG 102

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(3): FOTOS

https://www.alhambra-patronato.es/ria/handle/10514/11/browse?rpp=20&order=ASC&sort_by=-1&value=La+Calahorra&etal=-1&type=subject&starts_with=Y

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Torres Molina, Manuel ENTRE 1910 A 1920

APAG. Colección fotográfica del Museo de Arte Hispano Musulmán/ F